Grandes mentiras de la ciencia

Este artículo es un amplio resumen de la entrevista hecha a Artur Sala por Jesús García Blanca en la revista Discovery Salud nº 249 de junio de 2021

La ciencia moderna nace como apéndice prosaico de la Alquimia, la Espagiria, la Astrología y algunas medicinas tradicionales…. El 98% de lo que escribió Isaac Newton se basó en la Alquimia y si hoy se etiquetan esos conocimientos de “esotéricos” es por pura ignorancia. Las antiguas tradiciones llegaron a una misma conclusión: la materia está constituida por tres principios -sal, azufre y mercurio- y cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego. Y asimismo comprobaron que existe una clara relación entre los astros del firmamento y la forma arquetípica de las plantas que es la que dio lugar a la Teoría de las Signaturas. De hecho los monarcas, nobles y miembros de las élites de la antigüedad se reservaron los principales conocimientos -que en el caso de la constatada influencia astral sería denominada Astrología- no divulgándolo al pueblo llano para tener más poder. Lo mismo que se hace ahora salvo que es la ciencia la que sustituye a la religión. Y otro tanto hicieron con conocimientos médicos como el de la Teoría de los Humores. La diferencia es que hoy la ciencia es la nueva religión, “religión científica” que pretende hacer creer que solo existe lo material barriendo por completo con todo lo aprendido antes del Siglo de las Luces. Ha impuesto una única forma de comprender el mundo que es puramente materialista en un ejercicio hegemónico cruel, lleno de soberbia y profundamente autodestructivo. En la actualidad el «conocimiento sagrado» es marginal por diferentes motivos.

Ejemplo significativo es el del calendario biodinámico de Rudolf Steiner que predice los mejores días de siembra, poda o recolección en función de si lo que se desea es potenciar la hoja, el fruto o la raíz de la planta. El experimento más famoso en ese sentido fue el que hizo Maria Thun cuando plantó durante un mes lunar de 28 días rábanos rojos y comprobó que las formas de las raíces y las hojas eran muy distintas según el día en que fueron plantadas. Igualmente constató que las plantas no crecen si se plantan cuando la luna pasa por la eclíptica y menos aún si ese día ha habido un eclipse. Fue una bomba de relojería para quienes afirman que los astros no nos influyen en nada. De hecho nuestra sociedad vive completamente de espaldas a la naturaleza. Sin embargo lo que hizo Steiner -al igual que Samuel Hahnemann con la Homeopatía- fue un resumen del conocimiento esencial de la ciencia romántica de Heinrich Lahmann, Wilhelm Kühne y, sobre todo, de Wolfrang Von Goethe.

El hecho de que todas las grandes tradiciones de la antigüedad hayan observado el cielo dibujando en él esferas de influencia -llamadas astrológicamente constelaciones y casas- es porque, lisa y llanamente, maximizaba la producción de sus cosechas y, por ende, su supervivencia como civilización.

Sin embargo la ciencia ha relegado, marginado este conocimiento. Las implicaciones que tendría recuperarlo serían innumerables. La principal es que nos haría comprender, como refrendó el químico Louis Kervran hace casi 100 años, que algunos seres vivos somos capaces de sintetizar nuclearmente elementos como el magnesio, el silicio, el potasio y el calcio a 37° C. Sus trabajos fueron propuestos en dos ocasiones al Premio Nobel pero al final, para ridiculizarlo, lo que le dieron en 1993 fue el Ig Nobel, una parodia de los Nobel que se entrega a los descubrimientos más «disparatados». El experimento más famoso de Kervran fue demostrar que las gallinas alimentadas con una dieta carente de calcio pero rica en potasio carecen de problemas óseos y ponen sin problema huevos llenos de calcio. Luego es obvio que transmutan el potasio en calcio. Kervran murió sin poder dar una explicación a esa y otras muchas transmutaciones a baja temperatura que había detectado lo que se aprovechó para ridiculizarlo con argumentos peregrinos e incongruentes. Hoy día ese mecanismo nuclear se conoce muy bien. Está constatado que se pueden lograr transmutaciones a temperaturas bajas muy concretas mediante un fenómeno llamado resonancia fonónica. Se trata de la energía no radiactiva y plenamente biótica que los antiguos sabios chinos denominaron “energía vital o “Chi”. Se manifiesta a 37° C y se visualiza en el aura, algo que puede constatarse con aparatos como el GDV (Gas Discharge Visualization), dispositivo inventado por el físico ruso Konstantin Korotkov. Tratar de explicarlo desde un punto de vista solamente bioquímico (mediante el llamado ciclo de Krebbs) es absurdo e imposible. La bomba sodio-potasio de la membrana plasmática celular no funciona mediante intercambios iónicos sino que es una transmutación nuclear de sodio a potasio. Y hay otras muchas transmutaciones que tienen lugar en el organismo, sobre todo en el interior de las mitocondrias y en la sangre. Lo investigaron y constataron científicos del ejército estadounidense en un trabajo de 1978 cuyo artículo fue considerado alto secreto durante décadas y no se descatalogó hasta hace unos años aunque pocos lo conocen.

