Cómo el Poder moldeó la ciencia para someter: Malthus, Huxley, el Club X y la revista Nature

En 1865, con el mandato de reformar la estrategia imperial británica global, se creó el “Club X”, un grupo de 12 científicos bajo el liderazgo del darwinista Thomas Huxley, Matthew Arnold, Joseph Hooker y Herbert Spencer (fundador del darwinismo social). En 1869, ellos fundaron la revista se llamaba Nature para promover su propaganda, tal y como se expone en un informe de 2013 titulado “Hideous Revolution: The X Club’s Malthusian Revolution in Science”, orientado a la redefinición de todas las ramas de la ciencia en torno a una interpretación estadística-empirista del universo que negaba la existencia de la razón creativa en la humanidad o la naturaleza. A lo largo del siglo XX, la revista Nature se ganó una pésima reputación como defensora de modelos de pensamiento deductivo/inductivo que han destruido las carreras y las vidas de muchos científicos creativos.

El estudio de la historia enseña que en todo momento de crisis, caos y confusión, hay que mirar hacia atrás en el tiempo para recoger las raíces y las analogías necesarias para analizar el presente con mayor precisión y resulta de gran ayuda para entender por qué hasta nuestros días la revista Nature sigue siendo un aparato político que el establishment occidental utiliza, por ejemplo, para refutar la teoría de que el Covid-19 fue manipulado en laboratorio —teoría que defienden incluso muchos científicos de élite, varios premios nobel que, están siendo censurados y desprestigiados, así como el genetista ruso candidato al Premio Nobel de 2021, Peter Garaiev, que murió recientemente a causa de un fuerte golpe en la cabeza en condiciones “inusuales”. Y es que, como hemos venido documentando desde el inicio de la crisis sanitaria actual todos los hilos de la trama del Covid conducen hacia las redes del imperio anglo-estadounidense neoliberal , globalista y partidario de un gobierno mundial, que se encuentra en bancarrota, que busca detener desesperadamente y a cualquier costo el desarrollo de otra élite competidora, representada por el eje asiático Rusia – China, que obligaría a la élite anglo-(veneciana)-estadounidense (veneciana por sus orígenes históricos) a aceptar vivir en un orden mundial multipolar —y por lo tanto— compartir la hegemonía con otras potencias, como China a la que ha decidido responsabilizar de la crisis actual para reforzar todo el aparato de propaganda que necesita para preparar una guerra total contra su élite antagonista. Y en medio de sus batallitas por el poder, la población, como siempre, es rehén de unos tejemanejes y de unas peleas que nada bueno nos pueden traer; no en vano el poder nunca cambia, sólo quienes mueven sus hilos.

Para conseguir sus propósitos, ambas élites – en pugna por dominar el mundo, cada cual con su proyecto – han recurrido a la Ciencia, una ciencia politizada, cartesiana, industrial y reduccionista que hace tiempo se convirtió en otro brazo más del poder. Este proceso comenzó a mediados del siglo XIX con la creación del Club X y la revista Nature, a modo de nueva inquisición de la nueva religión científica, que iba a perseguir a todo aquel, cientifico o no, que cuestionara sus dogmas. 

La pandemia de covid-19 es un proyecto basado en un informe: El origen próximo del SARS-CoV-2”. Este proyecto fue dirigido por un equipo de virólogos evolucionistas que utilizó una línea de razonamiento según la cual “la mutación aleatoria puede explicar cualquier cosa” y fue repetidamente repetida por Fauci, los funcionarios de la OMS y Bill Gates con el fin de cerrar toda discusión incómoda sobre los posibles orígenes de laboratorio del COVID-19, al mismo tiempo que se impulsaba la campaña mundial de vacunación que está en marcha. Este informe y toda el discurso científico tras él está respaldado por la revista Nature, una de las más prestigiosas del mundo científico y la que con más fe sostiene los dogmas reduccionistas de la ciencia cartesiana e industrial, defendiendo con todo su fanatismo la creencia del origen natural/accidental de la pandemia.

