El objetivo de las vacunas: la despoblación

En 1972 la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Banco Mundial y el Fondo de Población de las Naciones Unidas crearon un grupo de trabajo que según uno de sus integrantes, P. D. Griffin, tenía como misión investigar “el desarrollo de vacunas para el control de la natalidad”, claro eufemismo para referirse a la vacuna anti-fertilidad en la que la Fundación Rockefeller trabajaba desde 1960 además de financiar numerosos proyectos encaminados a lograr una reducción drástica de la población del planeta. Empeño al que en los últimos años se ha sumado la Fundación Bill y Melinda Gates con la colaboración de la Alianza Mundial para las Vacunas e Inmunización de la que forman parte ambas fundaciones, el propio Banco Mundial y buena parte de la industria farmacéutica.

«Todos los niños que nazcan por encima de los necesarios para mantener la población al nivel deseado deben perecer sin falta a menos que se les haga espacio por la muerte de otras personas. Por tanto debemos facilitar las acciones de la Naturaleza que provocan dicha mortalidad en vez de soñar torpe y vanamente con impedirlas; y si nos asusta la aparición demasiado frecuente de horribles hambrunas debemos facilitar e impulsar diligentemente otras formas de destrucción que proporcione la Naturaleza».
(Thomas Malthus. Ensayo sobre el principio de la población, 1798)

La Fundación Rockefeller financió en la tercera década del pasado siglo XX una investigación de George Washington Corner que permitió a éste estudiar en monos el ciclo reproductivo descubriendo junto a Willard Myron Allen la progesterona y estableciendo su mecanismo de acción en el ciclo menstrual y, por ende, su potencial para controlar la natalidad. Solo unos años después -en el Informe anual de la fundación correspondiente a 1933- se apuntaría ya la posibilidad de aplicar aquellos estudios sobre reproducción animal en los humanos. El entonces presidente de la misma, Max Mason, se había referido en múltiples ocasiones al deseo de «su jefe» de conseguir una «anti-hormona» que permitiera reducir la fertilidad en el mundo. Mason pensaba que «la solución definitiva al problema (del control de la natalidad) podía muy bien estar en los estudios sobre Endocrinología, particularmente en las antihormonas». Y de hecho el informe anual del año siguiente fue mucho más explícito: «La Fundación Rockefeller ha decidido centrar sus actuales esfuerzos en ciencias naturales en el campo de la Biología experimental (…) El trabajo de investigación se centra en la fisiología de la reproducción en monos, trabajo que se inició en la Universidad John Hopkins en 1921 y que a partir de 1923 se continuó en la Universidad de Rochester. Incluye estudios experimentales y observación del ciclo reproductivo en ciertas especies de grandes primates en los que este ciclo es muy semejante al de la especie humana. Se está estudiando el efecto de varias hormonas reproductivas interrelacionadas».

Sépase por cierto que la Universidad de Rochester se ha beneficiado durante mucho tiempo de sustanciosas donaciones de la Fundación Rockefeller y que la Universidad John Hopkins –en la que se halla la Escuela Bloomberg de Salud Pública, considerada la mayor escuela de salud publica del mundo con 530 profesores a tiempo completo y 620 a tiempo parcial- fue creada en 1916 por el patriarca de los Rockefeller y debe su nombre a las millonarias aportaciones del actual alcalde de Nueva York Michael Bloomberg. Pues bien, esos estudios con primates se convertirían en el germen de la investigación dirigida a producir vacunas anti-fertilidad, contragestacionales o abortivas en las que vamos a centrarnos en este artículo.

QUÉ SON Y CÓMO FUNCIONAN

Dentro de la lógica militarista de la Medicina Moderna -que contempla las enfermedades como una batalla entre microbios invasores y anticuerpos defensores- las vacunas anti-fertilidad vendrían a ser “traidores” que convencen a una parte de nuestro “ejército” para que se vuelva contra nosotros; concretamente contra elementos claves de la reproducción. Vacunas- siempre desde esa concepción oficial de la Medicina- que utilizarían el sistema inmunitario para crear anticuerpos contra hormonas u otras moléculas asociadas al ciclo reproductivo, tanto masculino como femenino, aunque en la mayoría de los casos la investigación se ha centrado en las mujeres. ¿Y cómo se consigue que el sistema inmunitario actúe contra el propio cuerpo y ataque hormonas que en realidad son claves para el mantenimiento de la salud y la reproducción de la vida? Pues, simple y llanamente, “engañándolo”. Concretamente asociando la hormona o molécula que se quiere convertir en blanco de los ataques a una molécula extraña de modo que los anticuerpos actúen contra el conjunto por considerarlo extraño.

