La estafa de la biología

El presente artículo es un amplio resumen de la entrevista que Antonio Muro y Jesús García Blanca hicieron al biólogo disidente Stefan Lanka publicada en dos partes por la Revista Discovery Salud en sus números de abril y mayo de 2021.

Algo importante para entender lo que ocurre con la Virología y la Medicina es la imposición en el ámbito científico del pensamiento materialista. La crisis del coronavirus es la cúspide de 2.500 años de restricciones al pensamiento por parte del materialismo, algo de lo que Platón ya se percató de manera muy precisa y criticó abiertamente al decir que los médicos griegos no comprendían las enfermedades a las que se enfrentaban porque excluían el alma de sus análisis. Según él procuraban reparar el órgano afectado sin ver que el origen de la enfermedad provenía del alma. Platón describe dos medicinas: una para las personas que no son libres -los esclavos- en la que los médicos intentan reprimir los síntomas con medicinas y otra para las personas libres que se tratan curando el alma.

Realmente que no existen virus patógenos causantes o generadores de enfermedades pero el camino a esa respuesta tan clara fue arduo. Todo empezó con el VIH en la época en la que el SIDA estaba en boca de todos y yo me planté y dije: “No, aquí no hay ningún virus”. Sin embargo, no podía decir qué era lo que enfermaba a la gente. Claro, podía hablar de los envenenamientos masivos por drogas y cosas así pero muchos síntomas no tenían explicación. Fue una época complicada pero poco a poco me fui dando cuenta de que -como había pasado con el VIH- al aislar una estructura viral se malinterpretaba la muerte del tejido celular en el tubo de ensayo como prueba de la presencia en ella de un virus patógeno para posteriormente construir la cadena de material genético viral. Esta manera de proceder la vi en otros virus.

A fin de cuentas todo surge de la teoría de la patología celular según la cual nacemos de una célula, sólo existen interacciones materiales y es un «veneno» -palabra por cierto que significa «virus» en latín- el que nos enferma. Ese es el escenario desde que Virchow acuñara esta teoría en 1858 aunque él no fue más que «un hijo de su tiempo». Hay que retrotraerse 2.500 años, hasta los tiempos de Platón como antes dije. Sus colegas Demócrito y Epicuro son los que establecieron la actual Teoría de la Vida, la teoría del Atomismo y la de la Evolución.

Con cierta razón dijeron: “Queremos una teoría sin espíritu, ni dioses, ni conciencia porque las religiones siempre esgrimen el miedo ante los dioses. Por tanto, concebimos una teoría de la vida puramente materialista que no surja de la creencia”. Lo que nunca pudieron imaginar es que esa misma teoría acabó convirtiéndose en una religión, en la religión más cruel de todos los tiempos. Si pienso que estoy en este mundo sólo por casualidad y cuando muera no va a quedar nada de mí y todo se rige por la casualidad el resultado es obvio: la codicia. Tener éxito, disfrutar lo que se pueda, no tener consideración alguna. Si mi vida no tiene sentido y nada de mí va a quedar, entonces temeré la muerte. El resultado es el que estamos presenciando hoy. Porque la crisis del coronavirus es el punto de acumulación de 2.500 años del materialismo que surgió, entre otros motivos, porque los antiguos griegos no entendieron los textos ayurvédicos al estar escritos en sánscrito. Al borrar en su sistema el alma acabaron desarrollando la “teoría de los cuatro humores” o “teoría humoral” que es sobre la que se ha construido todo lo demás. En definitiva, si uno ve lo que hacen los virólogos concluye que no, que no existen los virus. Conociendo la historia entendemos que se trata de hecho de un modelo erróneo y que el correcto fue censurado.

¿Que si existen los virus? No. Simplemente porque no pueden existir. Uno ve lo que publican los virólogos y se da cuenta de que ellos mismos se refutan. Actúan de manera acientífica porque no llevan a cabo nunca pruebas de control de sus experimentos que es lo mínimo indispensable para poder afirmar que algo es científico o no.

Los virus no son microbios, no son patógenos y carecen de estructura biológica pero, ¿pueden incidir en nosotros trabajando en simbiosis con nuestras bacterias y células como postula la bióloga estadounidense Lynn Margulis? ¿Puede en tal caso decirse que los virus son más bien fragmentos de ADN o ARN que transmiten información? Lynn Margulis y los biólogos marinos han determinado que en el mar existen cantidades enormes de ácido nucleico asociado a la presencia de los llamados virus gigantes. Esta biomasa es incluso más grande que toda la vida que conocemos en la Tierra, en el humus o en los mares. Es increíble: ¡el mar está repleto de ácido nucleico! Ahondando en la teoría de la vida descubrí cuál es el papel principal del ácido nucleico. Margulis le otorga al ácido nucleico un papel que realmente no tiene. El ácido nucleico tiene como función principal liberar energía y, en segundo lugar, es un componente en la producción de unas pocas proteínas y enzimas. El 90% de las proteínas y enzimas las genera el cuerpo humano sin que existan genes, es decir, sin planos de construcción. Para el 10% restante el cuerpo sí dispone de “planos» o «plantillas”. Ahora bien, la creencia de que los virus han jugado un papel importante en la evolución es errónea. La vida genera su propio ácido nucleico y es importante ya que es el generador de energía primario del metabolismo celular. Es un hecho que en el mar existen cantidades increíbles de ácido nucleico en forma de virus gigantes. Gunther Enderlein reconoce que se trata de un paso fundamental porque es como la vida se materializa y se hace visible.

