Covid-19: síndrome autoinmune de laboratorio

Catedrática de Procesos Diagnósticos Clínicos y profesora jubilada de Bioquímica, Inmunología y Técnicas Instrumentales de Análisis, además de Homeópata y Terapeuta Gestal, la doctora Mª José Martínez Albarracín lleva más de un año investigando en profundidad la verdad sobre el supuesto coronavirus bautizado como SARS-CoV-2 que se ha “expandido por todo el planeta infectando a millones de personas y llevado a la muerte a cientos de miles”. No duda de que los enfermos diagnosticados como afectos de Covid-19 sean reales pero niega que se trate de una enfermedad infecciosa y afirma que ni las medidas que se han adoptado, ni las PCR que se usan para su diagnóstico, ni las vacunas tienen sentido; es más, asevera que éstas son no solo ineficaces sino peligrosas. Pertenece a la veintena de médicos (tanto convencionales como naturales) e investigadores que pusieron en marcha el llamado Proyecto Covid-20 que acaba de dar a conocer un demoledor y riguroso informe en el que se explica que buena parte de los casos graves atribuidos al coronavirus tienen en realidad origen tóxico. Ha colaborado asimismo en el informe sobre los peligros de las vacunas para la Covid-19.

Es llamativo que la inmensa mayoría de la sociedad siga aún creyendo que la Covid-19 es una enfermedad infecciosa provocada por un presunto coronavirus bautizado como SARS-CoV-2. No hay al parecer manera de que la gente comprenda que esa tesis tiene la misma verosimilitud que la creencia de que un virus llamado VIH es el causante de una enfermedad llamada SIDA. Hay muchas similitudes entre ambos casos. El SIDA es un “síndrome” y la Covid-19 también. Y eso significa que no se puede determinar la causa precisa de su patogenia. Solo que en el caso actual la diversidad sintomática de los presuntos infectados es tan impresionante –va desde asintomáticos hasta casos mortales o persistentes con secuelas de autoinmunidad- que es imposible que pueda ocasionarlos un solo agente y, menos aún, un virus. No entiendo pues cómo los virólogos y los médicos lo aceptan.

Según el el conocido biólogo alemán Stefan Lanka, el supuesto SARS-CoV-2 no se ha aislado y además no sería la causa de la pandemia que dicen nos asola pero es que, además, Lanka cuestiona toda la Virología ya que afirma que no existe ningún virus patógeno. En cambio el profesor Máximo Sandín, de cuyos trabajos nos hemos hecho eco igualmente, sí cree en su existencia, en su potencial infeccioso y es de los que piensa que se trata de una quimera, de un virus fabricado en laboratorio. Me parecen muy interesantes los postulados del Dr. Stefan Lanka y en lo fundamental estoy de acuerdo con él pero respecto a las enfermedades transmisibles me parece importante distinguir entre el mensaje, el mensajero y el receptor del mensaje. En el ámbito biológico un mensaje es información inteligible, el receptor cualquier organismo que entra en resonancia o sintonía vibratoria con él y el mensajero el soporte por el que se transmite y puede ser de muy diverso tipo, incluido material genético. El problema es que la Biología convencional academicista hace al mensajero responsable -o culpable- del mensaje. En cuanto a la opinión del Dr. Máximo Sandín -y de la Dra. Mae-Wan Ho- me parece relevante destacar la toxicidad a que sin duda da lugar manipular la información genética. Es el caso de la elaboración en laboratorio de quimeras vacunales y de cualquier tipo de organismo genéticamente modificado (OGM). Y me gustaría destacar en ese sentido la opinión de Piotr Garaiev y Vladimir Poponin sobre la toxicidad genética inducida por la descontextualización de los textos genéticos al utilizar por ejemplo el sistema CRISPR.