Esto ocurre porque la ciencia, y en particular la física, es en muchos aspectos, una pseudo-ciencia alejada de la realidad y del más mínimo sentido común. Y la razón es que niega la existencia del éter debido al famoso Experimento de Michelson-Morley, considerado uno de los pilares de la actual Física materialista que domina las creencias académicas.

A finales del siglo XIX quiso averiguarse si las ondas electromagnéticas se sustentan en el éter del que hablaban los antiguos. Para ello se propuso observar si la luz se ve afectada por él. Así que dividieron un haz de luz en dos y luego los superpusieron de nuevo observando las franjas que se formaban al hacerlos interferir. La Tierra gira sobre sí misma a razón de unos 500 metros por segundo, su traslación respecto al Sol es de unos 29 km por segundo y la velocidad de la luz se estima en unos 300.000 km por segundo así que la velocidad de las ondas electromagnéticas debería ser mayor si el interferómetro se coloca a favor del movimiento de la Tierra y menor si está en contra. Al colocar un interferómetro hay dos ejes posibles: Norte/Sur y Este/Oeste. Y se infirió que colocado en la posición Norte-Sur no debería observarse cambio en el patrón de interferencia pero sí al colocarse en dirección Este/Oeste. Sin embargo no fue así y el resultado dejó a Michelson y Morley desconcertados. La luz no parecía verse afectada ni por el movimiento de rotación ni por el de traslación terrestre y de ahí la falsa conclusión de la inexistencia del éter. En realidad cometieron varios errores que invalidaban su experimento pero el principal es que el aparato no medía la velocidad del haz de luz sino la velocidad promedio y esa es siempre de 3000.000 km/seg. Debieron construir un interferómetro mucho más sensible y, sobre todo, considerar otros parámetros como la altura, ya que la afectación es mayor que a nivel del mar. En fin, lo importante es que ese experimento demostró que el éter no es estático sino dinámico y puede formar una especie de viento, algo parecido a las ondas más compactadas que se forman cuando un objeto atraviesa el agua. Esta anisotropía produciría los movimientos de los cuerpos más próximos e influyentes, es decir, la inercia. Décadas después un astrónomo llamado Dayton Miller detectó el viento de éter tras miles y miles de horas de observación paciente. Con lo cual todo el edificio de la relatividad que se estaba construyendo con Albert Einstein tendría que reescribirse. Y es que el viento de éter se ve afectado por el giro de la Luna alrededor de la Tierra, por el de ésta alrededor del Sol, por el del Sol alrededor del centro de la Vía Láctea y por el de ésta respecto a un punto ubicado en la constelación Dorado que parece ser el centro de nuestro universo. Es decir, el éter es la matriz del universo siendo sus nodos u ondas estacionarias los lugares donde se crean las estrellas y planetas. Nada que ver pues con la idea materialista de un universo hueco, vacío y sin propósito donde los astros se mueven de manera independiente y aislados unos de otros. Todo lo derivado después, como el Big Bang, el modelo de partículas o las fuerzas nucleares, no son por tanto más que interpretaciones erróneas. Con todo lo que eso implica.

