Coronavirus: Una nueva inquisición

Instalado durante nueve meses, el “estado de emergencia sanitaria” ha llegado a los individuos más íntimos. Con el fin de cumplir con las disposiciones mortíferas, exhibe el espectáculo de un sacrificio permanente de las poblaciones. Esto forma  parte de un teatro gestual, como el de Antonin Artaud [1], que recurre a una forma de purgación que impacte en la Realidad del ser humano. 

La “guerra contra el coronavirus” no es una lucha contra la enfermedad, ni se basa en su prevención. Si bien la “pandemia” se limita a los efectos de una gripe estacional, se constata, a raíz de las medidas adoptadas, un deterioro global de la salud de los individuos, confirmando así que esta hostilidad es, en efecto, una guerra contra las poblaciones.

En su último discurso, el presidente Macron especifica las últimas modalidades, al plantear la posibilidad de organizar “el aislamiento de las personas infectadas de manera más restrictiva, [2]” lo que podría significar, según el senador Alain Houpert, la creación campos de internamiento. 
Aunque su marco de aplicación no queda especificado, el principio de precaución tiene prioridad sobre cualquier otra política destinada a “gestionar los riesgos inciertos”[3]. En el caso del coronavirus, se convierte en una “herramienta virtual de gestión de riesgos”[4]. La “práctica científica” pasa entonces a ser el principio moral de la responsabilidad. Esto último se reduce a una exhibición de la participación de las poblaciones a medidas que las esclavizan. Las medidas de precaución forman parte entonces de una teología de la obscenidad, un espectáculo que combina la responsabilidad y la culpabilidad. Son parte de una nueva religión basada en el sacrificio.

La facilidad con la que las poblaciones han renunciado a sus propios cuerpos y a su relación con los demás produce un efecto impensable. El inquisidor de la novela de Dostoievski Los hermanos Karamazov, da su respuesta a esta pregunta, afirmando que sería propio  del hombre hacer a Dios el “responsable de la carga de su vida”. 

El poder político ejerce actualmente la función reservada al Gran Inquisidor en la novela de Dostoievski. Es hoy en día la institución a la que las poblaciones abandonan la “carga del deseo del otro”, ofreciendo su libre albedrío en sacrificio. El principio de precaución es una cuestión de culpabilidad. Da sentido al sacrificio de las poblaciones y a la violencia de las medidas tomadas.. 

El principio de precaución 

En los dos últimos decenios, la “lucha contra el terrorismo” ha permitido socavar los fundamentos de la organización de la sociedad al destruir, desde el interior, la forma del estado de derecho[5]. Hoy en día, en la “guerra contra el coronavirus”, las libertades fundamentales simplemente ya no son relevantes y dan paso a las nociones morales de responsabilidad y culpabilidad.

Levinas arroja luz sobre este tema, porque toda su filosofía se basa en la idea de la responsabilidad. Retoma, por su propia cuenta, las palabras de Dostoievski en Los hermanos Karamazov, sobre la culpabilidad de cada uno de nosotros “ante todo, por todo”. Levinas especifica que esta culpabilidad no es el resultado “de faltas que hubiese cometido, sino porque soy responsable de una responsabilidad total, que responde por todas las demás y por todo lo que hay en los demás[6]”

Al hacerse responsable del otro, cada individuo se vuelve, en particular, responsable de su muerte. Entra en la ” inquietud por la muerte de la otra persona”[7], La responsabilidad no es de orden jurídico, sino que se funda en una “comunión espiritual de todos los humanos”, aquí, una comunión en la universalidad del coronavirus.

Así, el principio de precaución suspende la observación de los hechos y niega el orden jurídico, dejando espacio para el “amor al prójimo”. ¿No es la comunicación del poder: “muestre solidaridad, salve vidas, quédese en casa”? Los mandatos del poder se reducen a mandamientos de amor, pertenecientes  a la perversión. El amor que se sacrifica es mucho peor que lo que exige la Ley: hace que la deuda sea imposible de pagar y la culpa infinita.

