Imperialismo y salud

E. Richard Brown (1) publicó en septiembre de 1976 en la revista Public Health Then and Now Public, un análisis que llevaba por nombre “Health in Imperialism: Early Rockefeller Programs at Home and Abroad” (2), en el cual detalla el origen y denomina la perspectiva de las “campañas de salud” organizadas por la Fundación Rockefeller de la siguiente manera: “La actividad filantrópica de los Rockefeller en el terreno de la salud pública fue una continuación de la tradición imperialista”.

Merece la pena extraer ciertos fragmentos literales de este escrito:

“Los programas de salud pública de la Fundación Rockefeller en países extranjeros han tenido por objeto ayudar los Estados Unidos a desarrollar y controlar los mercados y recursos de estas naciones”.

“En el momento de poner en marcha la Comisión Sanitaria en 1909, John D. Rockefeller Sr., y el lugarteniente de su imperio financiero, el pastor bautista Frederick Taylor Gates, ya tenían siete años de experiencia en el sur de los Estados Unidos […] Gates explicó a Rockefeller que por primera vez en la historia del mundo, todas las naciones y todas las islas del océano han quedado realmente abiertas y ofrecen un terreno abierto para la propagación de las enseñanzas y la filantropía de los pueblos de habla inglesa […] Así lo expresaba Gates en su informe a Rockefeller: ‘Nuestras importaciones quedan compensadas por nuestras exportaciones de manufacturas norteamericanas a estos mismos países. Nuestro comercio de exportación está creciendo a grandes saltos. Tal crecimiento habría estado totalmente imposible de no mediar la conquista comercial de tierras extranjeras’ […] Los filántropos de la organización Rockefeller llegaron pronto a la conclusión que la medicina y los programas de salud pública resultaban, por sí solo, mucho más eficaces que los misioneros o los ejércitos para la promoción de los mismos fines. Tanto en las selvas de América Latina como las islas remotas de Filipinas, la Fundación Rockefeller empezó a descubrir lo que los misioneros ya habían captado antes que ellos: que la medicina representaba una fuerza casi irresistible para la colonización de los países no industrializados. El presidente de la Fundación, George Vicent, declaró: ‘Médicos y dispensarios han penetrado últimamente de manera pacífica en ciertas regiones de las islas Filipinas y han demostrado el hecho que, cuando se trata de apaciguar a los pueblos primitivos y suspicaces, la medicina ofrece algunas ventajas respecto a las ametralladoras’”.

En China, por ejemplo, el Peking Union Medical College de la Fundación Rockefeller estaba totalmente bajo el control de personal de la propia Fundación. En 1920 el director residente del PUMC, Roger Greene, insistió cerca de los directivos de la Fundación de Nueva York para que consiguieran que los banqueros estadounidenses ofrecieran un crédito importante al gobierno chino, en concepto de ayuda para la lucha contra el hambre: “Estoy convencido que, tratándose de esta finalidad especial, el gobierno chino aceptaría un grado muy importante de control extranjero sobre el gasto. La experiencia práctica adquirida en la gestión de un préstamo de este tipo podría resultar enormemente valiosa para crear un mejor entendimiento entre los banqueros y el gobierno chino […]”. Gentes como Rockefeller y Greene comprendían perfectamente que los programas sanitarios de la Fundación Rockefeller estaban vinculados a las necesidades del imperialismo, y deseaban que así fuera.

“Cómo señaló Frantz Fanon, los pueblos colonizados también consideraban la medicina occidental como una cosa inseparable de la colonización. Dentro de la psicología social del imperialismo, someterse a los programas sanitarios de salud de la Fundación Rockefeller significaba someterse a la dominación cultural, política y económica de Rockefeller y de los Estados Unidos. Los programas de salud pública han sido los asociados humanitarios del imperialismo norteamericano durante más de 60 años […] Los programas de la Fundación Rockefeller solo se ocupaban de manera secundaria de los intereses de las poblaciones locales. Su principal finalidad era enriquecer a los propietarios de las plantaciones, minas y fábricas, y en última instancia a las potencias imperialistas extranjeras”.

En las conclusiones decía: “Los programas de salud pública aparentemente humanitarios pueden, como hemos visto, implicar consecuencias opresivas, ya sean intencionadas o no. Corresponde a los profesionales de la salud y a las asociaciones de salud incluir en sus preocupaciones no solo la competencia técnica, sino también de los fines políticos, económicos y sociales de los programas. Podemos examinar los intereses materiales que subyacen en todos los programas de salud pública, ya sean patrocinados por la Fundación Rockefeller, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional o la Organización Mundial de la Salud”.

Este análisis fue el esquema de un libro que escribió posteriormente en 1979 y que lleva por título “Rockefeller Medicine Men: Medicine and Capitalism in America” (3), en el cual amplía extensamente las consideraciones hechas en 1976.