Pero ¿Qué es exactamente la revista Nature? ¿Es realmente una plataforma “objetiva” de investigación científica pura, no contaminada por la suciedad de las agendas políticas? ¿Es esta abanderada del “método adecuado”, que puede hacer o deshacer la carrera de cualquier científico, realmente la revista científica que dice ser o hay algo más oscuro por descubrir?

Echando la vista atrás se puede trazar una línea que explica como la ciencia, podrida y corrupta, llegó a convertirse en un brazo más del poder, siendo parte de él.

Como se indicaba al principio, en 1865, con el mandato de reformar la estrategia imperial británica global, se creó el “Club X”, un grupo de 12 científicos bajo el liderazgo de Thomas Huxley, Matthew Arnold, Joseph Hooker y Herbert Spencer (fundador del darwinismo social).

La reorganización del poder

En el momento de la formación de este grupo y después de haberse lanzado a demasiadas ofensivas militares en la segunda guerra del opio en China (1856-1860), la guerra de Crimea (1853-1856), la represión de las revueltas indias (1857-1858) y el patrocinio de la Confederación del Sur en la guerra de secesión estadounidense (1861-1865), el Imperio Británico sabía que estaba al borde del colapso. Dentro del capitalismo había dos facciones que pugnaban por controlar la economía y someter a la población a sus reglas.

El principal asesor económico de Lincoln y coordinador de la exportación del sistema estadounidense a nivel internacional tras la Guerra Civil se llamaba Henry C. Carey. Ya en 1851, Carey escribió “Armonía de Intereses” en el que afirmaba:

Dos sistemas están ante el mundo; el uno busca aumentar la proporción de personas y de capital dedicados al comercio y al transporte, y por lo tanto disminuir la proporción dedicada a la producción de productos básicos con los que comerciar, con un rendimiento necesariamente disminuido para el trabajo de todos; mientras que el otro busca aumentar la proporción dedicada al trabajo de producción, y disminuir la dedicada al comercio y al transporte […] Uno es el sistema inglés; el otro podemos enorgullecernos de llamarlo el sistema americano.”

 

El sistema americano se estaba exportando (Alemania, en quien estaba inspirado, Rusia, Japón…), basándose en el crecimiento científico-tecnológico y estaba poniendo en aprietos al sistema inglés, basado en las finanzas. Por lo que éste, para conseguir su hegemonía, dio un golpe de efecto, apoderándose de la herramienta científico-tecnológica y venciendo a sus oponentes, cuyos líderes, habiendo sido derrotados, se subordinaron al modelo financiero, que pasaba a controlar tanto la economía, como la política y la ciencia. Acababa de nacer el eje Londres – Wall Street y los grandes financieros habían encontrado su futura potencia hegemónica para cuando el Imperio Británico cayera: Estados Unidos, que pasó a dominar el mundo tras la II Guerra Mundial. Es decir, el Imperio Británico y su modelo se había reorganizado para no perecer y, entre otros factores, había utilizado el arma de la tecnología y la ciencia para conseguir sus objetivos. No sólo venció la batalla económica, sino que pudo hacerlo en parte porque también venció la cultural. Había sido capaz de crear un nuevo paradigma de conocimiento apoderándose de la ciencia industrial para, dominando la tecnología, dominar la economía y ganar la partida en el tablero que es el mundo.

El Imperio Británico sabía que si no controlaba la ciencia y la tecnología, éstas, en manos de sus rivales (Alemania – unificada gracias al autoritarismo de Bismarck y al desarrollo del ferrocarril -, Estados Unidos – inspirada en el modelo tecnológico alemán y en su unificación aduanera y ferroviaria para construir su joven país-, Rusía – que bajo el terrible régimen zarista se estaba convirtiendo en el tercer país con mayor crecimiento industrial -, Japón – la teocracia imperial industrializada gracias a la renovación Meiji -, etc.) convertirían en obsoleto tanto su control marítimo del comercio internacional como su programa internacional de usura y cultivo de dinero.