Se llama “sintonía vibratoria” a que todo organismo viviente emite mensajes energéticos de distinto tipo mediante frecuencias vibratorias (fotónicas, electromagnéticas, escalares…) que cuando se encuentran con otras que vibran en la misma frecuencia se “armonizan”, es decir, entran en armonía, en resonancia. Cuando el mensaje que emite por ejemplo un organismo humano en estado de inflamación aguda resuena en otro organismo humano porque las condiciones de ambos cuerpos son similares (genética similar y/o epigenética similar: ambiente, alimentación, estrés, conflicto biológico, etc.) se repite la vibración y de esta manera se puede ocasionar un estado inflamatorio en las condiciones más o menos similares que pueda reproducir el receptor (esta hipótesis supone que el ADN tiene función energético-vibratoria y puede comportarse como un resonador). La transmisión puede producirse por diferentes vías -en algunos casos con mero soporte vibracional- pero una de ellas es apoyándose en las moléculas que codifican información genética (ADN y ARN) e incluso péptidos. Esta resonancia específica -propia de una especie biológica- tiene la función de mantener el equilibrio genético de una población determinada en unas condiciones determinadas.

Garaiev y Vladimir Poponin son biofísicos rusos que estudiaron la relación del ADN con la energía vibratoria. Sobre Poponin lo más conocido es su experimento del llamado «ADN fantasma» que consiste, de forma muy resumida, en la capacidad del ADN para crear un campo -llamado /Campo Nuevo/– que organiza los fotones que hay distribuidos al azar y, por tanto, interacciona con la energía de la luz. En cuanto a Garaiev [muerto en misteriosas circunstancias hace unos meses, tras anunciar que tenía pruebas de que el SARS-Cov₂ era una quimera de laboratorio y que podía eliminarse mediante ondas de luz] es un científico fascinante y uno de los principales impulsores del instituto Linguistc Wave Genetics que estudia la genética basada en ondas. Según este investigador el aparato genético de los organismos vivos en la Tierra no solo opera a nivel material o físico sino también mediante ondas y campos por lo que es capaz de transferir información genética a través de ondas electromagnéticas y acústicas. El genoma de los organismos superiores funciona pues como una bio-computadora que utiliza campos sónicos y electromagnéticos como medio de intercambio de información y datos regulatorios estratégicos entre células, tejidos y órganos del biosistema. Cabe señalar que el enfoque principal de la teoría del genoma de ondas está en el 98% del ADN no codificante de proteínas que, de manera absurda, se denominó “ADN basura” cuando en realidad es la estructura «intelectual» clave de todas las células de un organismo, incluido el cerebro. Es esa parte de los cromosomas la que opera en la onda, en el nivel «ideal» (campo fino). El componente ideal -que puede llamarse supergenético continuo- es un holograma, formación vital estratégica que asegura el desarrollo y la vida de los seres humanos, animales y plantas.

La técnica CRISPR -que se basa en manipular el ADN haciendo cortes para un simple “copia y pega”- y la fabricación de vacunas quiméricas altera el «texto» y el «contexto» de la misma forma que un disco dañado altera la transmisión del mensaje codificado en él. Pues bien, las quimeras -organismos o constructos de información genética de varias especies diferentes como dicen que es el SARS-CoV-2 y las vacunas para combatirlo quizás puedan transportar información a las células de esas y otras especies pero resultan tóxicas porque actúan en un contexto desnaturalizado. Y en ese sentido la proteína espiga (o proteína S) de las vacunas es genéticamente tóxica.

La Covid-19, por tanto, no es una enfermedad sino un síndrome. En un sentido nosológico ni es una enfermedad ni la produce un coronavirus. Ni siquiera el hecho de que pueda estar desencadenada por un proceso infeccioso asociado a un coronavirus, a otros virus o incluso a hongos y bacterias -como se está comprobando actualmente en clínica- implica que haya relación causal. El proceso inflamatorio que puede iniciar la información transmitida por lo que llamamos «virus» o la disbiosis que supone una infección fúngica o bacteriana da lugar en el organismo a una reacción inflamatoria que tiene la función de recuperar el mejor equilibrio fisiológico posible en las condiciones actuales. El hecho de que la inflamación se descontrole y sea muy agresiva -incluso mortal- supone que el organismo no ha sido capaz de recuperar el equilibrio debido a las malas condiciones previas en que se encontraba o a la toxicidad del estresor.