En este libro, Brown afirma que las fundaciones del imperio Rockefeller, tuvieron una influencia fundamental en la creación de una política encaminada a crear, modelar y controlar las instituciones sociales que reproducirían el sistema capitalista. Las instituciones serían sobre todo de medicina.

El eje principal del libro de Brown es un estudio detallado de las fundaciones Rockefeller (General Education Board, Rockefeller Institute for Medical Research y la Rockefeller Foundation) y su participación como impulsoras del actual sistema de medicina que impera en gran parte del mundo. Si bien el eje principal es la práctica médica, su análisis caracteriza el papel del capital financiero en el mantenimiento del control de la sociedad.

Brown señala en el citado libro el “valor social de la ciencia médica como ideología y fuerza cultural” (4), al mismo tiempo que la medicina podría ser utilizada para unificar e integrar la sociedad industrial con valores y una cultura tecnificada, y para legitimar el capitalismo, distrayendo la atención a las causas estructurales y ambientales de la enfermedad. Y, sobre la incapacidad de esta medicina científica cada vez más tecnificada para resolver las necesidades de salud de la población mientras no exista la voluntad política para oponerse al mercado privado de la salud, persistirá la crisis actual de la medicina.

Hoy, en la locura de la pandemia impuesta, están plenamente presentes las consideraciones de Richard Brown pues la población mundial, no solo la de los países periféricos, ha sido colonizada por el gran capital, y en esta colonización han jugado y juegan un papel central las fundaciones multinacionales con apariencia filantrópica: La Rockefeller, Bill & Melinda Gates, la Ford, William J. Clinton, Open Society… todas ellas ligadas al accionariado de las corporaciones químico-farmacéuticas, al entramado militar y a la nueva normalidad basada en el cambio de patrón tecnológico ligado al postmodernismo cultural.

Celia Iriart y Hugo Spinelli publicaron en el Cuaderno de Salud Pública de Río de Janeiro nº 10 de 1994, un interesante artículo que tiene por nombre: “La cuestión sanitaria en el debate modernidad-postmodernidad”, del cual son los fragmentos siguientes:

“Para los posmodernos la realidad tiene un carácter ontológico y postulan que no hay más ser que la realidad efectiva y, por lo tanto, no hay más proyectos transformadores, no hay más sujetos. Esto supone un mecanismo ideológico perverso puesto que si para el sujeto humano no hay otra instancia que el rol social asignado, no puede ser tomado como responsable de los actos que su rol le impone. Esta posición da lugar a situaciones jurídicas como la obediencia debida que, en Argentina, evitó el juicio de numerosos militares acusados por su participación activa en el genocidio de la década del setenta. Desde nuestra perspectiva se impone cuestionar esta concepción puesto que legitima el orden opresivo al cual están sometidas nuestras sociedades”.

“En el campo sanitario, cuestionar a las corrientes neoliberales supone en principio salir de la matriz discursiva impuesta, deconstruir el concepto de realidad con su peso ontológico”.

“Numerosos proyectos están en perspectiva pero debilitados por su lucha cotidiana con el poder. Revitalizar praxis alternativas, a nuestro juicio, solo será posible si quienes las sostienen empiezan a vincularse entre sí permitiendo la emergencia del múltiplo […]”.

“Proponemos sacar a las instituciones sanitarias del falso dilema entre el público/estatal y el privado, pues, dadas las modalidades que asume en la actualidad la acumulación capitalista, en el Estado están armónicamente representados los intereses privados más concentrados. Para lo cual nos parece interesante trabajar la idea de espacio público alternativo, puesto que el estatal es una categoría degradada del público, pues proviene del Estado capitalista, que es esencial y constitutivamente, una relación de violencia y dominación, es decir, un espacio que no quede definido por la propiedad estatal sino para ser un lugar de praxis de sujetos comprometidos con este espacio” (5).

Hoy, varios colectivos ponen en tela de juicio todo el entramado corporativo, sus mentiras y sus corruptelas. Pero aparte de la coincidencia en este tema, no hay otro elemento que establezca la posibilidad de un nexo común con capacidad para afrontar los retos del nuevo espíritu del capitalismo.

Hace falta pues, pensar en la formación de un Frente de la Salud contra la nueva normalidad. Nos va la vida en ello.

Josep Cónsola

Notas:

(1) E. Richard Brown, Ph.D., fundador y director del Centro de Investigación de Políticas Sanitarias de la UCLA y profesor de la Escuela de Salud Pública de la UCLA
(2) https://ajph.aphapublications.org/doi/pdf/10.2105/ajph.66.9.897
(3) https://books.google.es/books/about/rockefeller_medicine_men.html
(4) Brown, E. Richard, Rockefeller Medicine Men: Medicine and Capitalism in America. University of California Press. 1979
(5) The sanitary question in the modernity-postmodernity debate. Celia Iriart; Hugo Spinelli. Faculdade de Ciências Médicas da Universidade Estadual de Campinas. Brasil.