El principio de precaución libera entonces el poder de las limitaciones de la ley escrita y la ley simbólica, con el fin de integrar un discurso sin sentido, basado en imperativos categóricos, que nos lleva a una nueva forma de inquisición. “Es necesario” es la respuesta estandarizada de los que llevan la máscara o respetan escrupulosamente las medidas de distanciamiento.

Al situarse fuera del sentido, el “covidé” (el contaminado por el covid) funda una religión, la de un Dios perverso, denunciado por el teólogo Maurice Bellet[8]. El régimen  de precaución exige un sacrificio. La orden judicial se basa en “una voluntad caprichosa y arbitraria, sin fe ni ley, que tendría que ser satisfecha[9] Lo que nos lleva al círculo infinito, impuesto por un nuevo inquisidor, revelando que “esta divinidad es como una boca devoradora e insaciable: cuanto más buscamos satisfacerla, más nos exige, ya que se alimenta precisamente de nuestras renuncias”.[10]”

Las últimas declaraciones del Ministro de Sanidad belga, Franck Vandenbroeck, ilustran bien este discurso de amor y educación basado en una política alimentada por las renuncias sucesivas de los ciudadanos. Al micrófono de la radio RTBF, declaró que la decisión de cerrar las tiendas “fue para crear un choque dentro de la población”, ya que, dijo, “ir de compras solo, durante un corto período de tiempo, no representa un peligro para la circulación del virus [11]”.
 

Un principio moral consagrado en la ley 

El principio de precaución es un principio moral. No está dirigido a un sujeto jurídico. Es un mandato judicial que va más allá de la ley.

La mutación del comportamiento de los individuos es su principal preocupación.

En Francia, pasó al derecho positivo en 1995 con la ley Barnier sobre la protección del medio ambiente. Su campo de aplicación se desarrolló entonces en los ámbitos de la salud pública y la seguridad alimentaria[12]. También ha sido adoptado por la Comisión Europea y muchos Estados Miembros.
En 2005, el legislativo francés introdujo el principio de precaución en la Constitución. Un principio moral se ha convertido así en un principio constitucional. El principio de precaución se define allí como “una norma-guía para la acción en un universo incierto, una herramienta para la gestión de riesgos virtuales…[13]”. Así pues, su marco jurídico sólo puede ser formal.

El principio de precaución aparece, pues, de la materialidad del hecho. Recuerda la noción de “proactividad” relativa a la investigación policial, introducida en el derecho penal con el fin de desarrollar la investigación en ausencia de delito[14]. La inclusión jurídica del principio de precaución también permite justificar la intervención de la administración en un contexto en el que “legitima el poder de la policía“[15].
En la investigación policial proactiva, si resulta que la infracción finalmente no existe, la investigación efectivamente se ha llevado a cabo, pero no podrá producir efectos legales. Es muy diferente para el principio de precaución, que permite actuar sin relación alguna con la realidad de los hechos, confinar a la población o aislar, en campamentos, a las personas que dan positivo, aunque el test  utilizado produce en su mayoría falsos positivos. 

Por lo tanto, la intervención de las autoridades sanitarias no está determinada por la observación, sino por la predicción de los resultados y la modelización de los mismos, como las 500.000 muertes de Covid previstas por el Dr. Neil Fergunson. Aunque el oráculo es constantemente negado por los hechos, todavía sigue sirviendo como referencia y respaldo de diversas acciones gubernamentales.
 

Precaución versus prevención 

El principio de precaución forma parte de la racionalidad instrumental, la de la técnica y el cálculo económico. Su objetivo no es anticiparse al acontecimiento, para evitar que se produzca o para reducir al mínimo sus efectos, sino que se ciñe a una gestión probabilística del riesgo[16].