Las primeras vacunas experimentadas actuaban contra moléculas de la superficie del espermatozoide y el óvulo además de la Gonadotropina Coriónica Humana (GCH), una hormona producida tras la concepción por el embrión en desarrollo y posteriormente por la placenta cuya función consiste en asegurar el mantenimiento del llamado cuerpo lúteo sin el cual no hay posibilidad de embarazo. Si esta hormona se bloquea desciende el nivel de progesterona y el blastocito -el óvulo fertilizado de 5 días- es expulsado interrumpiéndose así el embarazo. La vacuna consiste exactamente en un fragmento de la GCH unido a un vector bacteriano o viral que es el que induce la creación de anticuerpos. Asimismo se han realizado otros ensayos para bloquear la Hormona Liberadora de Gonadotropina (HLG) que se produce en el hipotálamo y que es donde se regula el flujo de esteroides.

La segunda generación de vacunas anti-embarazo tenía como blanco la capa externa del embrión, denominada trofoblasto, cuya función es ayudar al embrión a implantarse en el interior del útero y formar posteriormente la placenta. Esta otra vacuna fuerza al cuerpo a identificar la cubierta del embrión como extraña y por tanto a destruirla; teóricamente sin alterar el ciclo menstrual y por tanto sin que la mujer siquiera note que se había quedado embarazada.

RIESGOS Y PELIGROS

Bueno, pues la evaluación realizada sobre ello en 1978 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) comenzaba diciendo: «No existen directrices para evaluar la seguridad de las vacunas reguladoras de la fertilidad». En los años siguientes se hicieron esfuerzos para consensuar criterios pero, con directrices o sin ellas, el hecho es que numerosos informes y estudios publicados antes y después de ese documento identificarían una serie de efectos colaterales y riesgos. Para empezar nadie sabe cómo esas vacunas que vuelven “loca” la inmunidad pueden afectar al feto si finalmente la “vacuna” falla y el embarazo continúa. Por otra parte, y debido a su mecanismo de acción -que fuerza la inmunidad para que actúe contra el propio organismo-, es lógico que existan muchas probabilidades de que se produzcan reacciones cruzadas y desórdenes autoinmunes; es decir, que los anticuerpos creados por la vacuna se vuelvan contra otras hormonas o moléculas semejantes. En el caso de la GCH, por ejemplo, hay al menos tres hormonas -la lutropina, la folitropina y la tiropina- que tienen elementos comunes de modo que los anticuerpos formados para la primera muy bien podrían atacar a las otras.

También se descubrió que la glándula pituitaria, ciertos tipos de cáncer de pulmón y otras partes del cuerpo aún desconocidas producen la GCH lo que podría provocar reacciones imprevisibles no investigadas. Otros efectos a corto y medio plazo son reacciones de hipersensibilidad a los vectores bacterianos utilizados: toxina diftérica y tetanoespasmina, menopausia prematura con riesgo de osteoporosis, incremento en el riesgo de enfermedades cardiovasculares, fiebre, formación de abscesos estériles y dolor en el lugar de la inyección. Pero lo más grave es su efecto a largo plazo debido a que no se sabe con seguridad si su acción es reversible o puede provocar esterilización. De ahí que sea lícito preguntarse si la esterilización no es en realidad un efecto colateral sino ¡el objetivo principal de estas vacunas! ¿Podría ser ello posible? Analicémoslo retrocediendo en el tiempo -hasta finales del siglo XIX- a fin de conocer las claves del denominado “movimiento eugenista” y sus conexiones con los personajes, instituciones, fundaciones y organizaciones relacionadas con las vacunas que estamos analizando. El lector entenderá así que tal hipótesis está más que justificada.