El problema es que bajo la etiqueta Covid-19 se incluyen situaciones, dolencias, síntomas y cuadros clínicos muy diferentes. Se está considerando «caso Covid» cualquier cuadro clínico -e incluso no clínico ya que se habla de «enfermos asintomáticos»- que tenga toda persona que da positivo a una PCR. Se está hasta incluyendo -al menos como caso «sospechoso de Covid»- cualquier proceso respiratorio o digestivo disfuncional. Por eso si da negativo se repite y repite una y otra vez el test hasta que de positivo aunque otras veces lo que se encuentran son bacterias patógenas resistentes. Podría decirse entonces que la mayoría de las personas que se han diagnosticado como “casos Covid” padecían simplemente una gripe común o afecciones respiratorias debidas a otras causas -por ejemplo a causa de la contaminación ambiental- pero que hay una minoría que sí se caracteriza por padecer fuertes reacciones inflamatorias y tromboembolismos. Y a quienes los sufren les llamo «casos de Covid grave». Y es que en esta supuesta pandemia está ocurriendo algo inaudito en clínica: que el diagnóstico principal se haga en base a un test. Solo que la falta de rigor de la PCR es tal que cualquier gripe se considera «caso Covid» como demuestra el hecho de que la gripe haya «desaparecido» oficialmente en todo el mundo. La gripe y los catarros estacionales. La inmensa mayoría de aquellos a los que se ha diagnosticado como «caso Covid» son solo personas con catarro o gripe. Ahora bien, hay otras que sufren un cuadro clínico grave y es a las que consideramos casos auténticos. Y para diferenciarlos les llamamos casos de “Covid grave”. Y ese cuadro No lo produce realmente el SARS-CoV-2.

En los últimos años se ha comprobado que el número de neumonías inflamatorias ha aumentado mucho. Pasa sobre todo desde que se introdujo en la vacuna de la gripe estacional el antígeno H1N1 pandémico, el del virus de la gripe A que llevó en 2009 a la OMS a declarar otra falsa pandemia. Se trata de un antígeno generado artificialmente y, por ello, bastante tóxico (1).

Durante el invierno/primavera de 2019-2020 hubo un aumento importante de síndromes inflamatorios con neumonía atípica y tendencia a la trombosis que se consideró «la primera ola Covid». Y fue eso, sumado a la campaña de terror informativo y a las declaraciones de la OMS, lo que dio lugar al elevado pico de mortalidad que refleja la estadística MoMo (sistema de vigilancia de la mortalidad diaria por todas las causas). Ahora bien, ¿cuántas de esas muertes se debieron realmente a la «Covid grave», cuántas se le adjudicaron por dar positivo a una PCR y cuántas porque a las personas se las dejó sin tratamiento terapéutico? Yo tengo claro que la gravedad y la mortalidad están muy relacionadas con la campaña previa de vacunación antigripal (2)

Es importante distinguir entre la fisiopatología de la /Covid-19 y su patogenia, es decir, entre la descripción de cómo se alteran las funciones del enfermo grave y la forma en que la causa o causas producen esa alteración.

La fisiopatología del Síndrome Covid Grave consiste esencialmente en un cuadro inflamatorio intenso con desregulación inmune hacia lo que se llama perfil TH2 y afectación predominantemente vascular con endotelitis y tendencia a las trombosis. La endotelitis (inflamación del endotelio formado por las células epiteliales que recubren el interior de los vasos sanguíneos) es particularmente importante porque dificulta la circulación sanguínea favoreciendo la trombosis y la formación de NETs. Afecta a todo el organismo pero especialmente a las zonas que, como el pulmón, tienen un delicado árbol vascular y necesitan mucho aporte de sangre. El daño a los vasos favorece también la neoformación vascular aberrante y la fibrosis pulmonar en un intento desesperado del organismo de recuperar el equilibrio circulatorio. Esto explicaría las secuelas respiratorias «post-covid».

No estamos ante una enfermedad infecciosa sino ante un problema autoinmune por daño a las mitocondrias. El problema autoinmune es obvio puesto que el cuadro inflamatorio de la «Covid grave» se corresponde muy bien con un síndrome hemofagocítico (proceso caracterizado por la proliferación y activación anómala de macrófagos y linfocitos inflamatorios) y a mi juicio los síndromes hemofagocíticos son característicos de procesos tóxicos o degenerativos del llamado sistema inmune. Hasta ahora se habían observado principalmente en niños, a veces después de determinadas vacunaciones, por lo que habría que estudiar la posibilidad de que sean ocasionados por desregulación de los gammaretrovirus endógenos.