Los fagos, los exosomas, las vesículas extracelulares y los llamados virus gigantes son aspectos de una misma realidad, fases de lo que se conoce como pleomorfismo. Los fagos de las bacterias -que sí existen- son mini-esporas tal como postuló Gunther Enderlein, uno de los científicos más importantes del pleomorfismo. Según su visión, las formas de vidas más desarrolladas se conforman a partir de otras más sencillas pero esas formas más complejas pueden retroceder y volver a ser sencillas. Por ejemplo, los llamados “virus gigantes” son mini-esporas de organismos poco complejos como las algas marinas. Esas mini-esporas contienen un fragmento de ácido nucleico de determinada longitud y determinada secuencia genética que nunca cambia. Y con los fagos de las bacterias estamos en el mismo caso: contienen una secuencia genética que es siempre igual. Ambas estructuras existen, se pueden aislar fácilmente y caracterizar bioquímicamente así como fotografiar y puede determinarse la longitud de su material genético. Por supuesto, dicho material se puede secuenciar. Sin embargo eso no ocurre con los presuntos virus patógenos. La Virología no ha podido llevar a cabo ese procedimiento con un virus, sólo interpretan que «así debe poder ser». Fagos y virus gigantes son parte indiscutible del pleomorfismo. Existe una sustancia que es parte fundamental de la realización de la vida y es la llamada “membrana del agua” o tensión superficial del agua. Esta membrana, que equivocadamente se define como la 4ª fase del agua, es aquella sustancia que la propia agua crea cuando entra en contacto con gases, con superficies sólidas, con sustancias disueltas o cuando se generan movimientos en forma de torbellino. A partir de esa sustancia se crea la vida. Es una sustancia de alta densidad (1.4 kg. por litro), liposoluble y viscosa como un gel. Estamos hechos de ella y envuelve los ácidos nucleicos, los tejidos, los órganos… En cuanto al término exosoma no me gusta emplearlo. Si me muevo en el terreno de la teoría celular es correcto pero lo que no es correcto es que los exosomas contengan ácido nucleico. Basta ver lo que hacen los virólogos para construir artificialmente un genoma a partir de millones de pequeñas piezas para saber que no hay nada específico que el cuerpo genere en grandes cantidades durante una enfermedad y pueda denominarse exosoma. El término exosoma, desde la visión de la teoría celular postulada por Virchow, podría tener sentido pero su teoría ya fue refutada.

Virchow, en 1858, ignoró y desplazó la teoría de las tres capas germinales embrionarias que desarrolló Robert Remak para poder afirmar que la vida proviene de las células y las enfermedades de ellas al generar los venenos o virus pero el Dr. Hamer «redescubrió» en 1981 la teoría de las capas germinales embrionarias y las hizo parte fundamental de su teoría.

Esto nos permite refutar la Teoría Microbiana de las enfermedades postulada por Luis Pasteur, que afirma que la mayor parte de las llamadas “enfermedades” las causan unos microbios -primero bacterias y luego hongos y parásitos a los que más tarde se agregaron virus y priones- que atacan nuestras células, tejidos y órganos como si se tratasen de ejércitos invasores y de ahí que para combatirlos el organismo deba utilizar moléculas propias que constituirían el ejército de defensa: el sistema inmunitario. Esta teoría supone una visión claramente belicista. Está basada en la concepción griega de la vida.

Los antiguos griegos desarrollaron una auténtica cultura belicista. Estaban en guerra constante entre ellos y veían la vida de esa manera. Además si uno concibe la vida como meras interacciones materiales solo podrá comprender la enfermedad como un defecto, como algo malvado que se origina en el seno de la vida que puede asaltar un organismo, que lo consume y degenera pero no aporta nada. Esta visión materialista concebida hace 2.500 años fue sancionada por la Ilustración y desembocó en la Teoría de la Patología Celular de Virchow según la cual la vida es aleatoria, llena de interacciones materiales, y la enfermedad proviene de una incorrecta interacción entre moléculas que da lugar a mutaciones, genes dañados… Y eso se aplica al caso del coronavirus. No se trata pues de un virus ni de la totalidad de los virus. Lo que está en juego es nuestra autopercepción como seres humanos, nuestra manera de vernos. ¿Somos un mero producto de la casualidad cuya salud o enfermedad está a merced de una guerra entre venenos -internos o externos- y nuestro supuesto sistema inmune o hay quizás otra explicación para el surgimiento y sostenimiento de la vida? ¡Este es el dilema fundamental y les puedo asegurar que la primera opción ha sido refutada! Esa nos obliga a resignarnos a la guerra porque no tiene otra explicación. Primero fueron los parásitos y luego la idea de enfermedad se llevó al plano de las bacterias. ¡A fin de cuentas, las bacterias se podían ver bajo el microscopio! Pronto se dieron cuenta sin embargo de que existían enfermedades en las que ninguna bacteria parecía estar presente y entonces asumieron que en esos casos el causante debía ser un veneno que enferma, un virus. Esa idea se fue gestando durante mucho tiempo pero no es correcta. Existe una explicación de la vida mejor. Se demostró, por ejemplo, que un trauma – o conflicto biológico-, si dura semanas, meses o años, conduce a una serie de reacciones que son definidas como «enfermedad» pero que se resuelven inmediatamente cuando se resuelve el conflicto original. Por ejemplo, encontrando un trabajo si se ha perdido de manera inesperada el que se tenía, si se recibe la noticia de que la vida de un hijo corre peligro pero al final sobrevive o si se cambia de lugar de trabajo o residencia. Entra entonces en la Fase de Curación o Reparación. Cuando es así, en la mayoría de los casos la afección del órgano en fase activa -tanto si se vio afectado por proliferación celular o por destrucción celular- revierte bien necrosándolo, bien regenerándolo. Todo esto arroja luz sobre la verdad. Y uno concluye que no, que la concepción de la salud y la enfermedad como una guerra sin fin no es correcta porque siempre se reproduce el patrón que el Dr. Hamer descubrió y que otras medicinas milenarias ya habían contemplado.

Luis Pasteur -que era químico, físico y matemático pero no médico ni biólogo- creó también el dogma de que puede enseñarse al organismo a combatir los microbios patógenos haciendo que se enfrente a pequeñas muestras de los mismos. Nacerían así las vacunas y el mito de que previenen las enfermedades cuyos microbios se nos inoculan. Muchos expertos -ya en su época y también ahora- entienden que no es más que una teoría sin fundamento aceptada pero jamás demostrada.

Pasteur es un personaje complicado. Aportó mucho en asuntos como la conservación de la leche y la producción de vino. La pasteurización se sigue usando hoy. A los agricultores y a la industria alimentaria les aportó conocimientos muy útiles pero fue hijo de su tiempo. Fue la competencia de Robert Koch y todo terminó en lo que yo llamo «la tragedia de Pasteur». En cierta manera él sabía que las vacunas no servían y que la teoría del veneno y el contraveneno no era correcta. Los experimentos que realizó con animales fueron sumamente crueles. Ató a perros y ovejas a columnas y les inyectó directamente en el cerebro líquidos que supuestamente contenían el virus de la rabia. El procedimiento mecánico, por sí mismo, volvía loco al animal y le hacía retorcerse y babear; es decir, supuestamente recreaba los síntomas asociados a la rabia pero en realidad los provocaba el procedimiento y no el contenido del líquido. El profesor de la Princeton University Gerald Geison analizó sus diarios y concluyó que Pasteur manipuló y mintió a conciencia. Por ejemplo, para demostrar públicamente que su vacuna contra el bacilo del ántrax era eficaz envenenaba animales que morían ante el público. Luego alegaba que a otros animales les había vacunado previamente y al inocularles el bacilo no morían. Pero claro ¡a esos no los envenenaba! Este tipo de cosas son las que salieron a la luz con sus diarios y son motivo más que suficiente para desacreditar la Teoría de la Infección que tanto ayudó a cimentar. En revistas del calado del New York Review of Books personas como Max Perutz llegaron a escribir que afortunadamente Pasteur engañó a todos porque si no lo hubiera hecho la teoría de la infección nunca se hubiera podido abrir paso. Y en eso tiene razón. Claro que también Adolf Hitler fue decisivo. En aquel entonces había en Alemania muchos críticos de la Teoría de la Infección y él los apartó de sus cargos. Solo así pudo imponerse globalmente la Teoría de la Infección dominante hasta hoy. Hay un libro publicado en 1999 por el Instituto Max Planck sobre la Historia de la Virología y en él se da cuenta de las diferentes escuelas que existían y cómo en 1954 se impuso la escuela que entendía al virus como un material genético que es la que se acepta aún hoy. Pasteur murió triste y con un malvado secreto.

