Ha nacido una nueva religión, se llama vacuna

La ideología de la vacunación completa y repetida de las poblaciones es una especie de nueva religión, con su dios, sus señores del gran capital, sus devotos, sus técnicas de propaganda masiva y sus mentiras descaradas.

Esta es la nueva religión que se está extendiendo por todo el mundo y que permite a los grandes amos del dinero, Pfizer y Moderna, obtener beneficios de 1.000 dólares por segundo en cada momento de nuestras vidas, todo ello orquestado por sus vasallos regionales que se han convertido en la mayoría de los gobiernos occidentales y organismos internacionales, empezando por una Comisión Europea dirigida por Ursula von der Leyen, que está orquestando la gran operación de las vacunas mientras tiene un hijo que trabaja en McKinsey (consultora en geoestrategia) y un marido que es el director de una empresa de biotecnología centrada en las terapias genéticas (Origines) y que recientemente ha fichado por Pfizer. Además, otras vacunas, allende la UE, también siguen los mismos derroteros, y sus fabricantes también se están forrando.

Los muelles gastados de la propaganda de masas

Para conseguirlo, estos gobiernos (y los numerosos periodistas que los siguen con atención) utilizan todos los viejos trucos de la propaganda. La lógica básica es la que ya explicó Jacques Ellul hace 60 años (Propagandes, 1962): “Frente a la propaganda de agitación, encontramos la propaganda de integración, que es la propaganda de las naciones evolucionadas, y característica de nuestra civilización. Es una propaganda de conformización”. De hecho, “en una democracia, los ciudadanos deben participar en las decisiones del Estado”.

Este es el gran papel de la propaganda. Hay que hacer que la gente sienta que ha querido las acciones del gobierno, que es responsable de ellas, que se compromete a defenderlas y a hacerlas triunfar. Esta es la base de lo que hoy se llama nudge, una palabra de moda para las antiguas técnicas de marketing y publicidad. De hecho, este concepto moderno de propaganda se remonta a los años de entreguerras. Uno de sus maestros fue Edward Bernays, cuya obra entera como propagandista y publicista se basó en la idea de que “las masas son incapaces de emitir juicios correctos sobre los asuntos públicos y que los individuos que las componen no son aptos para ejercer el papel de ciudadanos potenciales que una democracia exige de cada uno de ellos: en resumen, que el público, en esencia, constituye para el gobierno de la sociedad un obstáculo que hay que sortear y una amenaza que hay que eliminar”, como resume su prefacio en francés.

La primera base permanente de esta propaganda es el miedo, que permite colocar a los sujetos en un estado de sugestionabilidad. Después de negar durante mucho tiempo la existencia de variantes, el gobierno ha aprovechado para renovar esta estrategia del miedo. Así, cada nueva variante permite revivir la simple idea de las sucesivas “olas” que supuestamente nos abruman, y justifica nuevos pasos en el objetivo de la vacunación total, al tiempo que desvía la atención de las verdaderas causas de la mortalidad provocada por estos “virus”. Estas causas son esencialmente, por un lado, la proporción creciente de personas que padecen enfermedades crónicas ambientales (obesidad, diabetes, insuficiencia cardíaca o respiratoria, etc.), y por otro, la tercermundización del hospital público.

Después viene la técnica de propaganda de “batas blancas y galones”, bien descrita por Etienne Augé (Petit traité de propagande. À l’usage de ceux qui la subissent, 2007). Consiste en “recurrir a personas que, en virtud de su título, rango o mandato, tienen una autoridad social susceptible de beneficiarse de una credibilidad no relacionada con lo que dicen y de provocar el apoyo a sus ideas, argumentos o acciones en su audiencia”. Así, podemos observar en los medios de comunicación “la aparición de especialistas profesionales, capaces de intervenir sobre temas de los que a veces no tienen suficiente conocimiento pero sobre los que consiguen expresarse con un lenguaje convincente”. Su discurso es percibido por la mayoría de los no especialistas como un consejo de expertos porque han sido cuidadosamente presentados, por ejemplo a través de un rótulo en la televisión, destacando sus títulos, como médico, profesor, general, así como su campo de experiencia. Por supuesto, para que esto funcione, hay que ocultar cuidadosamente sus frecuentes vínculos con la industria farmacéutica.