Cuál sería la causa de esa desregulación y cómo y por qué se produciría: Todas las vacunas víricas para humanos, porque están cultivadas en células embrionarias de otras especies animales que contienen sus propios virus, entendidos éstos como paquetes de información genética con función regulatoria. Y al realizarse ese cultivo interespecie se producen recombinaciones víricas quiméricas que resultan tóxicas por transmitir a las células mensajes aberrantes. Si la recombinación se produce entre gammaretrovirus -que tienen funciones muy importantes en la regulación de la inmunidad innata- se favorecería un tipo de respuesta alterada como es el síndrome hemofagocítico. Otros investigadores, como Judy Mikovits, hablan simplemente de infecciones por gammaretrovirus animales transmitidos por las vacunas pero, tanto en mi opinión como en la del Dr. Lanka, los virus no son «infecciosos», entendido en el sentido convencional de la palabra. El daño a las mitocondrias técnicamente se produce por desregulación a la baja de la expresión en la célula endotelial del receptor ACE2, proteína de la membrana celular con función enzimática que se encuentra distribuida por todo el organismo cumpliendo numerosas funciones. Una de ellas la regulación de la presión arterial y, por tanto, del flujo sanguíneo a numerosos tejidos y órganos. También es receptor de diversas proteínas codificadas por retrovirus endógenos como las sincitinas y las sinapsinas, con funciones específicas como la formación de la placenta, la unión óvulo-espermatozoide en la fecundación, la maduración testicular y la transmisión del impulso nervioso en las sinapsis neuronales. La toxicidad mitocondrial ha sido puesta de manifiesto por un reciente estudio aparecido en Circulation Research en el que se demuestra que la spike protein (proteína espiga o proteína S) -es decir, la proteína de punta del coronavirus que es lo que las vacunas génicas para la Covid-19 obligan a fabricar a nuestras células- es capaz por sí misma de dañar las mitocondrias de las células endoteliales de los vasos sanguíneos al desregular a la baja la expresión del receptor ACE2. Esto obliga a la célula a sustituir la respiración aerobia y la fosforilación oxidativa celular por el mecanismo mucho menos eficiente de la fermentación para producir ATP y es la razón por la que los enfermos graves tienen elevado el marcador enzimático LDH. Indica que se está produciendo un exceso de fermentación celular debido a la incapacidad para nutrirse energéticamente con la respiración aerobia dependiente del oxígeno.

Esto, entonces, es una especie de pandemia de iatrogenia. En personas relativamente sanas con un sistema inmune competente los cuadros gripales se solucionan espontáneamente y una hipotética infección por coronavirus no sería más que un cuadro gripal. Si una gripe se complica con un síndrome inflamatorio del tipo que denominamos “Covid grave” en una persona sin patología previa de base, es debido a una causa tóxica o iatrogénica.

El profesor Alfred Hässig planteaba que lo que llamamos SIDA es en realidad una enfermedad hipercatabólica que no tiene un origen infeccioso sino relacionado con un desequilibrio del medio interno. Estamos ante un problema similar. En la “Covid grave” siempre está desequilibrado el medio interno. El concepto de enfermedad hipercatabólica es más fácilmente aplicable a una enfermedad de curso crónico pero en los cuadros inflamatorios o infecciosos graves como la sepsis o el shock tóxico -y probablemente en la «Covid grave»- se dan mecanismos similares con desplazamiento metabólico-endocrino hacia la simpaticotonía y activación del eje hipofisario-suprarrenal. Lo grave es que ese desplazamiento requiere un transporte y utilización de glucosa y oxígeno celular aumentado, mientras que la proteína espiga tóxica lo disminuye facilitando la anoxia celular y dificultando con ello la resolución del cuadro clínico.

Los linfocitos T4 o CD4 -que son los reguladores de la respuesta inmune adaptativa- están en intima conexión reguladora con el sistema neuroendocrino. T. R. Mosmann y R. L. Coffman describieron el perfil citoquímico reversible de los linfocitos CD4 y demostraron que en estas células podían diferenciarse dos grupos diferentes denominados células Th1 y Th2. Las Th1 segregan principalmente IL-2, IL-12 e IFN gamma, que estimulan las reacciones celulares. Y las Th-2 producen preferentemente IL-4, IL-6 e IL-10 que estimulan las reacciones inmunocelulares humorales. Sabemos que las vacunas inducen principalmente la producción de anticuerpos y, por tanto, inmunidad humoral con lo que favorecen el clivaje del sistema hacia una hipotética defensa antitóxica (característica del perfil Th2) dificultando que se realicen las imprescindibles tareas de limpieza y regeneración celular propias del perfil Th1 ya que la misión del sistema inmunitario es preservar la individualidad del organismo, determinada genéticamente. Este clivaje mantenido del sistema hacia la inmunidad humoral es en realidad una inmunodeficiencia y favorece -por ejemplo- el desarrollo de tumores.