¿QUÉ ES EL MOVIMIENTO EUGENISTA?

La Eugenesia pretende básicamente “la mejora de la especie humana” pero en realidad ha servido de justificación para proceder a todo tipo de discriminaciones, violaciones de derechos humanos, asesinatos y genocidios. Ciertamente a lo largo de la historia ha habido propuestas para “mejorar” la raza humana; las hicieron los atenienses, los espartanos y los romanos -que llegaron a sacrificar a los niños más débiles- siendo una de las más antiguas esta conocida declaración de Platón efectuada en su obra La República: “Que los mejores cohabiten con las mejores tantas veces como sea posible y los peores con las peores”. El movimiento eugenista moderno se debe en cualquier caso a las ideas que Francis Galton apuntó en un artículo que publicó en 1865 con el título Talento y personalidad hereditarios y desarrollaría posteriormente en su obra -publicada cuatro años después- El genio hereditario. Ideas que conectarían con los planteamientos de Thomas Malthus quien casi un siglo antes -en 1798- había publicado de forma anónima su famoso Ensayo sobre el principio de la población en el que incluyó frases como la plasmada al inicio de este artículo o esta otra: «En lugar de recomendarles higiene a los pobres debemos estimular los hábitos opuestos. En nuestras poblaciones debemos hacer más estrechas las calles, hacinar más gente en las casas y cortejar el retorno de la peste. En el campo debemos levantar las aldeas cerca de charcas estancadas y, sobre todo, alentar la colonización de toda suerte de terrenos pantanosos e insalubres. Pero, por encima de todo, debemos reprobar los remedios específicos para enfermedades devastadoras y refrenar a esos hombres bienintencionados pero equivocados que creen hacerle un bien a la humanidad abrigando planes para extirpar por completo determinadas enfermedades».

En 1871, con la publicación de El origen del hombre de Charles Darwin, los eugenistas se sentirían arropados por lo que consideraban una “argumentación científica”; solo que sobre su “rigor” puede cualquiera hacerse una idea leyendo estos párrafos extraídos del capítulo V: “Existe en las sociedades civilizadas un obstáculo importante para el incremento numérico de los hombres de cualidades superiores sobre cuya gravedad insisten Grey y Galton; a saber: que los pobres y holgazanes, degradados también a veces por los vicios, se casan de ordinario a edad temprana mientras que los jóvenes prudentes y económicos, adornados casi siempre de otras virtudes, lo hacen tarde a fin de reunir recursos con que sostenerse y sostener a sus hijos (…) Resulta así que los holgazanes, los degradados y, con frecuencia, los viciosos tienden a multiplicarse en una proporción más rápida que los próvidos y en general virtuosos (…) En la lucha perpetua por la existencia habría prevalecido así la raza inferior sobre la superior y no en virtud de sus buenas cualidades sino por sus graves defectos”.

Agregaremos que varios hijos de Darwin -sobrinos asimismo de Galton- fueron líderes del movimiento eugenista. Leonard Darwin fue por ejemplo presidente de la Eugenics Education Society -la sociedad eugenista londinense- y sus hermanos Horace, Francis y George formaron parte de otro grupo creado en Cambridge. De hecho fue precisamente el libro de Leonard Darwin ¿Qué es la Eugenesia? -traducido a numerosos idiomas- el que contribuyó a la popularización y difusión internacional del eugenismo.

EUGENISMO USA: LOS ROCKEFELLER

Como es fácil suponer los planteamientos eugenistas fueron inmediatamente adoptados por las poderosas familias que se estaban enriqueciendo con el petróleo, el acero y los bancos -especialmente en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania- ya que suponían un refrendo “científico” para justificar que ellos, como “seres superiores”, poseyeran grandes fortunas mientras decenas de millones de seres humanos se hallaban “merecidamente” en la miseria.