Así mismo la tesis propuesta por Virchow hace siglo y medio de que la vida se desarrolla a partir de las células es incorrecta. Por ejemplo, para fertilizar un óvulo se necesitan miles de espermatozoides. La gente cree que con uno sólo es suficiente pero no es así. Se une mucho tejido para que el proceso arranque. La embriología lo tiene bien documentado. Se crea una esfera de hasta 64 núcleos que, tras un proceso de invaginación, da lugar a las tres capas germinales embrionarias que conforman los diferentes órganos. Solo después aparecen las células en los bordes de los órganos o en la médula ósea en la que se producen los glóbulos rojos. Pero los órganos -como la piel o el cerebro- no están estructurados de manera celular. Lo que se ve al microscopio al colocar tejido orgánico muerto tras aplicarle químicos y tintes es un artefacto de laboratorio.

Virchow realmente quería ser párroco pero su padre le obligó a estudiar Medicina porque antes o después iba a heredar sus abultadas deudas. Le mandó a estudiar a Berlín la única Medicina que había, que era la militar. Mala formación y mala reputación. Ni ricos ni pobres querían ser atendidos allí. Participó activamente en la Revolución de 1848 y en las reivindicaciones políticas y de hecho estuvo presente en las barricadas y en las revueltas. En ese periodo lanzó proclamas muy interesantes como que las epidemias no eran fruto de contagios sino de las deplorables condiciones de salubridad de la población que vivía entre insectos, sin medios para calentarse, sin canalización, mal alimentada… Quería pues mejorar la calidad de vida de la gente pero la revolución fue reprimida y Virchow detenido. Sin embargo debió ser protegido por alguien influyente porque no sólo fue puesto en libertad sino que fue nombrado profesor en Würzburg y diez años después le otorgaron la dirección del Hospital Charité aunque no era el candidato más preparado. Y entonces, de pronto, aparece Virchow de la nada pregonando la Teoría de la Patología Celular y censurando la teoría de las capas germinales embrionarias concluyendo que la unidad indivisible de la vida era la célula. A esa idea llegó presumiblemente durante su época anticlerical y la tomó de Demócrito y Epicuro. De teoría celular como tal él no sabía mucho. La tomó de Theodor Schwann y de ahí salió el fatal error de interpretación de que la célula no es más que agua envuelta en una membrana. Son los tejidos los que juegan un papel principal porque de ellos están compuestos nuestros órganos.

Las cuatro áreas del cerebro -el tronco, el cerebelo, la sustancia blanca y la corteza- están conectadas con las diferentes hojas embrionarias. Es decir, “controlan” los diferentes órganos de manera que ante un trauma, ante un choque biológico, se verá impactada una parte concreta del cerebro que mandará una señal al órgano concreto que controla. Este conocimiento valida la teoría de los tejidos e invalida la teoría de la patología celular de Virchow.

Éste, así como Koch, Pasteur, etc, estaban presos del determinismo, al igual que lo está la teoría genética. El ADN tiene una función distinta de la que se cree. Es el resonador y estabilizador del metabolismo. Envolviendo al ácido nucleico nos encontramos la sustancia que he mencionado, la membrana del agua, que surge del agua misma y vuelve a convertirse en agua cuando libera energía. Es la sustancia fundamental de la vida. Aristóteles la llamó éter y las antiguas culturas de la India prana. La absorbemos con la respiración. Es una sustancia espesa -se nota en la humedad del aire- que cuando se disuelve se convierte en niebla, cuando el aire se enfría en gotas de agua de lluvia y cuando libera calor y energía y cae se vuelve a reconstituir. En ese proceso el ADN juega su papel. El determinismo en el que nos encontramos tiene su raíz en nuestra historia de estamentos y jerarquías. Nace del intento de justificar la supremacía de uno y de su estirpe, del derecho de ejercer poder sobre los demás, de tener un rol determinado desde el nacimiento.

Los ácidos nucleicos de cada núcleo cambian constantemente de manera independiente unos de otros. Lo que intenta la Virología, que no es otra cosa que hacer de pequeños fragmentos genéticos un genoma viral más grande, ya lo intentó hacer la Genética. Primero intentaron secuenciar fragmentos grandes de ADN con el fin de juntarlos en un cromosoma pero no funcionó. Luego se recurrió al shotgun sequencing o “secuenciación de escopeta” que consiste en dividir aleatoriamente fragmentos de ADN y crear mediante alignment /(alineación de secuencias) millones de fragmentos la secuencia continua que representa el cromosoma. Pero eso es un constructo mental ya que nadie sabe la longitud de un cromosoma ni qué aspecto tiene. Chargaff ya alertó de que con las teorías científicas predominantes no era posible entender la realidad y sólo se generaría destrucción. Chargaff es un nombre tabú en la academia. A fin de cuentas decía que había que ser muy cuidadosos para no intervenir en la vida y descartaba todo proyecto de ingeniería genética.

Ivan Illich ya dijo que tan pronto se institucionaliza el conocimiento se vuelve en contra de las personas y del conocimiento mismo. No hay sentimiento más bello que sentirse seguro con la vida, sentirse parte de la misma y con un objetivo que perseguir.

Esta mentalidad, este determinismo institucionalizado se demuestra claramente en el aislamiento y purificación de los virus. Basta poner la palabra isolation en cualquier buscador de Internet para que aparezcan multitud de artículos en los que sus autores afirman haber aislado virus. De hecho tras afirmar el equipo de Wuhan que había aislado y secuenciado un nuevo coronavirus que afectaba a la respiración de forma similar al SARS-CoV, y lo bautizaron por eso como SARS-CoV-2, ha habido muchos más investigadores que aseveran haberlo encontrado y aislado. Sin embargo todos esos estudios pueden explicarse por un pánico de carácter local en Wuhan que se convirtió en la crisis global del coronavirus por mediación del virólogo alemán Christian Drosten.