Además, gobiernos como el de Francia utilizan ampliamente otra forma clásica de propaganda estatal, que Etienne Augé llama “la elección amañada”. Consiste en “proponer una elección a los ciudadanos, como si les correspondiera decidir y elegir la mejor opción, sabiendo de antemano cuál será el resultado de esta consulta”. De este modo, el propagandista presenta al público la alternativa entre una opción inaceptable que será necesariamente rechazada, y una opción que parecerá no deseada pero inevitable en vista de la magnitud del peligro amenazante”.

¿Vacunados o reconfinados? ¿Vacunados o reenmascarados? ¿Vacunados, curados o muertos? La historia estaba escrita de antemano para los que saben reconocerla: “la elección amañada se utiliza principalmente para explicar los sacrificios o para anunciar medidas drásticas. En estos casos, no es raro que se utilicen expresiones alarmantes, porque se trata de mostrar que sólo hay una solución para evitar la catástrofe. Así, el autor concluye que el líder político debe entonces “imponerse en el papel de un salvador que aprecia el altruismo de su “rebaño”. Puede pedir que se sacrifiquen ciertas libertades primarias para garantizar mejor la seguridad de todos en tiempos difíciles. Esta técnica está en la raíz de la mayoría de los sistemas de dominación de masas que conducen a las dictaduras”.

Por último, llega la técnica de la rana hervida de la famosa fábula: sumerge una rana en agua hirviendo, saltará para escaparse, pero si la sumerges en agua fría y  haces hervir el agua gradualmente, la rana se adormecerá y acabará muriendo por la cocción sin darse cuenta. Los gobiernos usan y abusan de esta técnica de coerción jurando que tal o cual obligación nunca sucederá o que tal o cual categoría de la población nunca se verá afectada, para no alarmar a la población. Al mismo tiempo, van realizando la cosa poco a poco. Así, la vacunación fue reservada inicialmente para las personas mayores y a los profesionales de la salud. Luego se extendió gradualmente a los adultos de los grupos de edad más jóvenes, antes de pasar a los adolescentes y después a los niños. Hoy son los llamados niños “frágiles” los que deben seguir desempeñando el noble papel de protectores. Mañana, en realidad, serán todos ellos.

La realidad tiene poco que ver con esta propaganda

A la realidad no le importan estas manipulaciones del pueblo. Se puede resumir en cinco hechos.

La primera es que la llamada “pandemia del siglo” nunca ha amenazado a los menores de 60 años. Si hay una categoría de personas que estadísticamente no está en riesgo, son los niños. Las estadísticas de mortalidad recopiladas por el INSEE muestran incluso que los menores de 25 años experimentaron una menor mortalidad en 2020 y 2021 que en 2019. En cuanto a los que tienen entre 25 y 49 años, no apreciaron ninguna diferencia en general. Tampoco hay un exceso de mortalidad entre las personas de 50 a 64 años.

La segunda observación es que no está justificado anunciar sistemáticamente lo peor, hoy la inminencia de una “nueva ola”. La realidad es que es engañoso presentar una curva de “casos positivos” (que depende de muchos factores, empezando por la frecuencia de las pruebas) como una curva del número de “enfermos”. La gran mayoría de las personas con el “virus” siempre han sido mínimamente o nada sintomáticas. En segundo lugar, las hospitalizaciones y las muertes aumentan lentamente, pero esto es lo que ocurre todos los años en esta época de la temporada de invierno. Los datos de la red Sentinelles (una red francesa que existe desde 1984 y que es una muestra de varios centenares de médicos de cabecera que informan de su actividad médica en materia de enfermedades infecciosas) muestran incluso que el número de pacientes está actualmente muy por debajo no sólo de las dos principales “epidemias de Covid” (marzo-abril de 2020 y octubre-noviembre de 2020), sino también de los años de mayor gripe estacional. Esto significa que la especificidad de la “epidemia de Covid” probablemente no radica en su peligrosidad intrínseca, sino en la respuesta terapéutica, o más bien en la falta de respuesta terapéutica, a la que se opusieron los médicos debido a las instrucciones gubernamentales que favorecían, en primer lugar, las medidas no sanitarias (confinamientos, toques de queda, etc.) y, en segundo lugar, la “solución vacunal”.