Las ideas eugenistas desembarcarían en Estados Unidos a finales del siglo XIX siendo uno de sus pioneros el inventor del teléfono, Alexander Graham Bell. Y ya en 1896 se aprobaría en Connecticut una ley matrimonial con criterios eugenistas: la prohibición de casarse a los «epilépticos, imbéciles y débiles mentales» siguiendo rápidamente el ejemplo muchos otros estados. En 1898 el biólogo Charles Davenport -a quien se considera el «padre» del Eugenismo estadounidense- comenzaría a trabajar en el centro de investigación de Cold Spring Harbor gracias a los fondos aportados por la familia Carnegie a la que posteriormente se unirían los Rockefeller para financiar la Oficina de Registro de Eugenesia en la que se almacenaron genealogías y otros datos que sirvieron como base a diversas instituciones eugenistas que estaban proliferando por todo el país.

John Harvey Kellogg -el famoso inventor de los Corn Flakes– también crearía en esa época la Fundación para la mejora de la raza en su centro de operaciones de Battle Creek (Michigan, EEUU).Y entre sus propuestas estaban la segregación, el abandono de retrasados y minusválidos e, incluso, el exterminio de criminales, pervertidos y otros. De hecho a partir de 1907 comenzarían a aprobarse en distintos estados norteamericanos leyes que permitían ya esterilizar a «idiotas, madres solteras, enfermos mentales, criminales y chicos con problemas de conducta» que en 1927 recibieron el visto bueno de la Corte Suprema. Llegando a escribir uno de los magistrados estadounidenses de mayor prestigio internacional, el juez Oliver Wendell Holmes, lo siguiente: «Es mejor para todo el mundo que en vez de esperar a que se ejecute a sus descendientes por los crímenes que puedan cometer o que mueran por su imbecilidad innata la sociedad impida que los manifiestamente inadecuados tengan descendencia». Unas declaraciones que serían citadas por los nazis en su defensa durante los juicios de Nüremberg al igual que un informe sobre los resultados de las esterilizaciones en California publicado en 1929. El propio Adolf Hitler escribió una carta al abogado estadounidense Madison Grant para decirle que su libro El paso de la gran raza -en el que éste proponía eliminar a niños defectuosos y esterilizar a los adultos sin valor para la comunidad- era “su biblia”.

El impacto de las ideas eugenistas fue de hecho tal que en 1928 había 375 cursos universitarios a los que asistían más de 20.000 estudiantes -algunos en escuelas líderes estadounidenses- que incluían como asignatura la Eugenesia. Calculándose que desde la aprobación de la ley en 1927 hasta 1963 –año en que fue abolida- al menos 64.000 norteamericanos fueron esterilizados a la fuerza. Y las esterilizaciones continuaron después porque entre 1972 y 1976 se esterilizó mediante engaños, manipulación y presiones a 3.400 mujeres de tribus indias.

EUGENISMO NAZI Y MUCHO MÁS

Como antes adelantamos algunos dirigentes nazis juzgados en Nüremberg tras la II Guerra Mundial justificaron las esterilizaciones masivas practicadas en Alemania aduciendo que se habían inspirado en los eugenistas estadounidenses. Solo que los alemanes multiplicaron los «esfuerzos» estadounidenses para “mejorar la especie”. Hasta el punto de que en un artículo publicado en Monash Bioethics Review se cita esta queja expresada por representantes del movimiento eugenista norteamericano: «¡Los alemanes nos están ganando en nuestro propio juego!» Y al menos en lo que se refiere a cifras así era: en julio de 1933 se aprobaría la Ley para la prevención de descendencia con enfermedades hereditarias que comenzarían a aplicar más de doscientos tribunales eugenésicos creados especialmente con ese propósito. Para lo cual se obligó legalmente a los médicos a denunciar a todo paciente que a su juicio sufriera un trastorno mental, epilepsia, ceguera, sordera o deformidades a fin de que fueran esterilizados mediante la aplicación de rayos X y la ablación de sus testículos u ovarios; lo que en la mayoría de los casos provocó la muerte de los infortunados. En apenas tres años las esterilizaciones ascendieron a unas 400.000.