A finales de diciembre de 2019 un oftalmólogo chino residente en Wuhan corrió el rumor de que en su clínica se encontraban aisladas siete personas que presumiblemente estaban infectadas por un virus SARS. El médico realmente sólo estaba informando a gente cercana a él para que se protegieran pero el mensaje se filtró. El pánico no tardó en propagarse y la gente comenzó a agolparse en los hospitales al más mínimo síntoma de tos, asma, bronquitis o neumonía. Las autoridades presionaron entonces al oftalmólogo Li Wenliang para que no hablara de la situación. China es una dictadura férrea y él sabía bien que lo mandarían a un gulag o lo matarían si incumplía la orden. Hoy sabemos que un miedo de tal magnitud por la integridad física puede desencadenar un choque biológico que afecte los pulmones de múltiples maneras y desembocar, en la fase de reparación del conflicto, en bronquitis [algo, por otra parte, que también la Medicina Tradicional China afirma con respecto a la tristeza]. Pues bien, el 10 de enero de 2020 el médico desarrolló síntomas de bronquitis y estuvo en cuarentena en casa de sus padres. Los padres también comenzaron a toser y él estaba convencido de que una paciente de 92 años le había infectado el día anterior. Sin embargo aquella mujer no parecía tener síntoma alguno ni los demás pacientes a los que atendió. Hasta sus padres se curaron rápidamente. Li Wenliang comenzó a tomar médicamente antirretrovirales y a probar todo tipo de test virales pero los resultados eran negativos. Finalmente, el 29 de enero, dio positivo a uno: ¡el test de Christian Drosten! Creyendo que iba a morir haría público tanto el resultado del test como el documento de la policía -que firmó bajo coacción- en el que manifestó que al fin había dado positivo y se trataba de un virus SARS. La noticia provocó el pánico. Drosten había entrado en escena unas semanas antes, en cuanto supo que un posible brote del virus SARS había sido detectado en China, ¡pero comenzó a elaborar su test de detección antes de que se hubiera hecho pública siquiera la secuencia del supuesto “nuevo virus»! ¿Cómo? Pues usando secuencias presuntamente asociadas al antiguo virus SARS-CoV de 2003. Fue el 10 de enero cuando las autoridades chinas hicieron pública la secuencia genética del virus que se supone habían encontrado. Se trataba del genoma de lo que entendían era un inofensivo virus presente en los murciélagos. Sin embargo, paralelamente, Drosten envió a China desde Alemania sus primeros test y a pesar de que sus iniciadores no tenían nada que ver con los de la secuencia publicada se usaron y aparecieron así los primeros positivos. Ante ello las autoridades chinas comenzaron a aislar a todos los pacientes con neumonía, a sus familiares y al personal de los hospitales que hubieran tenido contacto hasta el 20 de enero con los primeros 49 pacientes considerados infectados y determinaron que ¡nadie se había infectado! La primera conclusión a la que se llegó es que se trataba de un virus muy poco contagioso pero que se transmitía de animales a humanos y se determinó que el foco de infección podía haber sido un mercado de carne de Wuhan que se cerró y desinfectó. El test de Drosten enviado desde Alemania había llegado a manos de un amigo suyo que ya había hecho fortuna durante la crisis del SARS-CoV de 2003. Se subió a un tren desde el sur de China con destino a Wuhan llevando consigo los primeros dos resultados positivos del test de Drosten. Los presuntos infectados no habían estado en Wuhan por lo que sólo podían haber sido infectados por alguien de la zona pero la conferencia de prensa que dio en Wuhan desató el caos. Las autoridades chinas quedaron desacreditadas ante la opinión pública porque según ese test se trataba de un virus SARS altamente contagioso entre personas y Li Wenliang pasó a ser considerado un «héroe». La ciudad de Wuhan fue sometida a una estricta cuarentena a fin de controlar el pánico. Hay que decir que eso fue lo más lejos a lo que llegó el Gobierno chino. Las demás cuarentenas fueron geográficamente muy delimitadas y nunca llegaron a declararse muchos casos positivos. Desde el comienzo entendieron que los test de detección no servían y de manera intencionada apenas los usaron. De ahí que sus cifras de infectados se hayan mantenido tan bajas. En Europa se optó en cambio por el uso masivo de test, por las cuarentenas nacionales y por la destrucción de la economía. Este es el contexto. Ahora bien, ¿y qué hacen los virólogos? No hay más que leer cualquiera de sus publicaciones. Concretamente hay que irse a la sección de /Materiales y Métodos/ para comprobar que los virólogos yerran en siete puntos fundamentales además de actuar de manera acientífica al no realizar pruebas de control; y encima se auto-refutan.

Punto 1.- Los virólogos matan células sin darse cuenta en el tubo de ensayo. A la muestra de tejido le retiran la solución con la que la alimentan y le aplican antibióticos citotóxicos. Es decir, matan a las células de inanición y envenenamiento. Y una vez «preparada» así la muestra le aplican tejido supuestamente infectado con el virus pero lo cierto es que el tejido original se va a morir y descomponer aunque se le aplique material esterilizado. Desde 1954 se asume que la muerte celular se debe a la presencia del virus. Y se entiende que el virus está presente en el tubo de ensayo porque el tejido se ha extraído de un paciente infectado. Luego, de esa masa celular y tisular, se obtienen fragmentos genéticos y se ordenan conceptualmente para conseguir «un genoma viral». Sin embargo las pruebas de control pertinentes para ver si el tejido sano muere y se descompone igualmente sin añadir nada nunca se llevan a cabo. De ese material orgánico muerto se obtienen las vacunas; si usan el material completo se las llama “vacunas vivas atenuadas” o y si sólo se emplean determinadas proteínas «vacunas inactivas o muertas».

Punto 2.- Los virólogos asumen que en los millones de pequeños fragmentos de material genético que hay en esa mezcla de células muertas está el virus así que eligen unos cuantos y los ordenan o alinean para construir ¡mediante programas informáticos! un genoma viral completo que en realidad no han encontrado. De hecho, ni en los cultivos celulares como estos, ni en la saliva, ni en la sangre se ha encontrado nunca un genoma viral completo. Lo construyen artificialmente. Es pues el primer equipo de virólogos que construye un genoma viral el que determina cómo se ve y todos los demás repiten el mismo proceso de alienación por lo que obtienen un resultado 99,99% idéntico al del genoma de referencia, al que se supone fue “aislado” la primera vez. En pocas palabras, ¡encuentran lo que quieren encontrar! Que nunca encuentren un genoma viral completo y lo tengan que construir de esa manera es un indicio claro de que, simplemente, no hay tal genoma viral, no hay ningún virus.