En casos graves de Covid-19 es importante evitar el estrés -incluido el emocional que induce el miedo- y los tóxicos de todo tipo; especialmente las vacunas antigripales y las vacunas para la Covid-19. Se debe además potenciar la salud mediante una alimentación adecuada y recurrir a remedios naturales en caso de enfermar siguiendo un tratamiento lo menos tóxico posible; por ejemplo terapias oxidativas para regular y modular los procesos inflamatorios, oxidar tóxicos y gérmenes patógenos y producir una potente antioxidación interna. Y es preciso cambiar completamente el enfoque terapéutico ya que los medicamentos antivirales están totalmente desaconsejados por su toxicidad.

Y en cuanto a toxicidad hemos analizado cuatro tipos de vacunas: de ARN encapsulado, de ADN vectorizado, de subunidades proteicas y de virus inactivados. Empecemos por las de ARN mensajero.

Las nuevas vacunas de ARNm de Pfizer y Moderna contienen N-metilpseudouridina -un nucleósido modificado artificialmente en lugar de uridina que es el nucleósido natural- y codifican un péptido (un conjunto de aminoácidos) optimizado de longitud completa de la glicoproteína S encapsulada en nanopartículas lipídicas (LNP) que contienen polietilenglicol y colesterol. En definitiva, la vacuna genera una versión artificial de una supuesta proteína del coronavirus envuelta en nanopartículas que contienen componentes tóxicos. El problema es que para que esas proteínas artificiales puedan unirse al ARN, que tiene carga negativa, es necesario que contengan también lípidos catiónicos, es decir, con carga positiva. Y está demostrado que esos lípidos (3) son altamente tóxicos para las células, especialmente las hepáticas. También están descritas las reacciones alérgicas y anafilácticas al polietilenglicol; pueden causar incluso la muerte. Es de destacar que en los ensayos clínicos fase 1 de BioNTech (para valorar dosis-eficacia) se comprobó la misma eficacia (producción de anticuerpos) con 10 microgramos que con 30 de ARN ¡pero la toxicidad aumentaba al aumentar la cantidad! Bueno, pues a pesar de ello se decidió seleccionar la dosis más alta, administrar también una segunda dosis ¡y ya se está anunciando la tercera para el otoño! En cuanto al ARNm de Moderna hay que señalar que es una dosis muy alta (100 microgramos) por lo que inducirá aún mayor toxicidad. Además hay otros dos tipos de vacunas de ARNm sintético que también han entrado en fase de pruebas. CureVac está haciendo un ensayo de eficacia y seguridad -a la vez- a base de uridina sin modificar. Y en verano Arcturus Therapeutics y el Imperial College /de Londres comenzarán un ensayo fase 1 de lo que llaman vacunas autoamplificadoras que multiplicarán de forma indefinida la producción de la proteína espiga por lo que permanecerá mucho más tiempo en sangre y se acumulará en órganos diana. En suma, la toxicidad de ambas vacunas será muy superior.

Para fabricar esas vacunas es imprescindible disponer de las proteínas y la información genética del SARS-CoV-2 y no consta que exista y se haya aislado tal coronavirus. ¿De dónde obtienen pues la proteína espiga sintética que llevan? El supuesto /SARS-CoV-2 /sería un virus quimérico construido con fragmentos genéticos de distintas especies y montado sobre un esqueleto genético de murciélago de herradura. Esto puede haberse hecho perfectamente en un laboratorio avanzado pero eso no implica que esté circulando entre la población. La proteína espiga estaría así codificada por una determinada secuencia de ARN del virus quimérico y sería también una proteína quimérica que contendría inserciones peptídicas humanas pues de lo contrario no podría interactuar con el receptor celular humano. Por eso los anticuerpos producidos en los vacunados interactúan de forma cruzada con tejidos humanos comportándose como autoanticuerpos(4). Para fabricar el genoma codificante de esta proteína quimérica pueden utilizarse plataformas de ARN pero es más rápido y barato utilizar reactores de bacterias E. coli transgénicas con la información necesaria en su genoma y transcribir el ARN desde el ADN bacteriano. Ahora bien, eso conlleva en estas vacunas (5) problemas de residuos de ADN bacteriano si no se ha hecho una escrupulosa purificación. Y cuando se fabrican rápidamente millones de dosis es que no se es demasiado escrupuloso.

