Falsa pandemia y estado de sitio sanitario: desmontando la operación coronavirus

La OMS y los CDC vuelven a orquestar una falsa pandemia que está sirviendo de excusa para la declaración de un Estado de Sitio sanitario que se extiende poco a poco por el planeta.

Para quien aún no lo sepa, la OMS hace mucho tiempo que dejó de ser una organización pública e independiente. En estos momentos solo el 18% de su presupuesto procede de los estados miembros, el resto viene de manos privadas, y a la cabeza está la Fundación Bill y Melinda Gates, la Alianza GAVI creada por Gates para promocionar las vacunas y la industria farmacéutica.

En cuanto a los CDC, siglas de Centros para el Control de Enfermedades, se trata de una de las más poderosas agencias sanitarias de Estados Unidos que define las enfermedades y establece los criterios de diagnóstico, tratamiento y prevención. Los CDC tienen un largo historial de manipulación y creación de falsas epidemias, incluyendo el SIDA, el SARS, la Gripe A, el MERS, la Gripe Aviar, el Ébola o el Zika entre otras. A través de una división especial, el Servicio de Inteligencia de Epidemias, extienden su influencia a entidades públicas y privadas, estadounidenses e internacionales, imponiendo sus criterios que a su vez están condicionados por la industria mediante financiación y puertas giratorias.

Algunos piensan que estas falsas pandemias se montan por dinero. Y otros creen que es eso lo que los críticos denunciamos y consideran que es un disparate. Llevo treinta años analizando estos mecanismos de poder, y mi experiencia y lo aprendido me dice que el dinero es sin duda un motivo, pero no el único ni el más relevante. Y en esta ocasión se está haciendo más evidente: un objetivo básico es reforzar el miedo, que debilita y dificulta la capacidad crítica y empuja a actuar como una masa ignorante y obediente. Y en conexión con ello: mantener los dogmas de la medicina moderna industrial, la dependencia de los fármacos y vacunas, pero sobre todo, la renuncia a decidir sobre nuestra salud y la de nuestros hijos.

Es por eso que uno de los dogmas más importantes y que van a luchar para mantener a toda costa y reforzar cada vez que sospechen que se pone en duda es la teoría microbiana o teoría de la infección, es decir, la idea propuesta por Pasteur e impuesta con la complicidad de la industria farmacéutica de que los microbios son patógenos, generadores de enfermedad. Esta idea, grabada a fuego en la mente de público y profesionales, es la base para el miedo a contagiarse, para evadir la responsabilidad sobre nuestra salud y para beneficiar a la industria. Reconocer el origen tóxico de enfermedades tendría graves consecuencias para la industria alimentaria, farmacéutica y todas las industrias contaminantes en general, mientras que atribuir la culpa a los microbios ha conseguido que los fabricantes de tóxicos, para exterminarlos, y vacunas, para prevenirlos, se conviertan en una de las industrias más poderosas del mundo. Y ello a pesar de que la nueva biología lleva décadas explicando que las bacterias y los virus son la clave del origen de la vida, de su mantenimiento y de la salud, formando una compleja comunidad en nuestro medio interno, e incluso integrados en nuestra información genética.

Todo indica que los síntomas atribuidos a esa nueva misteriosa enfermedad son, en la inmensa mayoría de los casos, los mismos que gripes o neumonías y otros problemas respiratorios provocados por la brutal contaminación en algunas zonas —como la propia Wuhan—, el despliegue de redes 5G, enfermedades ya conocidas pero etiquetadas ahora de otro modo, y por supuesto los efectos de la campaña de terror, el aislamiento y los tratamientos más o menos experimentales que se están administrando.

En cuanto al supuesto nuevo coronavirus, si alguien quiere demostrar que existe debe presentar pruebas rigurosas de su aislamiento, algo que igualmente debe presentar quien crea que se trata de un virus creado en laboratorio o modificado para convertirlo en un arma biológica. De momento, nadie ha presentado tales pruebas. El artículo que oficialmente se presenta como primer aislamiento del nuevo coronavirus llevado a cabo por un equipo chino de los CDC en China, no describe, según dos especialistas cualificados e independientes, un aislamiento real.