Pero la devastación eugenésica no acabaría ahí porque pronto muchos otros países aprobarían leyes similares. Canadá esterilizaría a miles de personas -hasta los años setenta-, Suecia lo hizo con 62.000 “enfermos mentales” y minorías étnicas y raciales durante cuarenta años y Japón forzó abortos y esterilizaciones apoyándose en una Ley de prevención de la lepra. A esos países se sumarían luego Suiza, Dinamarca, Noruega, Finlandia, Estonia, Checoslovaquia, China, la India –solo en este país se esterilizó a más de ocho millones de personas entre 1976 y 1977- y Perú ayudados económicamente para ello por la Agencia de Cooperación Internacional (USAID) estadounidense y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Hasta Winston Churchill aprobó en 1913 en Reino Unido una ley que posibilitaba la esterilización forzosa que sería abolida gracias a la campaña montada por el escritor G. K. Chesterton. Otros famosos escritores británicos, sin embargo, se declararían eugenistas; como George Bernard Shaw o Herbert George Wells.

¿EL OBJETIVO? REDUCIR LA POBLACIÓN

Tras la II Guerra Mundial y los juicios de Nüremberg la Eugenesia quedó de tal forma unida a los horrores nazis que se produjo una retirada estratégica en los discursos científicos y políticos; las sociedades eugenésicas cambiarían sus nombres y lo mismo hicieron las publicaciones que contenían ese término en sus títulos. Y los eugenistas se “reciclarían” como antropólogos, biólogos, genetistas…

La verdad, sin embargo, es que las ideas eugenésicas continuaron inspirando investigaciones y políticas; de hecho los programas de esterilización se mantuvieron activos hasta bien entrados los años setenta. Sin duda por el problema de la superpoblación que se convertiría en una de las preocupaciones claves de los estados del mundo desarrollado, muy en particular de Estados Unidos que en 1965 crearía la Comisión sobre la Crisis de Población, rebautizada posteriormente como Acción Internacional sobre Población (PAI), supuesta organización no gubernamental que impulsaría la creación de otras organizaciones destinadas a jugar papeles claves en las políticas internacionales relacionadas con la población hasta el día de hoy: el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF) y la Oficina de Asuntos de Población (OPA), integrada en la Agencia estadounidense para el desarrollo (USAID).

Dejemos pues que uno de sus propios dirigentes, Thomas Ferguson -de la OPA-, explique el sentido y los objetivos de las políticas que las mismas desarrollan: «Hay un único objetivo tras nuestro trabajo: reducir los niveles de población. Así que o los gobiernos lo hacen a su manera usando métodos limpios o se encontrarán con algo similar a lo ocurrido en El Salvador, Irán o Beirut. La población es un problema político que una vez fuera de control requiere gobiernos autoritarios -incluso el fascismo- para reducirla (…) Y para hacerlo rápidamente tienes que empujar a los machos a la guerra y matar a un número suficiente de hembras fértiles». Sin comentarios.

Entre tanto los autodenominados «filántropos» intentaron poner en práctica esos «métodos limpios». El informe anual de la Fundación Rockefeller correspondiente a 1968 decía: «Afrontamos el peligro de que en pocos años estos dos métodos modernos (se refería a la píldora y al DIU) sean inviables para su uso a gran escala (…) Podremos tener métodos mucho mejores gracias a la investigación de alta calidad llevada a cabo desde aproximaciones diferentes (…) La fundación se esforzará en ayudar a llenar este importante vacío de varias formas: proporcionando apoyo a universidades y centros de investigación en Estados Unidos y el extranjero en busca de métodos de control de la fertilidad (…),desarrollando métodos anticonceptivos en biología reproductiva con implicaciones para la fertilidad humana y su control (…) y apoyando programas de investigación y docencia en departamentos de Zoología, Biología y Bioquímica». Añadiendo: «Se estima en cinco millones la cantidad de mujeres pobres o cercanas a la pobreza que necesitan servicios de control de la natalidad. La fertilidad incontrolada de los indigentes contribuye a perpetuar la pobreza, la infraeducación y el subempleo».

Como puede verse los objetivos del clan Rockefeller no habían variado a finales del siglo XX. Y en las décadas siguientes se materializarían con la ayuda de numerosos gobiernos y organizaciones internacionales. Al menos cuatro informes gubernamentales -que verían la luz entre 1972 y 1981- ofrecieron el caldo de cultivo para la puesta en marcha de operaciones de esterilización a gran escala. Entre ellas las vacunas anti-fertilidad que estamos analizando.