Los problemas más graves, pues, que pueden generar tales vacunas no son pocos así que voy a sintetizar (6). Empecemos hablando de la distribución del ARN vacunal. Está demostrado que no se queda en el lugar de la inyección sino que se distribuye a través de la sangre por todo el organismo pudiendo atravesar la barrera hematoencefálica y llegar al cerebro. De hecho es bien conocido en Neuroinmunopatología el importante papel que juega la proteína S o espiga. Además las proteínas unidas al ARN vacunal sufren cambios en su conformación que las hace adquirir conformación priónica con la posibilidad de generar demencias tipo alzheimer. Por lo que se refiere a las denominadas homologías de secuencia del ARN vacunal (epítopos inseguros) hay al menos dos publicaciones que demuestran que los anticuerpos contra la proteína espiga reaccionan de forma cruzada con ¡28 tejidos humanos! Luego están los problemas derivados de la interacción con el receptor ACE2. Es un aspecto realmente preocupante porque dicho receptor celular está presente en casi todo el organismo ya que, entre otras cosas, tiene que ver con la regulación de la presión sanguínea arterial y, por tanto, con el aporte de oxígeno a los tejidos. Hay varias publicaciones (7) que demuestran que la proteína S por si sola es capaz de producir cambios en la señalización celular que afectan al sistema inmune reprogramando las respuestas inmunitarias tanto innatas como adaptativas y favoreciendo respuestas inflamatorias ante hongos y bacterias oportunistas a la vez que interacciona en la ruta de los receptores de citocinas. Es decir, que produciría el cuadro clínico que caracteriza a la «Covid grave». De hecho se están viendo en clínica cuadros de «Covid grave» en personas vacunadas. La interacción con ACE2 explicaría también los trombos y la endotelitis producida por desregulación a la baja de ACE2 en las células endoteliales vasculares que induce la proteína S (8). Esta proteína -que como antes comenté es la que las vacunas de ARN hacen fabricar a nuestras células- daña las mitocondrias de las células endoteliales ocasionando la patogenia de la «Covid grave». Otros órganos con importante expresión de ACE2 son riñón y corazón lo que podría estar en el origen de las miocarditis post-vacunales observadas incluso en adolescentes. La ACE2 también se expresa en el sistema nervioso, concretamente es el receptor de las sinapsinas, proteínas imprescindibles para una adecuada neurotransmisión por lo que su daño por la proteína S puede ocasionar problemas de comportamiento y memoria, entre otras patologías neurológicas. Por último cabe decir que las ACE2 se expresan especialmente en los órganos reproductores -sobre todo en los testículos y la placenta- y son imprescindibles para su maduración lo que explicaría el elevado número de abortos que se produce en las gestantes vacunadas. Otro grave problema es el denominado Síndrome ADE/ (por Antibody-dependent enhancement o Amplificación de la infección dependiente de anticuerpos). Es uno de los principales y más documentados problemas que presentan las vacunas para la /Covid-19. Y no solo las de ARNm sino todas, incluyendo las de virus inactivados, de antígenos proteicos y de ADN vectorizado. Por último, no olvidemos la posible inserción genómica del ARN vacunal en el ADN que puede ocasionar cambios a largo plazo en la expresión génica.