Punto 3.- Los millones de fragmentos de material genético que los tejidos y células bajo estudio liberan al morir contienen numeroso material procedente de microbios, muchos de los cuales ni se conocen. El organismo genera ARN nuevo constantemente de manera independiente al ADN, cosa que no se creía posible. Sin embargo los virólogos que siguen la estela del grupo que primero “secuencia” un virus se limitan a replicar el procedimiento y llegan al mismo resultado. Es decir, toman como referencia, como plantilla, la secuencia original -cuando no es más que un constructo teórico y matemático-, encuentran las mismas piezas y llegan a la misma conclusión. Nadie realiza la siguiente prueba de control: de la misma base de datos de material genético, en lugar de guiarse por la plantilla de referencia, deberían intentar construir otros supuestos genomas virales con esa misma información; por ejemplo genomas de otros virus ARN como el VIH, el sarampión o el ébola. Pero, por supuesto, eso no lo hacen. Cabe añadir que la idea de que la muerte de las células en un tubo de ensayo es causada por el material infectado que se añade es de 1954 y la ideó el premio Nobel John Franklin Enders.

Punto 4.- Las fotos tomadas con microscopio electrónico mediante Microtomía se supone que son de partículas virales pero lo que realmente muestran son componentes típicos de células y tejidos en descomposición. Las partículas de las fotos que nos presentan como virus nunca han sido caracterizadas bioquímicamente, ni aisladas. Luego también se refutan a sí mismos. Muestran fotos de partículas pero no trabajan exclusivamente con ellas porque no las aíslan (separan) de lo demás.

Punto 5.- En la placa de Petri los virólogos agitan y absorben con finas agujas el contenido de células y tejidos en descomposición y lo vuelven a inyectar. El contenido de ese líquido es una mezcla de proteínas, grasas, fragmentos desgarrados de tejidos y células y productos químicos. La absorción del líquido con la aguja y su reinyección provoca pequeñas burbujas a las que se aplica un tinte al tomar imágenes microscópicas y esas fotos se publican luego como si lo que aparecen en ellas fueran partículas virales. Sin embargo, no se caracterizan bioquímicamente para demostrar que realmente contienen un genoma viral.

Punto 6.- Ninguna de las fotografías tomadas con microscopio que dicen mostrar un virus se ha tomado de muestras de sangre, saliva u otro fluido corporal de persona, animal o planta alguna. Se trabaja con sistemas celulares artificiales que solo existen en las placas de Petri y en los tubos de ensayo de los laboratorios y nada tienen que ver con lo que ocurre en el interior de los organismos. Si quieren demostrar que es cierto lo que dicen ¡que aíslen y fotografíen los virus en muestras de sangre o saliva! Es llamativo que hoy tengamos que llevar mascarillas porque se dice que el virus se difunde como un aerosol y resulta que en la saliva jamás se ha visto ni fotografiado un virus.

Punto 7.- Se realizan experimentos de infección con animales a fin de provocar síntomas similares a los adscritos al coronavirus. La idea es demostrar que el virus se propaga y provoca una serie de síntomas. Para ello se les inyecta líquido en el cerebro o se les introduce mediante una sonda en los pulmones. Pues bien lo que eso les provoca es una neumonía por aspiración pero no porque el líquido que se les introduce tenga coronavirus: ¡cualquier líquido estéril les provocaría la inflamación de los pulmones (neumonía)! Leyendo este tipo de estudios uno se da cuenta de que los síntomas descritos los provoca la crueldad del experimento en sí y no el patógeno que supuestamente se les inocula, sea «X» o» Y», el VIH o el SARS-CoV-2. De ahí que tampoco en esto se hagan experimentos de control. Siete refutaciones y siete procedimientos manifiestamente acientíficos. En las leyes de protección frente a la infección de muchos países se exige rigor científico a todos los involucrados y eso se incumple gravemente. Aquí no hay ciencia sino anti-ciencia. La refutación de la versión oficial está sobre la mesa y esto, por sí solo, destruye toda justificación legal de las medidas que se están tomando.

El doctor Andrew Kaufman afirma que con la tecnología actual no es posible diferenciar un virus de un exosoma, el Grupo de Perth (grupo de biólogos críticos) aseguró en su día que el VIH no puede distinguirse de una vesícula extracelular y el propio Robert Gallo publicó hace unos años un artículo reconociendo que los virus, los retrovirus y las vesículas extracelulares son indistinguibles. Los fragmentos celulares que vemos bajo el microscopio no se diferencian de los supuestos virus. Con los virus no hay nada definido de manera clara por mucho que nos muestren fotos con aumento de partículas que se supone que son virales. Se supone que un virus tiene siempre una cápside – es decir, una capa compuesta por proteínas específicas que contienen ácido nucleico de determinada longitud y secuencia – pero eso nunca lo muestran. Es pues importante explicar a los médicos, a los técnicos de laboratorio y a los biólogos moleculares que muchas cosas de la teoría oficial no cuadran. A mí personalmente no me gusta el concepto de exosoma pero Kaufman tiene razón al afirmar que aquello que se define como exosoma y ha sido observado y documentado por mucha gente es indistinguible de las supuestas estructuras virales porque nunca se han aislado realmente.

Un tal profesor Zhang -de Shangai- recibió desde Pekín un encargo del jefe del Centro Chino para el Control y Prevención de las Enfermedades: debía encontrar el genoma de un coronavirus de origen zoonótico; concretamente de un murciélago. Y ya sabemos que el que busca, encuentra. Pusieron a su disposición una muestra broncoalveolar tomada de un paciente con neumonía atípica y en apenas 24 horas comunicó que había encontrado un virus asociado con los murciélagos, que su transmisibilidad era muy baja y que, en cualquier caso, el mercado de carnes de Wuhan, presunto foco de la infección, ya estaba cerrado.