Estaba claro que algo tenía que cambiar drásticamente, ya que si el imperio no podía adaptarse en respuesta a este avance tecnocientífico, seguramente perecería pronto. La tarea de reconfigurar la política imperial, pasando de un enfoque de control de “fuerza material” a otro de “fuerza mental”, fue asignada a T. H. Huxley y al Club X. Este grupo estableció los principios científicos rectores del imperio que pronto fueron puestos en práctica por dos nuevos grupos de reflexión conocidos como la Sociedad Fabiana y el Rhodes Scholar Trust.

Huxley, también conocido como “el bulldog de Darwin” por promover implacablemente la teoría de la Selección Natural de Darwin (una teoría en cuyos méritos científicos ni siquiera creía) pronto decidió que el grupo debía establecer una revista para promover su propaganda.

Fundada en 1869, la revista se llamaba Nature y contenía artículos de Huxley y de varios miembros del Club X. El propósito más profundo del Club X y de su revista, tal y como se expone en un informe de 2013 titulado Hideous Revolution: The X Club’s Malthusian Revolution in Science, estaba orientado a la redefinición de todas las ramas de la ciencia en torno a una interpretación estadística-empirista del universo que negaba la existencia de la razón creativa en la humanidad o la naturaleza. Así, la ciencia pasó definitivamente de ser el estudio reduccionista de una verdad, pero aun abierta a nuevas posibilidades, a una “ciencia de los límites” sellada matemáticamente.

Darwin, Malthus y el uso político de una ‘ciencia de los límites’

La ciencia de los “límites” se convirtió en el fundamento de una ciencia económica oligárquica para la élite y, naturalmente, debía mantenerse oculta a la población en general, ya que seguía el principio matemático de Thomas Malthus sobre el crecimiento de la población. El “principio” de población de Malthus suponía que los seres humanos irreflexivos se reproducen geométricamente mientras que la generosidad de la naturaleza sólo crece aritméticamente y, como tal, los colapsos periódicos de la población eran una ley inevitable de la naturaleza que, en el mejor de los casos, podía ser gestionada por un sacerdocio científico oligárquico que estaba obligado a sacrificar periódicamente la manada.

Malthus y los líderes del Club X creían que la naturaleza otorgaba a la clase dominante ciertas herramientas para llevar a cabo esta importante tarea (a saber, la guerra, el hambre y la enfermedad) y Malthus lo afirmó con sangre fría en su Ensayo sobre la población de 1799:

Deberíamos facilitar, en lugar de esforzarnos tonta y vanamente en impedir, las operaciones de la naturaleza en la producción de esta mortalidad; y si tememos la visita demasiado frecuente de la horrible forma de la hambruna, deberíamos fomentar seductoramente las otras formas de destrucción, que obligamos a la naturaleza a utilizar. En nuestras ciudades deberíamos hacer las calles más estrechas, amontonar más gente en las casas y cortejar el regreso de la peste.”

 

El apoyo del X Club a la teoría darwiniana de la Selección Natural fue menos una decisión científica en este sentido y más una decisión política, ya que Darwin admitió más tarde en su autobiografía que su propia teoría surgió directamente de su estudio de Malthus:

En octubre de 1838, quince meses después de haber comenzado mi investigación sistemática, leí por diversión a Malthus sobre la Población, y estando preparado para apreciar la lucha por la existencia que tiene lugar en todas partes, a partir de la observación prolongada de los hábitos de los animales y las plantas, me pareció de inmediato que en estas circunstancias las variaciones favorables tenderían a ser preservadas, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado sería la formación de una nueva especie. Así pues, tenía por fin una teoría con la que trabajar”.

Universalizar a Malthus sobre toda la creación viviente, el Club X era ventajoso para un imperio que sólo puede controlar a los seres humanos cuando éstos adoptan la competitividad, la llamada falsamente “ley de la selva” como normas de práctica moral y de formación de la identidad, en lugar de la cooperación y la ética, algo por otra parte ya sostenido tanto por Lamarck como por Kropotkin (El apoyo mutuo).