La tercera observación es que la vacunación avanza hacia una cobertura del 100% de la población general sin cambiar la dinámica de las sucesivas epidemias provocadas “por las variantes”. Ya ocurrió con la “variante Delta” (india) el verano pasado, y vuelve a ocurrir con la “variante sudafricana” conocida como Omicron (aparentemente menos peligrosa que las anteriores). Aumenta la vacunación, surgen las variantes, qué curioso. La conclusión es fatal: el salvamento por la vacunación general es un mito. Como todas las religiones, se basa únicamente en la fe de los creyentes. La realidad, que es visible desde hace varios meses, es que la vacunación no hace nada para detener la propagación de la epidemia. Y por una buena razón: está bien demostrado que la vacunación no evita la contaminación o la transmisión del “virus”.

La cuarta observación es que, como todas las ideologías religiosas o laicas, la vacunación integral es una estructura psicorígida ciega a cualquier efecto perverso y sorda a cualquier cuestionamiento. En este caso, es tabú hablar de los graves efectos indeseables relacionados con la vacunación de los jóvenes. Pero la realidad está ahí, y no se puede esconder bajo la alfombra indefinidamente. Los seguidores de la nueva religión han hecho todo lo posible por negar cualquier relevancia a los datos de farmacovigilancia que ya estaban disponibles el verano pasado. No podrán hacer nada contra la acumulación de publicaciones científicas que documentan, entre otras cosas, los riesgos sin precedentes de problemas cardíacos (trombosis, pericarditis, miocarditis) en los adolescentes vacunados (ver por ejemplo aquí, aquí, aquí. aquí y aquí). En otras palabras, la relación beneficio/riesgo es claramente desfavorable a la vacunación de los jóvenes. Por esta razón, varios países escandinavos ya han renunciado a inyectar a los jóvenes con vacunas de ARNm, a los que se unió hace unos días Japón. Además, cuando el Gobierno francés remitió el asunto al Comité Consultivo Nacional de Ética el 27 de abril de 2021, éste concluyó que “la vacunación de niños menores de 12 años no parece ética y científicamente aceptable”. ¿Pero a quién le importa ya la ética?

Finalmente, la quinta y última observación es que esta ideología industrial y cientificista de la vacunación completa funciona como las religiones en tiempos de crisis en el pasado. Tiene sus sumos sacerdotes y sus devotos, que acaparan más que nunca la palabra en la televisión. Tiene su inquisición mediática, que excomulga a los pensadores desviados y quisiera quemarlos como a las brujas en el pasado. Y produce masivamente chivos expiatorios (los no vacunados) que son tratados como las víctimas de la peste o los leprosos en el pasado, y más recientemente las víctimas del SIDA que J.-M. Le Pen quería encerrar en “sanatorios”. Esta situación es tanto más absurda cuanto que cada persona vacunada es una futura persona no vacunada que no lo sabe, ya que todo se pondrá en cuestión para los que no tomen su tercera dosis, antes que la cuarta (ya decidida por M. Delfraissy), la quinta, la sexta, etc. Puede que el principio mismo del “pase sanitario” se basa en una mentira descarada (repitamos que la vacunación no bloquea ni la infección ni la transmisión), pero su lógica discriminatoria se viene desarrollando de forma dramática desde hace varios meses.

Pero lo mismo ocurre cuando vemos las vacunas “alternativas”. En la UE están surgiendo voces críticas con Pfizer y Moderna y la seguridad de sus vacunas, pero varios países han aprobado la vacuna Sputnik (alegando que es pública o menos dañina). Esta vacuna está aprobada también en muchos países latinoamericanos, junto a las vacunas chinas e incluso la cubana, puesta como adalid de curación y de confiabilidad por no venir de multinacionales. ¿Seguro, Lisa? Rascando un poco vemos que las otras vacunas no aprobadas en la UE, no son más que el mismo perro con otro collar, la misma religión sólo que su sumo sacerdote, viste con otro color.

La vacuna rusa Sputnik flota en medio de un océano de dinero e intereses económicos

El covid se ha convertido en un negocio lucrativo para toda una casta. El hecho de que en una sociedad capitalista siempre haya personas que se beneficien de una desgracia es banal, pero se vuelve problemático cuando la duración oficial de la crisis depende de sus decisiones.

La vacuna rusa Sputnik fue diseñada y fabricada por el Instituto Gamaleya, a su vez está financiado por un fondo soberano ruso, el RDIF (Russian Direct Investment Fund o Fondo de Inversión Directa de Rusia), creado en 2011 para realizar inversiones de capital riesgo, como la vacuna, junto con inversores financieros internacionales.