Ya no se trata de prevenir el desarrollo de una enfermedad, sino de revelar un peligro potencial, no sobre la base de un análisis concreto, sino gracias a una simulación matemática, desvinculada de la materialidad de los hechos. Una sucesión de números se supone que indica una tendencia, la de la intensidad y la progresión exponencial del virus. Por lo tanto, partir de los algoritmos que el riesgo es revelado y no a partir de la observación. Las cifras presentadas son siempre proyecciones, modelos, como las 9.000 muertes recientemente anunciadas por el Presidente Macron, que de hecho se reducirán a la mitad de la cifra esperada.

Para la genetista Alexandra Henrion-Caude, las predicciones dan la impresión de “que hemos vuelto a la época de los adivinos y los oráculos”. “Estábamos en medio de un pico epidémico, con un nuevo virus, una nueva enfermedad, cuando ya se nos hablaba  de una segunda ola. Aquí se percibe  una tercera, una cuarta. [17]”

Por consiguiente, se puede establecer lo que diferencia el principio de precaución de la noción de prevención. La prevención tiene por objeto los riesgos comprobados, cuya magnitud y frecuencia pueden estimarse. Las medidas preventivas están concebidas para eludir ciertos riesgos, fundados sobre determinadas relaciones de causa y efecto. Lo que no es el caso del principio de precaución, que se ocupa de los riesgos inciertos, para los que no es necesario establecer la realidad científica[18].  Se trata de un derecho puramente procedural, porque “en materia de precaución, la prueba del riesgo y el procedimiento están vinculados”. [19] Al igual que en la normativa de la inquisición, la prueba basa su validez en el respeto estricto del procedimiento. En la guerra contra el coronavirus, la pregunta ni siquiera tiene que hacerse, porque el “conocimiento” es inmediato, directamente revelado por el cifrado del algoritmo.
El control judicial está restringido. Como ha declarado el Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas: la autoridad que “asume un riesgo incierto no debe probar el riesgo, sino el de su política” [20]. De hecho, la autoridad en cuestión simplemente tiene que declarar sus buenas intenciones. 

El principio de precaución: una teología de la “Ob-scena“.

La prevención aspira a gestionar las consecuencias de una crisis, anticiparse a ella y reducir sus efectos. En cuanto al principio de precaución, su propósito no es enfrentar la enfermedad, sino, en este caso, preparar a la población para su inevitable aparición. Se trata de poner a los individuos en posición de acoger el discurso sobre la pandemia. Este principio se deriva de una exigencia moral, que no conduce a una lucha contra el virus, sino a un cambio en el comportamiento de los individuos.

Así pues, el principio de precaución, al contrario que la prevención, es un instrumento para gestionar las poblaciones, sus actitudes y creencias. Como escribe Pierre Moscovici, “El Estado ya no se conforma con gestionar un riesgo, sino que debe gestionar una relación social… El principio de precaución se convierte entonces en una herramienta para gestionar la opinión pública [21]”. 
Estamos ante la incertidumbre de un riesgo cuya realización es en sí misma incierta. El principio de precaución nos prohíbe pensar. Se opone a toda posibilidad de observación, suprimiendo la noción misma de causalidad, como una sucesión temporal de causas y efectos. En forma de delirio, el discurso sobre el coronavirus coloniza nuestra vida individual y nuestra realidad social. Funda una nueva Realidad, es sobre algo de lo que no podemos decir nada y sobre lo que no tenemos control.
El principio de precaución no impone medidas destinadas a afrontar la realidad, sino que permite la fabricación de una Realidad obscena, en la que la máscara quirúrgica se convierte en el símbolo. A través de un recuento continuo de víctimas de coronavirus, reactualiza la ideología de la víctima. Por lo tanto, pone en escena la ob-scena cuantificando la muerte, mientras que la expulsa de lo simbólico, del vínculo social.