Los posibles problemas de las vacunas menos conocidas de ADN vectorizado que fabrican Astra Zeneca, Janssen, Sputnik y Cansino son, sobretodo, la toxicidad. Los fármacos génicos de ADN vectorizado -categoría a la que pertenecen esas vacunas- se están ensayando desde los años noventa del pasado siglo XX y no se han podido comercializar debido a su elevada toxicidad. Esta supuesta pandemia ha sido una ocasión idónea para “darles salida” y rentabilizar la inversión que las farmacéuticas hicieron en su estudio. Son vacunas diseñadas para entrar en el núcleo de la célula y a partir de ahí iniciar el proceso de transcripción y traducción a proteínas. En general se comportan de manera similar a las de ARNm con la característica de que son más proclives a producir trombocitopenia trombótica, fenómeno autoinmune ocasionado por los adenovirus empleados como vectores y que no es infrecuente como se nos intenta hacer creer. Es conocido desde hace bastante tiempo como lo demuestran las publicaciones científicas al respecto (9). Estas trombosis se están observando en vacunados para la Covid-19 incluso en grandes arterias como la carótida o las cerebrales. Y se trata de un fenómeno rarísimo en clínica debido a que la sangre circula a presión por las arterias y están siendo causa de muerte por ictus e infarto. También se está observando con frecuencia muertes por hemorragias digestivas muy difíciles de tratar. Los adenovirus secuestran plaquetas -especialmente en el territorio de la vena porta (bazo e hígado)- y eso favorece las trombosis y hemorragias en el aparato digestivo.

Hay un tercer grupo aún en desarrollo por Novavax y Sanofi/GSK. Tienen un diseño más clásico basado en antígenos. No utilizan la proteína S completa sino determinados fragmentos antigénicos para provocar la formación de anticuerpos. Son más parecidas a las actuales vacunas antigripales o contra la hepatitis. He leído que Novavax, que parece ser la primera que va a comercializarse, ha utilizado la proteína purificada que está codificada por la secuencia genética de la proteína S del SARS-CoV-2 y se produce en células de insectos.

Las vacunas chinas de virus inactivados: Sinovac y Sinopharm al parecer se están utilizando en Iberoamérica pero no en Europa. Estas vacunas son también de tipo clásico, es decir, basadas en cultivos virales. Han sido testadas en animales y por eso se conoce bien su ineficacia y peligrosidad ya que todos ellos -incluidos simios- enfermaron o murieron al ser desafiados con virus similares (10)

El principal problema de todas las vacunas para la Covid-19 es que pueden dar lugar al Síndrome ADE, a una enfermedad aún más grave cuando el vacunado se expone luego a cualquier virus. Es un efecto adverso común a todas ellas debido a las características de los coronavirus y al tipo de reactividad inmune que producen. Se ha comprobado exhaustivamente. Es particularmente preocupante en las personas de edad así como en las de raza negra y mestiza porque son más susceptibles a desarrollarlo. Nos llama particularmente la atención, por ejemplo, que los estudios clínicos fase 3 de la vacuna de ARNm de Pfizer se haya probado en tan pocas personas mayores de 70 años y de las razas citadas (11). En cuanto a las vacunas génicas son un experimento en masa que se está haciendo sin garantías y eso es inaceptable. Para aprobarlas han tenido que modificarse leyes por vía urgente con la excusa de la pandemia ya que estaba prohibido experimentar en humanos inoculándoles organismos genéticamente modificados. Es vergonzoso.

Se afirma que en algunas vacunas se están introduciendo nanochips. Es una posibilidad que no descarto pero no creo que las vacunas actuales los contengan. Otra cosa es que pueda haber en ellas algunos nanocomponentes no declarados como en 2017 demostraron Antonietta Gatti y Stefano Montanari. Los hay en casi todas las vacunas de uso humano.