Que no se haya aislado el nuevo coronavirus supone en primer lugar que no se han podido diseñar pruebas de diagnóstico específicas, y que por tanto los positivos son falsos positivos. Y lo mismo puede decirse de tratamientos o vacunas, y de las cifras que se están manejando. Lo que en última instancia supone es que las medidas decretadas recortando derechos y libertades fundamentales, especialmente las medidas de reclusión y aislamiento, pueden ser, y de hecho algunos médicos y científicos así lo están advirtiendo, totalmente contraproducentes y causantes de problemas de salud físicos, psíquicos y emocionales.

Algunas lecciones aprendidas durante la lucha para Desmontar el SIDA permiten comprender mejor la actual falsa pandemia y por tanto fundamentar mejor la lucha para desmontarla:

Las “pandemias” no son un problema médico; en primera instancia son un problema de poder, lo que significa que la lucha contra ellas debe contar con un componente científico-médico, pero también con elementos sociológicos, económicos, filosóficos, periodísticos, legales, educativos… integrados todos en un frente global. De hecho, la salud no es un asunto médico, sino un complejo fenómeno social.

El elemento clave de las falsas pandemias/epidemias es el dogma del contagio, teoría microbiana o teoría de la infección, y consiguientemente el miedo al contagio… reunimos así las dos herramientas básicas del poder: mentiras y miedo.

Toda pandemia, epidemia o enfermedad de la que se culpe a un virus tiene un probable origen tóxico y uno de los objetivos es tapar ese origen: protocolos sanitarios, tratamientos, campañas masivas de vacunación, tóxicos industriales lanzados al medio ambiente, tóxicos procedentes de las aguas y la alimentación, condiciones climáticas extremas…

Condición inherente a las falsas pandemias o epidemias es un virus que jamás se ha aislado y por tanto no se ha podido establecer su culpabilidad: poliovirus, virus del sarampión, Virus de Inmunodefiencia Humana, Virus de la Hepatitis, Ébola, Zika, Coronavirus varios… y ahora el flamante SARS-CoV-2… ninguna evidencia de aislamiento/purificación de ninguno de ellos.

Las falsas pandemias no tienen entidad patológica propia aunque sí se utilizan problemas de salud y muertos reales. Es de crucial importancia separar esto para abordar cada cosa desde la perspectiva adecuada: desmontando las etiquetas (“caso de SIDA”, “Muerto por coronavirus”) y atendiendo a los verdaderos problemas de salud desde un ángulo holístico. Muy importante: una vez puesta en marcha la falsa pandemia, los propios tratamientos se suman al origen tóxico agravando y ampliando los “casos”.

Los falsos test para detectar al falso virus culpable son la clave para hacer creíble la falsa pandemia presentando “casos”, estadísticas, gráficas, curvas, estudios epidemiológicos… que a su vez alimenten el pánico y justifiquen supuestas medidas de prevención o protocolos de tratamiento disparatados, absurdos, erróneos, faltos de base científica y violadores de derechos y libertades fundamentales.

No hay ninguna conspiración oscura de reptilianos adoradores de microchips: lo que hay es una minoría que viene ejerciendo el poder desde tiempo inmemorial y cuyo objetivo es seguir ejerciéndolo. Para ello han desarrollado múltiples y eficaces herramientas que educan a la mayoría en la indolencia y la obediencia. Pero atención: la mayoría no somos todos. Siempre hay grietas, fallos en la maquinaria, errores en la manipulación… y ello permite abrir puertas a la esperanza y la verdad.

Los sucesivos montajes han ido multiplicando y profundizando en el control de la gente, la censura de minorías críticas y la aceptación de los dogmas de la medicina moderna que a su vez son claves para la extensión del terror:

— refuerzan la dependencia de las multinacionales farmacéuticas;
— castiga a marginados, moviliza ingénuos y los utiliza a todos para rentabilizar el fracaso y continuar huyendo hacia adelante;
— dispara la intromisión de la medicalización en el terreno de lo sexual-emotivo, sustituyendo el conocimiento del propio cuerpo por un miedo mecanicista contribuyendo a reducir drásticamente la espontaneidad vital;
— consigue en gran parte ocultar los devastadores efectos de la iatrogenia producida por antibióticos, quimioterapia, anti virales, vacunas y preparar el camino para un genocidio planetario, una nueva vuelta de tuerca en la agresión a la salud del planeta y sus habitantes y una cantidad inconmensurable de sufrimiento humano.

Jesús García Blanca