La obscenidad de las medidas reside también en su carácter deliberadamente exorbitante, en el hecho de que no sólo hacen visible sino sobre todo desconcertante, su aberración cegadora, por ejemplo, la de un toque de queda impuesto entre la medianoche y las cinco de la tarde, así como su violencia ilimitada, como la masacre de ancianos en las residencias de anicianos.
La obscenidad reside en su carácter religioso, en la donación de sentido que las poblaciones aportan a su participación compulsiva en las medidas impuestas. Éstas dan vida a disposiciones administrativas que conducen a su destrucción. La obscenidad no sólo reside en la expresión de la omnipotencia del poder, sino sobre todo en mostrar al pueblo su extrema debilidad. Esta última encuentra su fuente en la capacidad de los medios de comunicación para generar imágenes y ruido permanente, impidiendo la instalación de una depresión[22].

El Gran Inquisidor

Si la “guerra contra el terrorismo” tenía como objetivo suprimir toda resistencia, aquí en la “guerra contra el coronavirus”, se trata de abandonar cualquier posibilidad de resistencia en sí. A través de la “gestión de esta pandemia”, esta perspectiva se ha convertido en parte de nuestra vida cotidiana, aunque no es la primera vez que aparece en la historia de la humanidad.

La humanidad reducida a una manada es una realidad que ha surgido cada vez que la población se ha encontrado totalmente desamparada, colocada en una posición de desamparo en relación con el poder. La desesperación de los individuos es el resultado de la pérdida de puntos de referencia y sobre todo de la incapacidad de hacer frente, de decir no a los mandamientos judiciales que se le han dirigido. Ante el hecho de “no poder esperar la ayuda de nadie”, las poblaciones se ven entonces sumidas en una impotencia radical.

La novela de Dostoievski, Los hermanos Karamazov, al situar la acción en el período histórico de la Inquisición, saca a relucir un problema que extrañamente nos recuerda lo que estamos experimentando actualmente.
La organización de la Inquisición está basada en el personaje del gran Inquisidor que considera a la humanidad como una manada. Concibe que el hombre sólo puede encontrar su salvación mediante la renuncia a su subjetividad y su despersonalización.

Si la humanidad debe ser reducida al estado de un dócil rebaño, el individuo, al delegar su libertad al Gran Inquisidor, se convierte de nuevo en un “infanticida”, culpable de renunciar a su libertad. Entonces se vuelve completamente dependiente de un poder que dicta su conducta. Tanto es así que el Gran Inquisidor puede afirmar: “Oh, conseguiremos convencerlos de que sólo serán libres cuando renuncien a su libertad  y se sometan.[23]”

En esta “pandemia”, se dice a los individuos que sólo volverán a ser “libres” cuando acepten la vacuna y renuncien a cualquier deseo de control sobre sus vidas.

El Gran Inquisidor también preconiza igualmente una lógica de privación de responsabilidad del individuo, de renuncia a su libre albedrío, lo cual conduce a su deshumanización. El reinado del gran Inquisidor también significa la desaparición total de la esfera privada, hasta la última intimidad que representa por la conciencia.

Si el hombre ya no es libre y, por lo tanto, ya no es responsable, tiene el “derecho a pescar”. “Más precisamente, se le permite dejar de ser un hombre, transgrediendo las leyes simbólicas, como en las diversas reformas éticas, como el ‘matrimonio para todos’, la legislación sobre la eutanasia y las leyes de bioética. Estos “nuevos derechos” son, de hecho, sólo otro medio del poder de esclavizar a los hombres. “Todo está permitido” es la consigna del nihilismo[24].
En el pasado, la inquisición era una institución especializada, destinada a impedir la fractura del cuerpo social criminalizando todo cuestionamiento de carácter religioso. Hoy en día, ya no se focaliza en una parte de la sociedad, sino en la sociedad en su conjunto. Es la sociedad en su conjunto la que se está movilizando hacia su propia destrucción. Lo que actualmente ocupa el lugar del Gran Inquisidor ya no tiene por objeto bloquear una mutación social y política, sino, por el contrario, ser el catalizador de un cambio radical en la sociedad. Aquí el sacrificio ya no es limitado y codificado, sino permanente y generalizado.