Y a esa energía vital universal que sería la fuente de todo lo que existe es a lo que Wilhelm Reich denominó orgón. De hecho así se lo explicó a Albert Einstein a quien le llevó su generador de orgón personalmente y fue cuando éste le dijo que el aumento de temperatura que se produce en su interior se debía al gradiente térmico. Reich postulaba que en la energía vital hay dos fuerzas: orgón positivo y DOR negativo. Hoy sabemos que en realidad hay 4 éteres con sus respectivas fuerzas formativas como mínimo aunque no es un tema cerrado. Lo que nos permite comprender desde los bloqueos psicosomáticos en el ser humano hasta las dinámicas del clima, el nivel de vitalidad del suelo a partir de la cristalización sensible o la formación de los planetas, estrellas y galaxias. Tesla lo resumía en: “El día que la ciencia se dedique a estudiar los fenómenos no físicos de la naturaleza hará más avances en unas semanas que en toda su historia”. No es que la energía vital u orgón de Reich exista: ¡es que SOMOS esa energía vital! Somos ese orgón. La materia es el resultado de lo inmaterial.

En suma, todo lo que existe tiene el mismo origen: esa “energía vital”. Y es el meollo de todo. Hasta el siglo XVIII se postulaba que la vida se forma de manera espontánea pero esa idea fue cambiando poco a poco en el siglo XIX, sobre todo cuando triunfaron las teorías de Louis Pasteur y John Tyndall a partir de varios experimentos bastante famosos para tratar de demostrar esta idea. Como la de irse a un glaciar de los Alpes con sus matraces de donde sacaron falsas conclusiones sobre las que luego se construyeron los cimientos de la industria farmacéutica. En realidad todos tenían su parte de razón -incluido el tramposo de Pasteur- en el sentido de que no es cierto que de un henar puedan aparecer ratones como se creía antiguamente pero sí que la unidad fundamental de vida NO está en la célula. Esto que digo cuestiona los dos pilares fundamentales de la Biología ya que es lo primero que les dicen a los niños cuando llegan a la educación secundaria en primero de la ESO: la vida solo puede proceder de la vida, su unidad fundamental radica en la célula y no hay nada por debajo de ella. En realidad se puede -y se debe- ir mucho más abajo para hallar su origen en la “partícula browniana” que la ciencia materialista considera erróneamente carente de vida. Este descubrimiento fue clave para entender las crípticas condiciones donde una materia inerte -como la arena o la arcilla- sí puede dar lugar al germen de la vida.

Antoine Béchamp fue el primero en ver que estas partículas podían activar una fermentación y que cuando un ser vivo muere, toda nuestra esencia, en el carbonato cálcico que constituyen nuestros huesos y esqueletos, se congela en estas unidades diminutas de vida y puede renacer en cualquier otro momento y lugar. Reich recogió el testigo de Béchamp y las llamó “biones”. Luego ese conocimiento fue ampliado descubriendo que la clave de la vida es su adaptabilidad a la misma a partir de la transformación continua o pleomorfismo (Béchamp) catalizada y controlada por las condiciones del terreno (Claude Bernard).

Ambas ideas, Béchamp y Bernard, son en realidad, las dos caras de una misma moneda y se complementan perfectamente en una teoría sólida y con pleno sentido que se puede comprobar fácilmente cuando se observa la sangre durante un período lo suficientemente prolongado de tiempo en el microscopio; en particular, en el de campo oscuro.

Bernard, dijo que el terreno y no el patógeno lo era todo. Tenía más razón que un santo. Ahora bien, es imprescindible llenar esa frase de sentido y coherencia ya que la pregunta obvia que subyace a esta afirmación es lógica: ¿y cuáles son esas condiciones óptimas del terreno? Varios fueron los que trataron de responder a esa pregunta, indicando cuáles son las condiciones bioeléctricas del terreno que propician el cambio de las diminutas formas de vida o biones a su fase de bacterias patógenas y la aparición con ello de las “mal llamadas” enfermedades.