EL INFORME ROCKEFELLER

Ya en julio de 1969 el expresidente Richard Nixon dirigió al Congreso estadounidense un Mensaje especial sobre los problemas de crecimiento de la población en el que expuso los «peligros» a los que se enfrentaba Estados Unidos debido a ello proponiendo crear una Comisión sobre el crecimiento de la población y el futuro de América. Comisión que presidiría John D. Rockefeller y que en su informe final incluiría entre sus recomendaciones desarrollar programas educativos para mentalizar a las nuevas generaciones del problema de la superpoblación, eliminar obstáculos legales para poder acceder a los anticonceptivos, facilitar esterilizaciones voluntarias y abortos, dar prioridad total a la investigación sobre el control de la fertilidad buscando si fuera preciso capital privado, impulsar programas de planificación familiar, endurecer las restricciones a los inmigrantes, crear o implementar numerosas instituciones relacionadas con la población y diseñar un plan de «estabilización de la población».

Ese mismo año se crearía en el seno de la OMS el Programa de Reproducción Humana (HRP) -entre cuyos socios se encuentra el Banco Mundial y las ya mencionadas UNFPA y IPPF- desde el que se coordinan las acciones internacionales relacionadas con el control de la población con la conveniente apariencia de organización global bondadosa aunque en realidad se halla al servicio de las élites que operan tras las fundaciones que controlan la OMS y las Naciones Unidas desde su misma creación. Veamos más detalles de esta conexión.

EL INFORME KISSINGER

Apenas transcurridos dos años desde el Informe Rockefeller Nixon recibiría -unos meses antes de su renuncia por el caso Watergate– el llamado Memorándum de estudio para la seguridad nacional nº 200 (NSSM 200). Implicaciones del crecimiento poblacional mundial para la seguridad de Estados Unidos y sus intereses en ultramar desclasificado por el Consejo de Seguridad Nacional el 3 de julio de 1989 y conocido desde entonces como Informe Kissinger en el que el que el Secretario de Estado y Consejero para la Seguridad Nacional Henry Kissinger -que dirigió el panel sobre seguridad nacional del Proyecto de Estudios Especiales de la Fundación Rockefeller– firmó cosas como ésta: «Creemos que se necesitarán algo más que servicios de planificación familiar para motivar a las parejas a querer familias pequeñas… Este factor lleva a la necesidad de desarrollar programas de información, educación y persuasión a gran escala dirigidos a disminuir la fertilidad». Y mencionaba claramente la estrategia a seguir vía instituciones internacionales: «Los programas de asistencia poblacional del Gobierno deben ser coordinados con los de las principales instituciones multilaterales, organizaciones de voluntarios (ONGs) y otros donantes bilaterales”.

El informe -que el presidente Gerald Ford oficializó como política gubernamental en 1975- también dejaba muy claro por dónde debía ir la investigación:“El esfuerzo para reducir el crecimiento poblacional requiere una variedad de métodos de control de natalidad que sean seguros, efectivos, baratos y atractivos tanto para los varones como para las mujeres. Los países en desarrollo en particular necesitan métodos que no requieran de médicos y que se puedan utilizar en áreas rurales remotas y primitivas o villas míseras urbanas por personas que tienen una motivación relativamente baja”.

LOS INFORMES GLOBAL 2000

Aún aparecerían otros dos informes aunque ya con Jimmy Carter en la presidencia cuyos borradores se elaboraron en la OPA: el Global 2000 en 1980 y el Global Future: Time to Act (Futuro global: hora de actuar) un año después. La idea fundamental que animaban esos informes -realizados con la colaboración del Consejo sobre calidad medioambiental integrado en la Oficina ejecutiva de la Presidencia y con fuertes lazos con la industria del petróleo- era reducir la población al precio que fuera. ¿Hasta dónde estarían dispuestos a llegar? Para valorarlo basta conocer la opinión de Robert McNamara quien fue presidente de la Ford, Secretario de Defensa durante ocho años y presidente del Banco Mundial además de miembro del consejo directivo del Washington Post, diario del clan Rockefeller: «Para decirlo con sencillez: el crecimiento excesivo de la población es el mayor obstáculo para el avance económico y social de las sociedades del mundo desarrollado. Sólo hay dos formas posibles de evitar un mundo con diez mil millones de personas: o bajan rápidamente las tasas de natalidad o deberán subir las de mortalidad«.