Por lo tanto, no fue casualidad que Henry C. Carey atacara implacablemente al darwinismo, a Malthus y al Club X en su “Unity of Law: An Exhibition on the Relations of Physical, Social, Mental and Moral Science “(1872). Era lógico, estaban quitándole a su bando la primacía tenocientífica, y además sobre bases manifiestamente falsas e inventadas.

Durante este periodo, floreció una “revolución científica” anti-darwiniana en las ciencias de la vida bajo el liderazgo de figuras como Jean-Baptiste Lamarck, Alexander von Humboldt, Georges Cuvier, Karl-Ernst von Baer y Benjamin Silliman. No sólo empezaron a cuestionar la teoría estática de la naturaleza derivada de la Biblia, sino que dieron pasos de gigante en la comprensión de los mecanismos causales que definen el flujo de la evolución.

Esta perspectiva fue expuesta por el naturalista Karl Ernst von Baer, quien escribió en su obra “Sobre el propósito de la naturaleza” (1876):

Las interconexiones recíprocas de los organismos entre sí y su relación con los materiales universales que les ofrecen los medios para sostener la vida, es lo que se ha llamado la armonía de la naturaleza, es decir, una relación de regulación mutua. Al igual que los tonos sólo dan lugar a una armonía cuando están unidos de acuerdo con ciertas reglas, los procesos individuales en la totalidad de la naturaleza sólo pueden existir y perdurar si se mantienen en ciertas relaciones entre sí. El azar es incapaz de crear nada duradero, sino que sólo es capaz de destruir”.

 

Por otra parte, Huxley y los darwinianos promovieron una interpretación opuesta de la evolución partiendo de las imaginadas “mutaciones aleatorias” en lo inconmensurablemente pequeño, que supuestamente se sumaban a la suma colectiva de todas las especies y la biosfera. Esta biosfera se definía así como poco más que la suma de sus partes.

La escuela imperial del Club X de Huxley negaba no sólo la existencia de la creatividad desde este punto de vista metafísico, sino también el hecho de que la humanidad pudiera traducir de forma única los frutos de esos descubrimientos creativos en nuevas formas de conocimiento que tuvieran el efecto de aumentar la capacidad de nuestra especie para trascender nuestros “límites de crecimiento” (o como los neomaltusianos modernos han denominado nuestra “capacidad de carga”).

La revista Nature aún persiste con su pésimo legado

A lo largo del siglo XX, la revista Nature se ha ganado una pésima reputación como defensora de modelos de pensamiento deductivo/inductivo que han destruido las carreras y las vidas de muchos científicos creativos que no comulgaban con sus dogmas.

Uno de estos científicos fue el inmunólogo Jacques Benveniste (1935-2004), que sufrió una caza de brujas de 15 años dirigida por la revista Nature como castigo por sus descubrimientos sobre “la memoria del agua y la vida” (es decir, cómo las moléculas orgánicas configuran la geometría de las moléculas de H2O e imprimen su “información” en dicha agua).

Esta campaña de difamación comenzó en 1988, cuando la revista Nature llevó a cabo un intento “oficial” de duplicar los resultados de los descubrimientos de Benveniste sobre el poder del agua para retener la información de las sustancias alergénicas dentro de su estructura, que seguían causando reacciones alérgicas en los tejidos y órganos vivos mucho después de que se filtraran todos los rastros de las sustancias de varias soluciones.

La revista Nature llegó a contratar a un mago de teatro llamado James Randy para que codirigiera un equipo de investigación que intencionadamente estropeó los resultados de Benveniste, mintió sobre los datos y condenó a Benveniste como un estafador. Esta operación arruinó la reputación del científico, secó su financiación y mantuvo a la biología encerrada en la jaula materialista durante otras tres décadas. Las campañas de difamación de la revista Nature fueron descritas por Benveniste como una “burla” que utilizó “métodos similares a los de McCarthy y campañas de difamación pública” para aplastarlo.

No fue el único, otros como Luc Montagnier, Judith Mikovitz o Stefen Lanka han sufrido la persecución de Nature, adalid del paradigma de la ciencia industrial en manos del poder.