Normalmente un equipo de virólogos tarda dos semanas en secuenciar y alinear los millones de fragmentos genéticos que constituyen un genoma viral cualquiera. Zhang y su equipo lograron eso en 40 horas. Por supuesto, la secuencia resultante era muy tosca, muy poco pulida para los estándares habituales, lo que llevó a diferentes científicos a alzar la voz y decir que “en la naturaleza no puede existir una secuencia genética así, debe haber sido creada pues en un laboratorio”. Esos críticos tienen pues razón: fue creada en un laboratorio, pero no en un tubo de ensayo sino en un ordenador mediante el método de alineación de secuencias empleando como plantilla de referencia un constructo de virus de murciélago generado años atrás. Y no podía ser de otra manera ya que no existe tal cosa, no existen genomas víricos. El genoma que mostraron presenta anomalías que no pudieron pulir ya que supone mucho trabajo manual y el cumplimiento de una serie de reglas que los virólogos han implementado a lo largo del tiempo. Y todo eso no se hizo por lo que corrió la voz de que se trataba de un virus artificial creado de manera intencional en un laboratorio. No es de extrañar que Montagnier diga que ha encontrado secuencias que están presentes en el supuesto genoma del VIH. A fin de cuentas él llevó a cabo el mismo procedimiento para construir el genoma del VIH y, en consecuencia, el supuesto genoma del SARS-CoV-2 tiene la mayor proporción de secuencias en común con el genoma del VIH. Es lógico porque todos están hechos de la misma sopa, a partir de fragmentos de genes comunes que se crean cuando se destruye

tejido animal en un tubo de ensayo al que se ha añadido suero fetal bovino que, ya de por sí, tiene una cantidad extremadamente alta de ácido nucleico idéntico al que se puede encontrar en el cuerpo humano.

Las secuencias se podrán alinear de manera diferente y el resultado se verá distinto pero las piezas de partida son las mismas. Con el material genético empleado para secuenciar el genoma del SARS-CoV-2 podrían haber secuenciado y alineado el genoma del VIH y al revés. Este es el motivo por el que Montagnier dice que encuentra secuencias del VIH en el genoma del SARS-CoV-2 y otras personas dicen cosas similares con otros genomas.

Creen que un virus es una entidad única e irrepetible -es una de sus principales hipótesis- pero la realidad es que nunca se ha encontrado un genoma viral completo, de una pieza. Siempre lo construyen. Es un constructo matemático y estadístico. Por eso no sólo encuentras las mismas secuencias o parecidas en genomas virales distintos sino que si elaboras un test de detección viral acabas con resultados positivos al analizar muestras de animales, personas o hasta plantas. En resumen, los virus patógenos no existen, son un constructo mental. Los fagos y los mal llamados virus gigantes son miniesporas que sí existen, que sí se han aislado y caracterizado bioquímicamente… pero no son patógenos.

La “pandemia” es el resultado lógico de 2.500 años de materialismo y de la dinámica que ha traído oleadas de pandemias a lo largo de la historia. Ivan Illich ya lo predijo en su libro Némesis Médica. Como parte del sistema económico, la Medicina se rige por los mismos patrones de costes, ingresos y beneficios que otros sectores y se espera que la rentabilidad de sus empresas aumente año tras año. Eso empuja a las farmacéuticas y al resto de empresas relacionadas con la Medicina a exagerar, las empuja al marketing y a atacar la vida con antibióticos.

La alternativa a esta “pandemia” a este mundo es pues clara: o asumimos las lecciones y nos enfrentamos a nuestros gobiernos y les dejamos claro que los virólogos se han refutado a sí mismos y lo que hacen es todo menos ciencia o nos limitamos a quejarnos y lamentarnos mientras todo se viene abajo. Y los que sobrevivan pues ¡a aprender chino! Porque, a decir verdad, los más inteligentes han sido los chinos. Desde el principio fueron conscientes de lo que ocurría. Sabían que no había ningún virus contagioso y por eso hicieron unas pocas cuarentenas de carácter local durante unas semanas para calmar los ánimos, se vendieron al mundo como gente muy eficiente y

responsable y, ante todo, apenas usaron los test PCR de manera intencional. En cambio, en Occidente, provocamos nuestra propia pandemia a golpe de pruebas PCR mientras los políticos, a cada cual más idiota, aprovechaba la situación para engrandecer su ego. No olvidemos que el epicentro de la pandemia no fue China realmente sino el Hospital Charité de Berlín donde el Dr. Drosten concibió la primera prueba PCR -que los chinos se negaron a usar- y que en Occidente empleamos millones de veces al día desde hace más de un año sin cuestionar la validez de sus resultados.

Un autor tan importante como Eugen Rosenstock-Huessy ya escribió en 1925 en su libro Soziologie, im Kreuz der Wirklichkeit (Sociología I. En la cruz de la realidad) que los ingenuos gobiernos que financian la ciencia tan alegremente no se dan cuenta de que la ciencia establecida jamás va a permitir que otras concepciones o teorías crezcan y puedan, por tanto, hacer peligrar su posición dominante. El autor escribe que la humanidad está atrapada por la ciencia que promueven los gobiernos y los medios de comunicación… y que la verdadera investigación y la verdadera ciencia son activamente reprimidas y censuradas en una huida hacia delante de los primeros por salvar la cara. En 1956 escribió que los científicos investigaban el cáncer según las anticuadas reglas de Luis Pasteur, como si se tratara de la rabia. Aquel que cree en la explicación predominante del cáncer, que cree que el mal se está propagando dentro de su cuerpo, que las células de su organismo están fuera de control y que se han vuelto en su contra también va a creer en la “metástasis” que se propaga por el aire, en los virus. Y esta es la situación que tenemos el deber de aclarar. No sólo se trata de los virus sino de nuestra conciencia. El que cree en el cáncer de la forma en que lo entiende la Medicina moderna cree en la metástasis y en los virus. En el materialismo que llevamos arrastrando 2.500 años no hay lugar para la razón, sólo para la avaricia y el ansia de poder y reconocimiento. Y una vez que alguien se identifica intensamente con su trabajo, con una ideología o con una teoría, si alguien ataca esos principios con los que se identifica reaccionará ante

eso de manera agresiva, como si le fuera la vida en ello. Muchas personas no soportan ciertas cosas porque su propia identidad está en juego.

Son responsables de la actual crisis sanitaria los virólogos, los médicos y las autoridades sanitarias pero, sobre todo, el doctor Christian Drosten que ha diseñado la PCR para el SARS-CoV-2 ¡antes de que el equipo chino hubiese siquiera publicado su supuesto aislamiento y secuenciación! ¿Cómo se

puede decidir qué iniciadores usar sin conocerse el virus? Lo llamativo es que luego la OMS ha aprobado además otros seis protocolos PCR ¡con cebadores distintos!

Drosten desarrolló su test PCR antes incluso de que las autoridades chinas se pusieran de acuerdo acerca del origen supuestamente viral del brote de neumonía atípica en Wuhan. Y antes de que publicaran resultado alguno y de que dieran a conocer las secuencias genéticas preliminares asociadas con el supuesto virus en cuestión -que fueron modificadas por cierto tres veces antes de ser publicadas oficialmente- Drosten ya tenía su prueba PCR lista y la estaba repartiendo por el mundo. Su amigo y socio de la empresa TIB Molbiol desarrolló los “primer” de la prueba. TIB Molbiol trabaja también para Roche que tiene la patente de la prueba rápida de PCR. Para que se vea cómo los intereses están interconectados.