UNA COALICIÓN INTERNACIONAL CONTRA LA POBLACIÓN

Bueno, pues para conocer lo que finalmente se coció no es preciso rebuscar en documentos secretos, prohibidos o censurados ni hacer arriesgadas suposiciones. Hay hoy en Internet suficientes documentos accesibles que permiten establecer la secuencia que demuestra la implicación de las principales instituciones internacionales en el empeño de los Rockefeller y otros por reducir la población mundial.

La propia Fundación Rockefeller reconoce en sus informes anuales -algunos ya citados- que durante la década de los sesenta dedicó ingentes cantidades de dinero a financiar la investigación de vacunas anti-fertilidad como continuación de las investigaciones que inició a principios del siglo XX con primates.

A comienzos de los años setenta el propio John D. Rockefeller dirigió un informe gubernamental en el que se recomendaba la “estabilización de la población”. Pues bien, dos años después su hermano Nelson Rockefeller se convertiría en Vicepresidente de Estados Unidos y poco después se crearía en la OMS el Programa sobre Reproducción Humana cuyos socios son el Banco Mundial, UNICEF, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y otros dos organismos cuya creación fue impulsada por la antigua Comisión sobre crisis de población que financiaba o auspiciaba el clan Rockefeller: el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF), buque insignia del eugenismo, el racismo y la esterilización forzada.

En 1972 se crearía asimismo el Programa Especial de la OMS de Investigación, Desarrollo y Capacitación en Reproducción Humana cuyo objetivo era -según un informe publicado por la OMS en 1992- «coordinar, promover, dirigir y evaluar la investigación internacional sobre reproducción humana» y que consideró como una de sus prioridades «investigar nuevos métodos de regulación de la fertilidad»; añadiendo que «la investigación sobre vacunas reguladoras de la fertilidad es un área importante en la que trabaja el programa» que en agosto de 1992 se reunió en Génova con el Comité de Dirección del Grupo sobre vacunas para la regulación de la fertilidad de la HRP y científicos de Australia, Europa, India y Estados Unidos. ¿Le extrañará al lector a estas alturas saber que entre los financiadores del Programa se cita en varias ocasiones a la Fundación Rockefeller? De hecho las principales investigaciones coordinadas por ese Programa  reciben fondos bien de instituciones ligadas al HRP, bien directamente de la Fundación Rockefeller y el Banco Mundial.

En las décadas de los setenta y ochenta hubo más de 650 científicos trabajando en 60 países en el campo de la regulación de la fertilidad -vacunas y esterilización incluidas-; y aparecen informes con los avances de la investigación valorando las ventajas e inconvenientes que ofrecen, empleando como criterio fundamental para esas valoraciones la adecuación de los hallazgos a propósitos de distribución a gran escala: producción a bajo costo, facilidad de almacenamiento, posibilidad de administración por parte de personal no médico… Y junto a eso, por supuesto, los efectos colaterales en algunos casos alarmantes; como la impotencia en hombres y la dudosa irreversibilidad en mujeres.

Sin embargo a partir de 1995 no se volvieron a tener noticias de esas “vacunas anti-fertilidad”. Siendo muy posible que fuera el fracaso de un estudio clínico de fase II en Suiza que tuvo que ser suspendido ante las graves reacciones adversas que sufrieron seis mujeres lo que marcara el principio del fin de esas “vacunas”. En cualquier caso los objetivos de sus impulsores permanecen intactos. De hecho existen indicios que apuntan que se optó por utilizar las hormonas desarrolladas en el marco de esa investigación ¡en vacunas convencionales! Una tesis que se apoya en algunos hechos constatados. En 1995, por ejemplo, el Gobierno peruano se vio obligado a suspender una campaña de vacunación antitetánica al descubrir que las vacunas eran abortivas; y lo mismo sucedió en México, Filipinas y Argentina descubriéndose luego que vacunas contra el tétanos y la rubeola también contenían GCH.