Independientemente de que el COVID-19 haya surgido de forma natural, como atestigua la revista Nature, o de que haya surgido en un laboratorio, como han llegado a creer el Dr. Luc Montagnier y los funcionarios chinos del CDC, lo cierto es que la ciencia, en su sentido genérico, y el conocimiento pueden retrasarse, pero su curso no puede detenerse para siempre por mucho que el poder y la Ciencia, cartesiana e industrial, la ciencia capitalista lo intenten, y claramente lo intentan.

La política hace a pequeña escala lo que la ciencia y la medicina hacen a lo grande

El legado del Club X, con Nature como panfleto propagandístico, continúa a día de hoy, como ya se ha señalado, y ha colonizado la mente de media humanidad, sino más. Uno de los errores más comunes en torno a la ciencia es la de reducirla – cosa que ha sabido hacer muy bien el poder, sobre todo a través de los medios de comunicación y del sistema educativo – a su dimensión cognoscitiva y de ella sólo tienen en cuenta los conocimientos. Así, la ciencia sería un saber “neutral”, desprovisto de connotaciones ideológicas, políticas, religiosas, morales o filosóficas y sus practicantes serían personas de la misma factura, por encima de las clases, del poder y de la lucha de clases. La conclusión evidente es que hay que dejar la ciencia en manos de los científicos. Si los demás queremos acertar en nuestras decisiones, debemos aceptar el consejo de los que saben, de los expertos

Pero, como dice un refrán, saber es poder y a la inversa. Y como hemos visto a lo largo del texto, la burguesía (quien ostenta hoy día el poder) supone que puede perpetuar su dominación transformando los problemas políticos en problemas técnicos, que eso asegura su gobernabilidad, hoy y en el futuro. Los políticos se entrometen en la ciencia tanto, por lo menos, como los científicos en la política. Lo reconoció el creador de la moderna teoría celular, el alemán Virchow con su equiparación entre la medicina y la política: “Die Politik ist weiter nichts, als die Medizin im Großen” (La política hace a pequeña escala lo que la medicina hace a lo grande).

La ciencia es una fuerza productiva y un instrumento de hegemonía política. Hoy en día ningún ejército es capaz de vencer sin los científicos. La ciencia (y la tecnología) han pasado a formar parte de la maquinaria militar y, por consiguiente, deben ser estudiados como tales, escribe Latour (1). Entre un 20 y un 30 por ciento de los científicos trabajan en proyectos militares, porcentaje que sube al 40 por ciento en Estados Unidos. El 70 por ciento de la inversión en ciencia se destina a la guerra. La militarización de la ciencia asegura una provisión de mano de obra a su imagen y semejanza: disciplinada y amaestrada. Ni en un cuartel de artillería ni en un observatorio astronómico caben las singularidades.

En la Segunda Guerra Mundial, el “Proyecto Manhattan” para fabricar la primera bomba atómica, selló el destino de la ciencia para el futuro. El Proyecto invirtió 2.000 millones de dólares de la época, empleando a 125.000 científicos en más de diez centros de investigación distintos bajo una misma dirección militar y política. La ciencia estadounidense -y por extensión la sometida a su influencia- nunca volvió a recuperarse de aquella faraónica movilización de recursos. Fue la primera organización civil puesta al servicio del ejército estadounidense. Nació la “big science”, las gigantescas industrias científicas.

Como consecuencia de esa situación, una parte cada vez más importante de lo que se considera como “ciencia” tiene poco que ver con ella y, en cualquier caso, tiene que ver también con intereses espurios, que la mayor parte de las veces son bastante turbios, empezando por el transplante de médula o la creación del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta. Cuando en la posguerra el propio Eisenhower denunció los peligros del complejo militar-industrial, también puso a la ciencia en el mismo punto de mira.

Eisenhower se refería a dos riesgos simultáneos que concernían a su propio país: primero, la sumisión de los científicos “con el poder del dinero” y, segundo, que la democracia se convierta en un rehén de los tecnócratas, de quienes pretenden acaparar para sí el monopolio del conocimiento y que los demás adapten a ellos sus decisiones (2).