El proyecto de la Comisión Europea Combating 2019 n-CoV: Advanced Nanobiosensing platforms for POC global diagnostics and surveillance (Combatiendo la Covid-19: plataformas avanzadas de nanobiosensores para diagnóstico y vigilancia global de POC)(12) está financiado con 2.547.152 euros, en España lo coordina el Instituto Catalán de Nanociencia y Nanotecnología, su periodo de desarrollo es de 10 de marzo de 2020 a 9 de marzo de 2022 y se trata de un método que usa biosensores nanofotónicos en formato Point-of-Care (POC) para la detección e identificación en tiempo real del SARS-CoV-2/y otros coronavirus. También se está investigando con hidrogeles inteligentes. Y hay otra iniciativa de la Unión Europea dentro del Proyecto CORDIS sobre transgénesis persistente para conseguir modificaciones genéticas en la especie humana que sean duraderas y transmisibles a la descendencia. Es el llamado Smart multi- Stimuly responsive Supports for controlled cell growth (Soportes inteligentes multiestimulantes sensibles para el crecimiento celular controlado) que se desarrolló entre 2014 y 2016 y coordinó un equipo de la Universidad Técnica de Graz (Austria). También existen varias patentes sobre dispositivos de identificación por radiofrecuencias o RFID (por las siglas de Radio Frequency Identification) para poder almacenar y recuperar datos remotos mediante transpondedores. El propio Bill Gates reconoció en junio de este año que trabaja desde hace tiempo en implantar mediante microagujas un nanochip que se disuelve bajo la piel dejando unos «puntos cuánticos encapsulados» que permitirán saber -entre otras cosas- quién se ha vacunado y qué vacuna se inoculó. La compañía que trabaja en ello se llama ID2020 [nombre que comparte además con un programa de GAVI, la Alianza Global por la Vacunación, de Bill Gates, y la ONU] y pertenece a Microsoft. Y no hablamos de algo nuevo. La Casa Blanca ya anunció abril de 2013 -la misma fecha en que se inició el Proyecto CORDIS– la Iniciativa BRAIN. Hoy cuenta con el apoyo de varias agencias federales y decenas de empresas de tecnología, instituciones académicas, científicos y entidades clave en el campo de la Neurociencia. Hasta DARPA, la agencia de investigación del Ejército estadounidense, está involucrada en BRAIN. Es evidente que el objetivo no declarado es el control absoluto de la población por parte de una élite cada vez más ebria de poder. Mi opinión es que con la Covid-19 se está testando el grado de tolerancia de la sociedad para saber cuándo podrán poner todo en marcha.

Está claro que se pretende imponer un sistema de pensamiento único y para conseguirlo […] me temo que la situación va a llegar a límites extremos. Es pues una aberración pero también una excelente oportunidad para poner en cuestión las acciones, valores e incluso el sentido de muchas de las instituciones que nos han traído hasta aquí. Hay que hacer cambios completos y radicales que solo será posible acometer si somos capaces de perder el miedo y regirnos por la autocrítica y la ética. Ojalá sea así.

Referencias

(1) Makoto Hibino y Tetsuri Kondo. Interstitial Pneumonia Associated with the Influenza Vaccine: A Report of Two Cases. Internal Medicine. 2017.

(2) Christian Wehenkel. Positive association between Covid-19 deaths and influenza vaccination rates in elderly people worldwide./ Peer Journal, oct 2020.

(3) http://enformtk.u-aizu.ac.jp/howard/gcep_dr_vanessa_schmidt_krueger/

(4) https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fimmu.2020.617089/full/

(5) http://enformtk.u-aizu.ac.jp/howard/gcep_dr_vanessa_schmidt_krueger/

(6) https://biologosporlaverdad.es/vacunascovid19.pdf/

(7) https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33440640/ https://europepmc.org/article/PPR/PPR334978/

(8) https://www.ahajournals.org/doi/10.1161/CIRCRESAHA.121.318902/

(9)Daniel Stone y otros. Adenovirus-platelet interaction in blood causes virus sequestration to the reticuloendothelial system of the liver. Journal of Virology 2007. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/17301138/

(10) Wen Shi Lee y otros. Antibody-dependent enhancement and SARS-CoV-2 vaccines and therapies. /Nature Microbiology sep. 2020. Chien-Te Tseng y otros. Imnmunization with SARS Coronavirus Vaccines Leads to Pulmonary Immunopathology on Challenge with the SARS Virus. /Plos One. April 2012. Wang S.F. y otros. Antibody-dependent sars coronavirus infection is mediated by antibodies against spike proteins. Biochem Biophys Res Commun. 2014. *Liu L. y otros. Anti-spike IgG causes severe acute lung injury by skewing macrophage responses during acute SARS-CoV infection. JCI Insight.2019.

(11) Fernando P. Polack M.D. y otros. Safety and Efficacy of the BNT162b2 mRNA Covid-19 Vaccine. The New England Journal of Medicine. Dic 2020. 

(12) https://cordis.europa.eu/project/id/101003544/es/

 

Mª José Martínez Albarracín

(Revista Discovery Salud nº 250, julio 2021)