El CEO de TIB Molbiol llegó a decir por televisión que mandaron los primeros kits de pruebas PCR a China gratuitamente por motivos humanitarios. ¿Y cómo sabían que era necesaria esa medida y que el virus iba a propagarse? Siempre han mandado “pruebas de detección” de virus allá donde sospechan que un supuesto virus puede “propagarse”. Lo hicieron con los supuestos brotes del anterior SARS-CoV, del Zika, del virus de la gripe porcina… Hoy el laboratorio que primero secuencia un presunto genoma viral y desarrolla los “primer” para su prueba de detección es prácticamente el líder del mercado.

La OMS no tardó en avalar el test de Drosten y más adelante avaló otros que se basaban más en las secuencias publicadas por China (al contrario que Drosten) pero esas secuencias son igualmente artificiales y no se corresponden con la realidad. Las plantillas de esas pruebas de detección contienen alrededor de 300 nucleótidos pero realmente secuencian sólo dos fragmentos de unos 150 nucleótidos. En resumen, ahí no hay nada completo, ni siquiera un supuesto gen completo perteneciente al genoma viral que dicen haber “aislado”. Estas pruebas de detección no tienen nada que ver con aquello que definen como virus del SARS-CoV-2 ya que según ellos el genoma completo tiene casi 30.000 nucleótidos. Y debemos saber que tal y como se diseñan y programan las PCR pueden dar resultados positivos sin que la muestra analizada tenga rastro alguno de ácido nucleico.

La PCR se programa con “ciclos de cuantificación” determinados y cualquier científico familiarizado con la técnica te dirá que con más de 20 ciclos los resultados son propensos a error. De hecho a partir de 30 ciclos se considera que la prueba es “sucia” y los resultados inservibles porque la detección de secuencias se distorsiona gravemente. Y de 40 ciclos en adelante la prueba puede dar positivo sin que en la muestra a analizar se encuentre ninguna de las secuencias programadas. El test de Drosten tiene 45 ciclos y está programado de forma que siempre determinado porcentaje de pruebas da positivo. ¡Se puede programar a voluntad para que todos los pasajeros de un crucero den “positivo”!

Los médicos que no se creen la farsa intentan proteger a sus pacientes y o bien mandan al laboratorio muestras de fluidos no orgánicos o bien intentan pasar el bastoncillo muy ligeramente por la boca del paciente para evitar arrastrar mucho tejido. Muchos médicos saben que todo esto es una locura pero callan para no perder su trabajo. La PCR no tiene nada que ver con el virus del que hablan.

De hecho quienes afirman que la fiabilidad de la PCR es nula aseguran -entre otras cosas- que en la prueba se utilizan como iniciadores fragmentos genéticos que están presentes en más de un centenar de microbios y en el propio genoma humano. Antes de que los chinos y otros investigadores creasen esos genomas eliminaron todas las secuencias conocidas. Lo que ocurre aquí es que se descartan secuencias largas que el ordenador detecta como de microbios pero fragmentos más pequeños se encuentran en el genoma viral que construyen. De esto obviamente no se habla. Repito: todas las secuencias conocidas que están disponibles en internet se eliminan del conjunto de lo que se ha secuenciado y solo entonces se comienza la alineación. Por eso se encuentran tan pocas secuencias reales conocidas en el genoma del virus y solo se encuentran las que eran desconocidas en el momento de la creación. No se pueden encontrar las conocidas porque se filtraron y lo que después aparecen son unos pocos fragmentos ya que la longitud de su secuenciación es de solo 150 nucleótidos. Nunca aparecen trozos grandes de información genética microbiana debido a la tecnología empleada que lleva a cabo una secuenciación matemática conceptual del genoma del virus.

El aislamiento de una estructura viral nunca se va a encontrar porque tal estructura no existe. Se inventó mediante programas informáticos. No se encontró en humanos o animales aislándola. Antes dije que los virólogos chinos emplearon como referencia para la construcción conceptual del genoma del SARS-CoV-2 un genoma de coronavirus supuestamente encontrado en un murciélago pero esa secuencia genética se generó años atrás de la misma forma: de manera conceptual y mediante ordenador. Y así sucesivamente…

Lo que nos lleva al tema de las vacunas. Desde Demócrito y Epicuro, hace 2.500 años, nuestra cultura nos condiciona a creer en los defectos y, por supuesto, en los defectos transmisibles. Y de ese pensamiento resulta inevitablemente la concepción de que si hay un mal también hay un “anti-mal”, que frente al veneno que enferma está el anti-veneno que sana. El concepto de salud y medicina predominante no tiene otra explicación para el fenómeno según el cual diferentes personas en una familia o niños en la clase de un colegio enfermen de manera simultánea o consecutiva: tiene que ser un patógeno contagioso. No hay otra opción.

Cuando uno excluye de su teoría de la vida todo atisbo de conciencia o de alma no le queda otra que pensar y actuar de esa manera tan materialista: “Tengo un defecto o un veneno me ha invadido, necesito un anti-veneno”.

Nada menos que Platón alertó ya en su momento, como dije antes, que los médicos de su época no comprendían la mayoría de las enfermedades porque se centraban en lo que veían, en el órgano concreto afectado, olvidando que todo proviene del alma y que hay que tratar al alma y al cuerpo como un todo y no centrarse en el ojo, el hueso o la parte del organismo con la dolencia abstrayéndola del conjunto. ¿La vacunación puede tener alguna utilidad? Realmente no pero, si me apuran, voy a forzar un poco para dar un par de casos en los que puede ser útil de manera indirecta y por otros motivos. Las madres que tienen a su hijo con 38 grados de fiebre en la cama se libran de que les entre el pánico porque creen que su hijo está protegido al haber sido vacunado de todo. Las

vacunas contienen una gran cantidad de sustancias y algunas pueden mitigar síntomas como la fiebre o el dolor si la persona se encuentra en fase de curación… pero sólo porque las sustancias interrumpen esa fase.

Las vacunas no sirven para lo que se supone que sirven porque ninguna protege de ninguna enfermedad. Además la vacunación es como la ruleta rusa: puede provocarle la muerte a una persona de cada 50.000 o más que se vacunan. Obviamente se dan muchos más casos de daños o invalidez. Muchos aparecen en el momento si el acto de vacunar le desencadena a la persona un conflicto traumático, como ya explicó el Dr. Hamer.