Además de militarizada la ciencia está industrializada. A la ciencia como fuerza productiva, esto es, a la aplicación de la ciencia a la producción capitalista, hay que añadir la aplicación del capitalismo a la ciencia. La megaciencia necesita una movilización tal de recursos que sólo se puede lograr mediante una militarización de los medios puestos a su disposición, entre ellos, los propios científicos. El acelerador de partículas de Ginebra reúne a unos 8.000 físicos cuyas condiciones de trabajo son las de cualquier cadena de montaje. La EMBO (Organización Europea de Biología Molecular) creada en 1964, reúne a más de 1.100 científicos, la mayor parte de los cuales no son más que emisarios de la industria del ramo.

Tras el programa “Átomos para la Paz”, Estados Unidos entró en una era de economía de guerra permanente. El informe Paley demostró que la economía había pasado a estar fundada en criterios militaristas.

El Plan Bolonia, del que ya nadie se acuerda, selló la industrialización y militarización de la ciencia en Europa, la transformación de la universidad en una fábrica (3), un paso necesario porque los laboratorios y centros de investigación ya lo estaban. El 75 por ciento de la investigación se lleva a cabo en empresas privadas con dinero público. Los científicos son funcionarios públicos y empleados privados. Como en el ejército o en cualquier sector económico, no cabe ninguna posibilidad de discusión de las órdenes. Como cualquier peón fabril, el científico tiene que ser sometido y, además, debe aceptar e interiorizar su propia condición gregaria como un estado natural.

Como consecuencia de ello, el conocimiento atraviesa un profundo declive, sólo comparable al de la aparición del cristianismo. Se investiga, se publica y se lee aquello que se financia y subvenciona a golpe de talonario. Lo demás no existe, no es ciencia, no es conocimiento. No es necesario recordar que quien paga manda, ni tampoco que quien paga y manda nada tiene que ver con la ciencia, es decir, que quien la dirige es ajeno a ella.

La ciencia, siguiendo el hilo cronológico iniciado en el siglo XIX con la creación del Club X, fue la gran coartada que justificó el incremento de los gastos militares durante la Guerra Fría, que dejaron de parecer improductivos para convertirse en una inversión, es decir, rentables. Inmediatamente después de que en 1957 los soviéticos colocaran en órbita el Sputnik, el primer satélite artificial, el general Eisenhower organizó ARPA, de donde nacieron la NASA, la Comisión de Energía Atómica e internet. Actualmente dispone de un presupuesto anual de unos 2.000 millones de dólares y es una primeras fábricas científicas del mundo.

Por iniciativa de la Union of Concerned Scientists, en febrero de 2004 un grupo de más de 60 científicos, 20 de ellos galardonados con el Premio Nobel, dirigieron una carta colectiva al presidente Bush protestando por la injerencia política de su gobierno en la investigación científica. El documento es un texto incendiario en el que los firmantes protestan por la manipulación que lleva a cabo el gobierno de los resultados de las investigaciones, la imposición de políticos de confianza en los comités consultivos y la asfixia de aquellos conocimientos científicos que no concuerdan con sus planteamientos políticos.

Y así, queridos amigos y por los motivos ya explicados, es como el poder y quienes lo ejercen moldearon la ciencia, que pasó a ser su gran herramienta, para dominar a la población y para luchar entre sí por estar en la cúspide de la pirámide.

 

Notas:

(1) Bruno Latour: La ciencia en acción. Cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de la sociedad, Labor, Barcelona, 1992, pgs.164 a 166.
(2) Eisenhower’s Farewell Address to the Nation, 17 de enero de 1961, http://mcadams.posc.mu.edu/ike.htm
(3) Cfr.Carlos Sevilla Alonso: La fábrica del conocimiento. La universidad-empresa en la producción flexible, El Viejo Topo, Barcelona, 2010.

 

 

Fuentes:

Matthew Ehret — How Huxley’s X-Club Created Nature Magazine and Sabotaged Science for 150 Years.

José Manuel Olarieta – La política hace a pequeña escala lo que la medicina hace a lo grande. Mpr21