“El Estado de emergencia sanitaria” 
El principio de precaución está estrechamente  vinculado  con el “estado de emergencia sanitario”. La noción debe tomarse al pie de la letra, en el sentido de que significa efectivamente una suspensión del derecho a ser atendido. Este abandono se traduce en medidas de confinamiento de ancianos y enfermos con los que no tienen ningún síntoma y por el  rechazo del acceso al hospital para las personas que no tienen síntomas de corona, pero que tienen, por ejemplo, un problema cardíaco. En nombre de este principio, los ancianos, que están enfermos con Covid-19, no son atendidos y son enviados a casa antes de que su sufrimiento sea aliviado por Retrovil. La cuestión de la precaución también  exige la  prohibición de medicamentos que permitan hacer frente a la epidemia, como la hidroxicloroquina.
El estado de emergencia jurídico implica la suspensión de las libertades individuales y los derechos políticos, como la disposición que permiten hacer frente a la “amenaza terrorista”. El estado de emergencia jurídico, a través de la lucha contra el terrorismo, también se define, como lo expresó W. Bush, como una “lucha del bien contra el mal”. El nuevo ordenamiento jurídico permitía, a falta de pruebas, encarcelar a las personas que habían sido nombradas como terroristas por el poder ejecutivo. El estado de emergencia legal permite atacar el Habeas Corpus de los ciudadanos y, en Gran Bretaña y los Estados Unidos, apoderarse de los cuerpos de las personas que crean “un clima propicio para el terrorismo [25]” o que simplemente se designan como “enemigos del gobierno.
El estado de emergencia sanitaria permite eliminar el cuerpo mediante medidas de confinamiento, mientras que el uso obligatorio y generalizado de la máscara es una “reactivación” de este cuerpo, pero como “cuerpo sin cabeza”, como cuerpo de máquina. La supresión del cuerpo, inducida por la “guerra contra el coronavirus”, gracias al  uso permanente de una máscara o guantes, ya encuentra un antecedente en las imágenes de los prisioneros detenidos en la prisión de Guantánamo. [26]. 

El tipo de encierro, inducido por la “lucha contra la pandemia”, es una ruptura total con el tipo de encarcelamiento que pretendía separar el cuerpo del preso del cuerpo social. Aquí, son todos los ciudadanos los que se ven afectados por las medidas de confinamiento. La prisión ya no es un lugar cerrado y separado de la sociedad, sino que es esta última la que, al confinar al “ciudadano responsable” que participa en el “cuidado del otro” en su hogar, se convierte en prisión. 

Sin embargo, la prisión, como parte diferenciada de la sociedad, sigue estando presente como una amenaza para encerrar en los campos a las personas que dan positivo en los tests de PCR, procedimiento que permite que una gran proporción de las personas sometidas a tests se consideren positivas. [27] Todas estas medidas y proyectos son parte de un deseo de las autoridades de instalar a los ciudadanos en la psicosis.

Al igual que las imágenes de las torturas en Guantánamo, estas medidas tienen por objeto mostrarnos nuestra impotencia, mostrarnos hasta qué punto dependemos de un poder que, sin embargo, desea nuestro bien y que, para Navidad, como nos comunica el presidente del partido liberal francófono belga, Louis Bouchez: “si las cifras lo permiten, intentaremos dar más humanidad”[28].