Este fondo actúa como catalizador de la inversión directa en la economía rusa. En la actualidad ejecuta conjuntamente más de 80 proyectos con inversores extranjeros que suman un total de 2,1 billones de rublos. Ha establecido asociaciones estratégicas conjuntas con los principales inversores internacionales de más de 18 países que suman más de 40.000 millones de dólares. Las empresas en cartera del fondo emplean a más de un millón de trabajadores y generan ingresos que equivalen a más del 6 por ciento del PIB de Rusia.

El Instituto Gamaleya está dirigido por Alexander Guintsburg, condecorado por el Kremlin y por la Asociación de Judíos de Rusia por “su gran aportación a la ciencia y a la humanidad con la vacuna Sputnik”. Al Instituto Gamaleya le llueve el dinero, público y privado. Literalmente. A su director y a su subdirector, Denys Logunov, también. Ambos se han enriquecido personalmente con la vacuna, asegura la agencia de noticias Regnum:

“En el primer año de la pandemia, sus ingresos [de Guintsburg] aumentaron de 7,7 a 18,3 millones de rublos. También se observó un aumento de los ingresos declarados de otro autor de esta vacuna, el subdirector del Instituto Gamaleya, Denys Logunov (hasta 37 millones de rublos). Guintsburg dijo que los códigos QR deberían introducirse rápidamente y a través de ellos segregar rigurosamente a los vacunados de los no vacunados”.

Pero no son los únicos que se están forrado. Nicolas Kolomeytsev, diputado de la Duma, miembro del Partido Comunista de la Federación Rusa, ha exigido que se comprueben los conflictos de intereses de los miembros del Centro Operativo Covid, entre ellos Tatiana Golikova (Viceprimera ministra) y Anna Popova (Rospotrebnzadzor, el Servicio Federal de Protección de los Derechos de los Consumidores y el Bienestar Humano ), porque también están directa y materialmente interesados en la producción de la vacuna Sputnik.

Kolomeytsev ha pedido que se investigue el conflicto de intereses: “Hemos sabido que Anna Popova (la directora de Rospotrebnadzor) es coautora de la patente de una de las vacunas, para la que también da permiso de uso, por lo que puede influir en los pedidos públicos y los autores de la patente reciben el 30 pro ciento de estos pedidos públicos […] También nos hemos enterado de que uno de los familiares del director del Centro Operativo (Tatiana Golikova, viceprimera ministra) es uno de los directores de la fábrica que elabora una de las vacunas más extendidas.

El Presidente de la Duma, V. Volodin, pidió que se debatiera la cuestión, y el gobierno y el primer vicepresidente del partido Rusia Unida en la Asamblea, A. Zhukov, reaccionó inmediatamente, en un claro ataque de pánico: niegan cualquier conflicto de intereses, pero no desmienten la titularidad de las patentes, ni el interés de los familiares cercanos de quienes dirigen la pandemia y la vacunación.

Al final, la Duma no se ha arriesgado a pedir al gobierno los documentos sobre el conflicto de intereses de Golikova y Popova, por lo que la desconfianza de la población hacia la pandemia y las vacunas, que ya era muy importante en Rusia, crece por momentos.

Cuba también hace un buen negocio con sus vacunas contra el coronavirus

Durante la pandemia, el intento de infantilización de la audiencia ha sido evidente, no sólo por parte de la telebasura, sino también de ciertos medios “alternativos” que han recurrido, como fuente de autoridad a países, como Cuba, que parecen estar al margen del mercado mundial y de las grandes farmacéuticas. Los oportunistas carecen de argumentos propios y recurren a las políticas implementadas por algunos gobiernos (Cuba, Venezuela, quizá incluso China) que toman como referencia. Lo que los gobiernos de esos países digan es correcto porque no procede de las multinacionales farmacéuticas sino de una autoridad pública que, además, goza de cierto prestigio internacional y carece de intereses económicos lucrativos.

Los argumentos de los oportunistas no se caracterizan por su sofisticación precisamente. La política sanitaria implementada por gobiernos, como el español, es correcta porque en países como Cuba, han procedido de la misma manera (o parecida). Luego la pandemia no es un asunto político; está por encima del tipo de régimen o de las clases sociales.