Estas condiciones bioeléctricas son tres:

– El pH, que nos indica la concentración de cargas positivas con respecto a una media cuya escala es magnética, logarítmica y simétrica

– El rH2 o potencial redox, que nos indica la concentración de cargas negativas y cuya escala es eléctrica, lineal y asimétrica

– La resistividad o impedancia eléctrica, que nos indica la capacidad del medio para mantener el equilibrio.

Se dice que Otto Warburg afirmó que las enfermedades -sobre todo el cáncer- se manifiestan siempre en terreno ácido y que en un medio alcalino no pueden proliferar y a partir de ahí se ha creado una cultura de “ácido malo versus alcalino bueno” pero siento decir que eso es falso. Ni lo dijo Warburg ni la cosa, por suerte, es tan simple.

Vincent fue un ingeniero hídrico que a lo largo de su carrera analizó las aguas de 13.000 lugares de Francia catalogando sus propiedades bioeléctricas (pH, rH2 y resistividad) y tratando de ver cuales correspondían a las aguas que la medicina natural consideraba óptimas para la salud. En resumen, las peores aguas eran las que estaban en depósitos aislados del suelo porque tendían claramente a la oxidación, es decir, a la pérdida de electrones. Y es que el suelo es el principal agente reductor o “dador de electrones” mientras el sol es el principal agente acidificador o “dador de protones”. Pues bien, esos tres parámetros le permitieron saber inmediatamente la calidad para la salud de las aguas que analizaba. De hecho comprobó que en las ciudades con aguas ligeramente alcalinas y oxidadas había más casos de cáncer, patología que aumentaba constantemente. En aquel entonces aparecía un caso por cada 50 personas cuando hoy lo sufre una de cada 3 pero hace siglos los terrenos eran ácidos -sobre todo reductores- y Vincent constató que entre sus habitantes proliferaban enfermedades “infecciosas” como el tifus, la peste o el cólera. La paulatina oxidación las erradicó siendo la polio la última de ellas. Vincent decidió entonces analizar la saliva, la orina y la sangre de muchas personas y comprobó que existía correlación directa entre esas enfermedades y el tipo de terreno. Llegaría asimismo a la conclusión de que en las aguas ácidas y reducidas proliferan las bacterias patógenas y en las alcalinas y oxidadas los virus. En otras palabras, descubrió la importancia que tienen las condiciones bioeléctricas del terreno. Ahora bien, echar un producto alcalino al agua de una piscina no la purifica; solo impide que proliferen en ella bacterias dañinas.

Vincent decía que nuestra desconexión con el suelo debido al calzado, el asfalto y los suelos artificiales nos alcaliniza y oxida moderadamente –nos desequilibra pues- y ese es el terreno que promueve disfunciones que se catalogan como enfermedades de tipo vírico y/o cancerígeno. Según él en ellos hay más virus pero no afirmaba que éstos sean causa de enfermedades sino que aparecen para ayudar en el proceso biológico de reparación. Especialmente en casos de cáncer. Hoy las aguas son más oxidadas y las infecciones son pues muchas menos pero nos estamos hiper-oxidando. Las aguas han pasado en apenas tres siglos de tener un pH de 6,6 a tenerlo de 7,4 pero no ha ocurrido lo mismo con el rH2 (el potencial redox). En fin, los productos que se comercializan como alcalinos son efectivos pero habría que cambiarles la nomenclatura y llamarlos antioxidantes o reductores en lugar de alcalinos…

Las enfermedades poseen a veces pleno sentido biológico, que se trata de procesos curativos lógicos acordes con la vida; así lo trató de explicar Hamer con sus famosas 5 leyes biológicas. Hay sin embargo que tener en cuenta otras muchas cosas. La incidencia de lo que bebemos e ingerimos es indiscutible y nuestra sociedad está hiper-contaminada por tóxicos de todo tipo. Es más, estamos contaminados electromagnéticamente.

Artur Sala

Discovery Salud Nº 249, Junio 2021