Desgraciadamente hoy la Eugenesia ha traspasado aún más la línea y ha decidido valerse de la ingeniería genética para lo cual los Rockefeller se han encargado de hacer creer al mundo que se trata de una ciencia exacta. Ciencia en cuya expansión juega hoy papel protagonista otro “filántropo” de nuevo cuño: William Henry Gates III, más conocido como Bill Gates.

BILL GATES ENTRA EN ESCENA

Y es que el fundador de Microsoft pediría en 1994 ayuda a su padre a fin de «utilizar sus recursos para promocionar la salud reproductiva e infantil en los países en vías de desarrollo». Claro que su progenitor, William Henry Gates II, tenía experiencia en ese campo ya que había sido uno de los impulsores de la Federación Americana para la Planificación Familiar creada por la segregacionista y partidaria de la esterilización Margaret Sanger, miembro destacado de la Sociedad Americana de Eugenesia junto con el abuelo de Bill: William Henry Gates I.

Sería así pues como padre e hijo crearían la Fundación William Henry Gates, germen de la actual Fundación Bill y Melinda Gates en la que el padre de Bill «conduce la visión y la dirección estratégica» y comparte presidencia con su hijo y la esposa de éste. Como cabía esperar la autopresentación de la fundación en su web tiene el habitual tono eufemístico y grandilocuente de este tipo de organizaciones creadas por los “amos del mundo” que se presentan como benefactoras de la humanidad: «Guiada por la creencia de que todas las vidas tienen el mismo valor la fundación trabaja para ayudar a todas las personas a conseguir una vida productiva y saludable». Palabras que cobran su significado real si recordamos que Bill se declaró admirador de Thomas Malthus y que durante su intervención en el TED Talks de 2010 dijo lo siguiente tras convertir en una ecuación matemática el problema del crecimiento de la población: «Si hacemos un buen trabajo con nuevas vacunas, atención sanitaria y servicios de control de la reproducción -un eufemismo para no decir abortos- quizás podamos reducirla en un 10 o 15%«.

Claro que a nadie debería extrañarle cómo materializa Bill Gates sus impulsos malthusianos porque durante años ha dedicado cientos de millones de dólares a financiar proyectos para promocionar cultivos transgénicos, agroquímicos y pesticidas, ha aportado fondos al programa del Gobierno estadounidense Feed the Future para introducir maíz transgénico en África y ha colaborado con la Fundación Rockefeller para impulsar la Alianza para una Revolución Verde en África (AGRA). Es decir, para implantar en ese continente -como ya hicieron en Iberoamérica e India- el modelo industrial capitalista de agricultura que lleva a la pobreza y a la ruina a decenas de miles de agricultores poniendo la producción agrícola en manos de unas pocas multinacionales; como Monsanto, empresa de la que Bill Gates es dueño desde 2010 de medio millón de acciones. Es más, según La Vía Campesina el 80% de las inversiones de Gates están hoy relacionadas con la biotecnología, nuevo medio tecnológico para desarrollar el Eugenismo siguiendo un camino que en realidad iniciaron los Rockefeller en 1943 con los primeros experimentos de modificación genética en el llamado «arroz de oro» (que, por cierto, fue un fracaso).

En cualquier caso el proyecto estrella de Bill Gates es la Alianza GAVI (Alianza Global para Vacunas e Inmunización), proyecto que puso en marcha en el 2000 y en el que junto a la Fundación Rockefeller, el Banco Mundial, la UNICEF y la OMS también participan gobiernos y centros de investigación así como la Federación Internacional de la Industria del Medicamento (IFPMA) que agrupa a 55 asociaciones nacionales en países desarrollados y en vías de desarrollo. Todos unidos con el objetivo de vacunar a cada ser vivo del planeta de buen grado, por la fuerza… o mediante tecnologías de última generación como las nanopartículas. Lo que hace inferir que su proyecto de vacunas anti-fertilidad a gran escala acabó fracasando y de ahí su nuevo “proyecto humanitario”.

Jesús García Blanca