Jean-Claude Paye, Tülay Umay

Mondialisation.ca

 

Notas
1 – Leer : Jean-Claude Paye, Tülay Umay, « Pandémie ou le retour du grand Pan», Réseau International, le 3 novembre 2020 
2 – Sud radio, Macron 20H : analyse avec Alain Houpert, Sénateur de la Côte-d’Or et médecin radiologue 
3 – Dominique Bourg et Alain Papaux, « Des limites du principe de précaution : OGM, transhumanisme et détermination collective des fins », Économie publique, 2007/2 
4 – Matthieu Paillet, « Le principe de précaution. Concept, application, enjeux », p. 8 
5 – Jean-Claude Paye, La fin de l’État de droit, de l’état d’exception à la dictature, La Dispute, Paris 2004 
6 – Emmanuel Lévinas, Éthique et infini, Paris, Le livre de poche, 1982, p. 95 
7 – Emmanuel Lévinas, De Dieu qui vient à l’idée, Paris, Vrin, 1992, p. 248 
8 – Maurice Bellet, Le dieu pervers, éditions du Cerf, Paris 1987 
9 – Jean-Daniel Causse, Lacan et le christianisme, in Valérie Chevassus-Marchionni, Raymond Lemieux, et François Nault, « Psychanalyse et christianisme : note critique à propos du dernier livre de Jean-Daniel Causse (1962-2018) ». Laval théologique et philosophique 75, no 1 (2019), p. 134 – https://doi.org/10.7202/1067506ar 
10 – Ibidem 
11 – https://plus.lesoir.be/340753/article/2020-11-30/la-fermeture-des-commerces-non-essentiels-avait-ete-decidee-pour-creer-un 
12 – Catherine Larrère, « Le principe de précaution et ses critiques » , Innovations 2003/2 (n°18), pages 9 à 26 
13 – Moscovici Pierre, « Le principe de précaution : implications politiques et juridiques », cours donné à l’Ecole Nationale d’Administration (ENA), avril 2010, p. 26 
14 – Sur l’enquête proactive, lire Jean-Claude Paye, Vers un État policier en Belgique ?, EPO, Bruxelles 1999 
15 – M. Gros, D.Deharbe, La controverse du principe de précaution, Chron. Adm., R.D.P., 2002-3., p. 834 
16 – Matthieu Paillet, https://www.pourlasolidarite.eu/sites/default/files/publications/files/wp_-le_principe_de_precaution.pdf 
17 – Alexandra Henrion-Caude : « J’ai l’impression qu’on est revenu au temps des devins », La Rédaction, le 16 novembre 2020 – Sud-Radio 
18 – « Le Conseil d’État et le principe de précaution », Journal des Tribunaux, Bruxelles, Larcier, le 28 février 2004, p. 21 
19 – C.Noiville et N.de Sadelleer, o.c., Revue du droit de l’Union européenne, 2/2001, p. 444 
20 – T.P.I., 11 septembre 2002, Pfizer Animal Health et a.c.Conseil, Aff.T-13/99, motifs 164 et 165 
21 – Pierre Moscivici, Ibid., p. 23 
22 – Entretien avec Serge Tisseron, « L’obscène est une machine de guerre contre la métaophore », La voix du regard n° 15, septembre 2002 
23 – Fédor Mikhaïlovitch Dostoïevski, Les frères Karamazov, vol. 1 – § « Le Grand Inquisiteur », Éditions Actes Sud © 2002, collection Babel, traduit du russe par André Markowicz, pp. 444, 445, 449 à 470 et 474 
24 – Matthieu Giroux, « Dostoïevski : La légende du grand inquisiteur dans Les Frères Karamazov », Philitt, le 25 septembre 2012 
25 – Lire : Jean-claude Paye, « Royaume-Uni, menaces sur l’Habeas Corpus, » Le Monde, le 13 avril 2005 
26 – Lire : Jean-Claude Paye, « Guantanamo comme réel de la lutte antiterroriste », in L’emprise de l’image, de Guantanamo à Tarnac, Editions Yves Michel 2011, pp.140 à 149 
27 – Dr Pascal Sacré, « COVID-19: RT-PCR ou comment enfumer toute l’humanité », Mondialisation.ca, le 14 octobre 2020 
28 – Aurelie Demesse, « Noël pourrait-il être sauvé, in-extremis ? », La Libre Belgique, le 29 novembre 2020.