Por otra parte, si el contenido de la vacuna no es absorbido por el músculo y afecta a los nervios o entra en el sistema circulatorio puede llegar al cerebro y provocar una presión intracraneal muy peligrosa. Es un efecto típico de envenenamiento por químicos potencialmente mortal para un niño.

Como persona y como científico no puedo sino rechazar las vacunas pero reconozco que la gran mayoría de la población tiene una fe ciega en las mismas. Nuestro reto es pues, por un lado, evitar que los gobiernos prosigan con sus campañas de vacunación masiva y, por otro, mostrarle la verdad a la gente. Si uno comprende la verdad sabe también que la teoría dominante sobre los virus, las bacterias y los patógenos no puede ser cierta y, en consecuencia, se da cuenta de que las vacunas no pueden funcionar.

Y ahora voy a la base de todo: cuando se conoce la verdadera biología se sabe que no hay lugar en la naturaleza para un patógeno que de pronto me invada o consuma por dentro. Se comprende que cada síntoma y cada enfermedad tiene una causa concreta que nada tiene que ver con lo que nos cuenta la Medicina “oficial”.

La OMS afirma en su web que la vacunación es una forma sencilla, inocua y eficaz de protegernos contra enfermedades dañinas antes de entrar en contacto con ella y lo hacen activando nuestras defensas naturales para que aprendan a resistir a infecciones específicas. Es más, asegura que fortalecen el sistema inmunitario. La base de esa idea no deja de ser una creencia sustentada en un fundamento concreto: un veneno se contrarresta con un anti-veneno. Sin embargo la mayoría de los síntomas -como la inflamación, la fiebre o el agotamiento- se manifiestan en la fase de curación, como antes dije. Los medicamentos pueden reducir los síntomas y a veces puede ser recomendable administrarlos si la fase de curación es muy fuerte (debido a una masa conflictual muy grande acumulada durante la fase activa) pero la Medicina moderna se centra en suprimir síntomas sin darse cuenta de que salud no significa ausencia de enfermedad. Se centra en buscar anti-venenos para contrarrestar los supuestos venenos que nos enferman. El café o el alcohol pueden ser venenos dependiendo de la dosis. Si un joven de 14 años que nunca ha probado el alcohol ingiere de golpe un litro de vodka puede morir si no se lo extraen del estómago. En cambio, Boris Yeltsin, si no se bebía dos litros de vodka no podía ni dar un discurso en el parlamento. Pero no porque tomara un anti-veneno para contrarrestar un veneno sino porque su cuerpo disponía de las enzimas necesarias para procesar todo ese alcohol.

El materialismo que arrastramos desde hace más de 2.500 años nos obliga a pensar en términos de defectos y venenos. La teoría humoral o de los cuatro humores que dominó la Medicina durante más de 2.000 años preconizaba que si alguna de las cuatro sustancias básicas del cuerpo humano -sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema- se desequilibraba podía convertirse en un veneno y enfermar a la persona. Y de ahí a la teoría moderna de los virus no hay más que un salto. Lo que la OMS alega es que la introducción de una vacuna conlleva una reducción significativa de los casos de la enfermedad que en teoría está combatiendo pero no es cierto. Ninguna estadística seria respalda esa afirmación. Las enfermedades que las nuevas vacunas debían prevenir estaban ya en un nivel muy bajo en el momento de su introducción. Al mismo nivel de hoy. Y en cualquier caso ningún patógeno las provoca por lo que la vacuna es inútil.

La OMS es un lobby financiado por las farmacéuticas y, como decimos en Alemania, “Canto la canción de aquel que me da el pan”. Así de simple.

La OMS sería risible si no fuera porque es tan serio lo que hace. Nada de lo que alega está científicamente demostrado. Nada. Pero representa fielmente el estado de nuestra cultura y las creencias de la gente. Si creo que no soy más que un accidente y que no soy más que un conjunto de

moléculas y creo que la naturaleza es imperfecta y cruel, entonces creo que de manera aleatoria puede “traicionarme” mi organismo y causarme un cáncer mortal. La verdad es que no deberíamos usar la palabra cáncer. Mencionarla es como cuando en el vudú se le clava una aguja al muñeco de

la persona que representa.

Quien cree en la metástasis, en células cancerosas moviéndose por el cuerpo para destruirlo, cree también en «metástasis voladoras» en forma de virus. El concepto es el mismo y la gente se cree ambos. Y este es el reto de todos nosotros: ¿cómo puedo cambiar esto? ¿Cómo puedo contribuir a que se conozca la verdad? Afuera reina el sufrimiento, el dolor y la desesperanza en muchos enfermos a los que la Medicina moderna no sabe ayudar; de hecho es justo al revés. Todo el mundo conoce a alguien en la familia o, al menos, en el vecindario o en los círculos de amistades, casos de gente enferma sumida en el dolor y la desesperación. Para la mayoría de la gente es la prueba palpable de que el mal existe, de que la vida es una ruleta de la suerte y de que si te toca estás condenado.

El envenenamiento es un peligro real para el organismo y de hecho éste produce enzimas para limpiar el cuerpo de venenos. Volvamos al ejemplo del alcohol: el joven que se bebe una botella de vodka puede morir si no le hacen un lavado de estómago porque su organismo carece de las enzimas necesarias para procesar el veneno que supone el alcohol. En cambio Yeltsin tenía enzimas de sobra para metabolizar cantidades absurdas de esta sustancia. Muchos personajes célebres a lo largo de la historia temieron ser envenenados -como Napoleón o Rasputín– por lo que de manera preventiva tomaban pequeñas cantidades de veneno; como mercurio o arsénico, entre otros. Así el cuerpo reaccionaba generando enzimas que metabolizaran esos venenos y repararan el daño causado. Prepararon pues poco a poco al cuerpo para el caso de que les intentaran envenenar. Y en

este sentido podemos hablar de “inmunidad” frente a sustancias tóxicas.

La idea subyacente es simple: veneno que enferma, anti-veneno que cura. Aplicado a los virus se concluye que el virus es el veneno que enferma y por tanto necesitamos el anticuerpo, el anti-veneno para contrarrestarlo.

Seamus O’Mahony dice en sus libro que la Medicina no tiene solución y solo una guerra o una catástrofe puede traer un reinicio. Para él siempre ha habido dos concepciones de la Medicina contrapuestas: un sistema que reprime los síntomas con medicamentos -el de Asclepio (Esculapio para los romanos)- y otro -al que llama “de Higea” (la hija de Asclepio)- que promueve la armonía con uno mismo y con su entorno como única forma de preservar la salud. Y esta definición de salud es muy hermosa y muy cierta.

Stefan Lanka