Lo mismo cabe decir de las vacunas, que en los países capitalistas pueden sembrar desconfianza, mientras que en Cuba no hay antivacunas. En un caso, son una mercancía cuya venta genera importantes beneficios privados, mientras que en Cuba se administran para proteger a la población de un virus y no se lucra ningua empresa privada.

Seguimos, pues, en la dicotomía entre lo público (Estado) y la sociedad civil, el universo de los intereses privados egoístas, es decir, en una dicotomía de hace 200 años que ya no existe.

Un esquema tan cutre corre paralelo con la aplicación de la ciencia a la industria, olvidando la aplicación de la industria a la ciencia, seguida de la privatización de ámbitos que hasta ahora eran característicos del saber, como las universidades.

Sin embargo, hoy la ciencia y el conocimiento no están sólo ni principalmente en las universidades sino en las empresas, en general, y en las emergentes, en particular. Bajo el nombre de “institutos” y “laboratorios” lo que hay son acciones, capitales, mercados, patentes y libros de contabilidad. Ocurre en la mayor parte de los países del mundo y también en Cuba.

Hoy los científicos innovan en empresas capitalistas, punteras en I+D, financiadas por capital riesgo y fondos de inversión, que a su vez han dado lugar a bolsas de valores características, como el Nasdaq. Del mismo modo, las instituciones de la biotecnología cubana no son sólo centros científicos, sino empresas y organizaciones económicas como BioCubaFarma, creada por un decreto del gobierno en 2012, que cubre la mitad de las actividades de investigación cubanas.

La ciencia también crea cierto tipo de mercancías, no en el sentido exacto en el que las definió Marx, sino en el de que la ciencia es rentable porque vende productos en el mercado, como las patentes, que tienen un precio, pagan sueldos y generan beneficios.

Hoy la farmacia y las empresas de biotecnología producen para un mercado mundial, lo cual también ocurre en el caso cubano, donde tienen que competir con los grandes monopolios, en unas condiciones muy desfavorables, como consecuencia del bloqueo económico imperialista y el hundimiento en 1990 de sus socios socialistas. A pesar de ello, Cuba no sólo es uno de los pocos países del mundo que no sólo ha sido capaz de fabricar una vacuna, sino cinco.

Es evidente, pues, que Cuba es uno de los países cabeceros en biotecnología, farmacia y medicina, lo cual es consecuencia de una poderosa industria que tiene características propias, como IncuBio, donde lo público está estrechamente ligado a la economía, a lo privado.

Las empresas cubanas no sólo producen medicamentos para su propia población sino para el mercado mundial. Exporta veinte veces más vacunas de las que destina a satisfacer su demanda doméstica. Es una característica común de las empresas emergentes. En el mercado mundial, que es capitalista, hay una superproducción de mercancías tradicionales, como el textil. Hay países, como China, que son capaces por sí solos de abastecer la demanda mundial. Para lo único que no hay superproducción es para los productos innovadores y de alta tecnología, como los fármacos, los medicamentos y las vacunas.

La naturaleza no le ha dado casi nada a Cuba; ha puesto el acento en la tecnología y, sobre todo, en la biotecnología, con grandes empresas capitalistas, como BioCubaFarma, que es “es el principal grupo empresarial del sector biofarmacéutico”.

El holding está compuesto por más de 30 instituciones en las que trabajan 10.000 especialistas, en centros repartidos por Cuba y otros países que fabrican 141 medicamentos que luego se exportan a más de 50 países. Las exportaciones cubanas de alta tecnología han estado creciendo a más de un 30 por ciento anual desde el cambio de siglo, un ritmo vertiginoso a pesar de la competencia con las grandes farmacéuticas.

Cuba no puede exportar materias primas porque no las tiene. La única manera de saldar el déficit de la balanza de pagos corriente es vendiendo mercancías de alta tecnología y para lograrlo tiene que fabricar a gran escala, mucho más allá de su mercado doméstico.

El gobierno cubano es, pues, uno de los más interesados en sostener todas y cada una de las pamplinas de la pandemia, porque en el futuro le aguarda un bocado gigantesco del mercado mundial con el que pagará muchas facturas.

Sigan poniendo el brazo, amigos y ¡ay de quien ose cuestionar la religión de la vacuna!

 

Fuentes

qg.media

verdadypaciencia

mpr21